BARULLO APABULLANTE
Se cumple un año de la invasión rusa a Ukrania. Lo que
fuera una nación plena de actividades, convertida en un montón de
despojos. Grandes edificios como los
teatros de Kiev han sido bombardeados;
ahora estos retoman sus actividades artísticas,
pero lo hacen desde refugios subterráneos que los ponen a salvo de nuevos
ataques aéreos. A lo largo de este año
se han venido tejiendo grandes historias de sobrevivientes a la par que, de
desaparecidos, que se combinan como claroscuros en un gran tapiz.
No cabe en la conciencia de la gran mayoría el porqué de la
insistencia de Vladimir Putin por invadir al país vecino, por cierto, antiguo
integrante de la entonces Unión Soviética.
A estas alturas, más que afanes económicos se antoja que es un
empecinamiento personal por acabar con una pequeña nación que se negó en un primer momento a entregarse
frente al gran poderoso.
Terrible, como terrible la tragedia ocurrida en Siria y
Turquía por los sismos, que en el caso de Siria, complican una problemática ya
existente, por la guerra civil enfrentada
a lo largo de 12 años. Desde esta parte
del mundo nuestros ojos siguen ambas tragedias; aplaudimos actos heroicos;
lamentamos pérdidas y suspiramos. A ratos pareciera que suspirar es lo más que
podemos hacer frente a esas desgracias humanas.
Las redes sociales nos atrapan con su gran poder, lanzándonos uno tras
otro “reels” que, de acuerdo con las herramientas tecnológicas llamadas
“algoritmos”, van a mantenernos con la vista puesta en la pantalla. En mi caso personal, el gusto por los conejitos
provoca que, día con día, mi equipo sufra una virtual invasión conejil muy
divertida, que, si no estoy alerta, consume buena parte de mi tiempo.
Aquí es donde nos corresponde meter el freno de emergencia
y revisar qué está produciendo en
nosotros ese barullo mediático que busca perseguirnos mientras descansamos,
cocinamos, caminamos o manejamos. Es una
suerte de adicción que nos consume tiempo, atención y creatividad. Yendo más allá, produce un efecto paradójico:
Nos vuelve altamente sensibles frente a la suerte de niños desnutridos en
Siria, pero indiferentes ante nuestras
propias poblaciones marginales. Nos
lleva a llorar la suerte de caballos de carga en algún país sudamericano, y
ocupados en ello dejamos de atender asuntos más cercanos a nosotros, que no se
visibilizan de igual manera. Nos volvemos indolentes presenciales. Consumimos los contenidos digitales con
fruición; vamos de un tema al siguiente sin cansarnos en ello. Lo lamentable es que, en su gran mayoría son
abordajes estériles, que en nada van a beneficiar a los que se nos muestran
como afectados.
Hay ONG que sí atacan de manera frontal problemas
reales. Una de ellas, que vale la pena
mencionar, es “Nariz Roja, A.C”, una asociación tapatía orientada al apoyo de
personas con cáncer, pero muy en particular a niños, ante lo que ha venido
siendo en los últimos años una marcada escasez de medicamentos para las
quimioterapias. Fundada por Alejandro
Barbosa, “Nariz Roja” acaba de cumplir a principios de mes, trece años de
registro como asociación civil, y emprende periódicamente campañas de
recaudación monetaria para beneficio de los pacientitos. Aparte de los donativos en campaña, pueden
hacerse en línea en cualquier momento, ya que toda suma para esta causa es
siempre bienvenida.
Las sociedades evolucionan con el tiempo. Se pierden costumbres de convivencia que tal vez recordemos con nostalgia. Son
sustituidas por nuevos patrones de comportamiento que obedecen a las
circunstancias del tiempo presente. El
crecimiento de la mancha urbana modela esos cambios y nosotros necesitamos
adaptarnos a los mismos para salir adelante.
La tecnología, con sus grandes aciertos, no exenta de riesgos, llegó
para quedarse. Ello nos obliga a un
continuo mirarnos en el espejo para no extraviarnos en ese barullo apabullante. No permitir que las redes sociales roben
nuestro tiempo o nuestra tranquilidad, o secuestren la creatividad que nos
distingue de manera notable de otras especies vivas. Revisar y tal vez depurar periódicamente
nuestros contenidos, percepciones y sensaciones, para desechar esos elementos parásitos que, de
no estar nosotros vigilantes, bien podrían aprisionarnos para siempre.
Vivimos tiempos paradójicos, hoy tenemos más materia prima y
producimos menos; deseamos alcanzar más y las buenas intenciones se nos
escurren de las manos como un puñado de agua.
Buen momento este para diseñar un plan de vida que atienda esos
propósitos que siempre hemos tenido; no permitamos que los distractores del
camino estanquen nuestra marcha. Plantearnos
pequeñas metas en el corto plazo, una por día, cuyo cumplimiento genere
satisfacción y apuntale la tan necesaria
autoestima.