RENACER, SIEMPRE RENACER
“Somos lo que hacemos con lo que otros hicieron de
nosotros”: Sabia sentencia de Jean Paul Sartre, escritor y filósofo francés del
siglo pasado. Palabras que nos
desvalijan de cualquier pensamiento que intente mantenernos en nuestra zona de
confort de manera pasiva, como victimizados por un pasado que nos ancla.
La inminente entrada del invierno en el hemisferio norte invita
a maravillarnos frente a los prodigios de la naturaleza. Observar cómo una planta que brotó en la
primavera y manifestó su mayor esplendor en el verano, ahora se repliega ante
el rigor de las bajas temperaturas; en muchas ocasiones muda su follaje, o
hasta pareciera morir. Simplemente se
recoge y guarda su esencia última para renacer cuando el tiempo sea el
apropiado.
Los humanos, considerados con mucho el culmen de las
especies vivas, en ocasiones no actuamos conforme a nuestra jerarquía en la
naturaleza. En nosotros participan
elementos que modifican ese apego a las leyes fundamentales de la vida, de modo
que los resultados no alcanzan a ser tan predecibles como en otras
especies. El intelecto, la capacidad de
reflexión y la creatividad nos permiten ir un paso adelante para conseguir
condiciones más favorables para nuestro desarrollo y supervivencia, pero a la
vez nos colocan frente a situaciones que, en un momento dado, no hallamos cómo
manejar.
El proceso del parto es único para el ser humano. Ese ser que se ha venido desarrollando en el
vientre materno hasta alcanzar determinadas condiciones de maduración, ahora se
enfrenta al desafío de abrirse paso por un canal que, no por natural deja de
ser desafiante para su pequeña anatomía.
Sin embargo, sabemos que ocurre así por cierta razón. Ese desafío contribuye a consolidar un
proceso de perfeccionamiento que ha durado nueve lunas y que ahora avanza a la
recta final. El afán de querer atajar
ese tránsito, por más “humanitario” que algunos puedan suponer, cancela una
parte fundamental de maduración integral del individuo que viene al mundo.
A partir de esa primera etapa separado de su madre, el ser
humano irá enfrentando nuevos retos cada día.
Lo que para los adultos constituyen acciones básicas de supervivencia,
algún día tuvieron que ser aprendidas a base de ensayo y error. Esto es, cada vez tuvimos que renacer,
aunque, evidentemente, en los primeros años no estábamos conscientes de
ello. Conforme avanzamos a una
percepción mayor de la vida, vamos descubriendo que, tras cada obstáculo que
enfrentamos, viene un proceso de recreación, a través del cual aprendemos,
primero a superar el escollo y después a retomar nuestra marcha, a pesar de la
dificultad, o más bien, por encima de la dificultad, con una nueva enseñanza en
la mochila de viaje. Esto constituye la
diferencia con otras especies animales, en nuestro caso se desarrolla el
prodigio de poder identificar el proceso paso a paso.
Son tantas las ocasiones en que nos vemos tan abatidos, ya
sea por una enfermedad, un fracaso laboral, una ruptura emocional, que de
momento pensamos en “tirar la toalla”.
Conforme la preparación que recibimos para enfrentar estos desafíos,
iremos entendiendo que se trata de una batalla, no de la guerra, y que tenemos
la capacidad de salir adelante, es más, de crecer con ello, dispuestos a ser
mejores de lo que fuimos antes del contratiempo.
La facultad de enfrentar los mayores desafíos sin quebrarnos
no surge por generación espontánea ni se compra en línea. Es el resultado de todo un proceso de
formación que inicia desde la más tierna infancia, cuando, a través de nuestras
interacciones cotidianas con el niño le vamos inculcando la idea de que la vida
no siempre es miel sobre hojuelas, pero que nosotros, como seres racionales y
creativos, tenemos la posibilidad de enfrentar cada desafío de la mejor manera,
esto es, renacer una y otra vez, tras cada batalla.
Los especialistas hablan de que nuestras jóvenes
generaciones no han desarrollado tolerancia a la frustración. Querámoslo o no, la era tecnológica con su
inmediatez ha modulado en gran medida el modo de reaccionar de los jóvenes
nacidos al filo del tercer milenio.
Suelen ser bebés cuyos padres buscan a toda costa evitar que lloren y se
desesperen, muchas de las veces dándoles una pantalla digital para que se
entretengan, sin percibir que justo esos espacios de aburrimiento son clave en
el desarrollo de la imaginación infantil, y que permitir que los pequeños los
vivan, es darles la oportunidad de un desarrollo integral.
Nacemos una sola vez en la vida. Renacemos muchas, lo hacemos tras un golpe,
un fracaso, un momento de grave dificultad.
Como en la fragua, vamos modelando nuestra esencia última mediante el
fuego abrasador, para ser cada día mejores seres humanos. No hay que olvidarlo.