CULPAS Y AVANCE
El arte de convivir es la clave para la construcción de
sociedades armónicas, en donde cada miembro contribuye con lo que es y con lo
que tiene para bien de todos.
Existe un concepto que se desarrolla en estas sociedades: la
denominada conciencia moral, esto es, el conjunto de normas y principios que
rigen la conducta de sus integrantes. De
manera implícita o explícita, según sea el caso, la sociedad dicta los modos de
comportamiento que son aceptables y señala los que no lo son. Así, los integrantes están en capacidad de
medir hasta qué punto su conducta personal se apega a estos principios
generales. Cuando no se cumple con lo
que el grupo esperaba surge la culpa, un sentimiento de vergüenza por los actos
cometidos que, en el mejor de los casos, llevarán a la reparación y a la
modificación de la conducta.
Habrá que mencionar que esta es la culpa adaptativa, la que
se genera con bases racionales tras un acto que viola las normas de conducta
grupal y que desaparece una vez modificada la conducta. Otra es la culpa desadaptativa, la que no tiene
relación con un error cometido, sino que obedece a otras causas. Una de ellas
es la que se viene cargando como un lastre desde tiempo atrás. En nuestra cultura es –por desgracia—todavía
muy frecuente, el querer endilgar culpas a la mujer por razón de género, un
sentimiento enquistado en el imaginario colectivo aún difícil de eliminar. Otro tipo de culpa muy nociva es la que
obedece a un mecanismo de proyección: cuando yo hago algo que resulta mal,
inmediatamente busco a quién culpar por dichos resultados. Puede ser al pasado,
al que no piensa igual que yo, o a los más cercanos. Inconscientemente busco
zafarme de culpa proyectándola fuera de mi persona. Una cosa es una culpa por un acto concreto y
otra muy distinta es la culpabilidad que nos atribuimos unos a otros en un
ambiente tóxico, en donde se busca señalar a los demás hasta por hechos
completamente fuera del control humano.
Ahora bien, hay una gran diferencia entre culpa y
responsabilidad. Ante un evento
catastrófico, sea en el plano personal o colectivo, atribuir culpas nos deja
estancados en un solo punto. Si me recrimino a mí mismo establezco un círculo
vicioso que no hará más que hundirme. Por su parte, fincar responsabilidades
por lo ocurrido permite encontrar una explicación racional del evento y definir
un plan de modificación de conductas para que no vuelva a ocurrir.
Un concepto muy sanador en estos asuntos es entender que una
cosa es el hecho concreto y otra muy distinta lo que ponemos encima de él:
ideas y juicios, y que el daño que producen estos últimos es mayor que el
provocado por el hecho en sí. Este
mecanismo de sentirnos afectados por lo que otros piensan de nuestros actos,
más que de los actos en sí, es más perjudicial todavía.
Hay que señalarlo, también ocurre el caso contrario: El de
personajes cínicos que evaden sentirse responsables por conductas llevadas a
cabo en el ámbito colectivo y que mucho han dañado a otros. De estos tenemos abundantes ejemplos en la
política, individuos que no dejarán de insistir en que tienen las mejores
intenciones cuando llevan a cabo acciones infames totalmente contrarias a los
intereses de otros. Utilizarán la culpa, en este caso para alejar la atención
de su propia actuación y atribuirla a elementos ajenos a su comportamiento,
convencidos de que este reparto de culpas funcionará una y otra vez con la
misma eficacia.
Somos humanos y nos equivocamos. El error es un evento común a todos nosotros,
puesto que ninguno es perfecto. Será a
partir de esta realidad que nos sintamos capaces de perdonar y
perdonarnos. En primer lugar, ser
benévolos con otros, reconociendo que, al igual que nosotros, pueden
equivocarse. En segundo lugar, serlo
hacia nosotros mismos, aceptando nuestra falibilidad, de modo de actuar
responsables más delante, cuando se nos vuelva a presentar una situación
similar. Encima de todo ello, aplicando el
perdón, hacia los demás y hacia nosotros mismos, de modo de sanear el ambiente,
percibiendo el mundo como un sitio en el que todos intentamos hacer las cosas
de la mejor manera, aunque en ocasiones nos equivoquemos.
Buen momento para hacer una depuración de nuestra mochila
emocional e identificar lo que hasta hoy nos genera culpa, recordando que somos
humanos, por ende, fallamos y está bien perdonarnos. Si tus acciones afectaron
a otros, es tiempo de aproximarse a esas personas y pedir perdón. Si el daño es reparable, entonces
repararlo. Y finalmente, revisarnos
interiormente para evitar que se repita.
Reconfortante saber que todos somos humanos, y que, así como
nos equivocamos, sabemos pedir perdón y enmendar nuestro actuar. De este modo conformaremos
una sociedad más sana y proactiva.