ANDARES
Caminante, son tus
huellas el camino y nada más…
Antonio Machado
Recién terminan las fiestas en torno a la Navidad
cristiana. La vida va regresando a su
ritmo habitual; nos serenamos, o tal vez nos angustiamos con la famosa “cuesta
de enero”, ese período de reflexión cuando notamos que nos hemos excedido en
gastos durante diciembre. Comenzamos a
guardar los adornos navideños y los niños se preparan para el retorno a
clases. Es buen momento para revisar
qué elementos vuelven tan particulares las fechas, con una magia que no se
repite a lo largo del año.
Quizá un primer punto es que nos remonta a nuestra propia
infancia, a la convivencia con una familia formada por abuelos, tíos y
padrinos, además de padres y hermanos.
Las festividades de cada día nos dotaban de una particular alegría. La noche del 24 o del 5 de enero tenía lo
suyo propio; así fuera un par de guantes tejidos lo que nos llegara, lo
celebrábamos como el gran regalo que nos volvía niños especiales y únicos sobre
la faz de la tierra.
Justo ese es el encanto de la infancia, la forma de ver las
cosas que suceden en derredor como eventos que marcan un hito en nuestra
vida. Objetos cotidianos como una taza
de chocolate caliente o un buñuelo tienen un significado particular. A esa edad no existen los elementos (o más bien
dicho, no existe la malicia) de comparar lo que tenemos enfrente con lo que
otros tienen, o lo que podríamos haber tenido.
Esa es, justo, la magia de la infancia: invertimos en cada vivencia toda
nuestra energía y nuestra emoción. Es
por ello por lo que, a manera de rompecabezas, durante la niñez nuestra vida va
adquiriendo su forma poco a poco, a través de esas experiencias fragmentarias
que hacen un todo.
Un elemento distintivo de las fechas que terminan es la
convivencia. Hay reuniones familiares,
de grupos de trabajo o escolares; se reúnen los vecinos, los compañeros de adolescencia,
los miembros de la iglesia: En la mayor parte de los hogares lo que menos se
presenta en estos días son momentos de soledad; claro, es probable que el
adulto mayor que nos acompañó hace un año haya partido ahora, dejando una silla
vacía en la mesa familiar. Aun así, este
es un duelo que se vive dulcemente, acompañados de las memorias que acompasan
la charla familiar.
Habría, entonces, que plantearnos un ejercicio emocional
para el año que acaba de comenzar: Hallar cada mañana, en nuestra cotidianidad,
un motivo para renovar esos ánimos de temporada. Que no pase un solo día sin que emprendamos
un momento de reflexión respecto a
nuestra propia vida: Amanecimos, tenemos salud; un techo y un plato de
comida. Hay familia de sangre o de
afecto que nos procura; contamos con la ocasión de aprender algo nuevo, de ser
mejores. Estamos en capacidad de
compartir algo de lo que tenemos y alegrarnos de poder hacerlo.
La vida es un instrumento musical que se nos entrega al
momento de nacer. Con él viene un
instructivo para aprender a hacer música.
Podemos amar nuestro violín o nuestro piano y volvernos unos virtuosos. El tiempo, el entusiasmo y la constancia
serán nuestras mejores herramientas. O
bien, podemos dejar de lado el instrumento de modo que se vaya deteriorando, y
quizás el día cuando nos propongamos ejecutar
música como la que otros expresan, obtengamos solamente sonidos
discordantes. El paso del tiempo y el
abandono de nuestro instrumento nos cobrarán
la factura.
Sean estas fechas, cuando en el aire persiste la alegría de
la Navidad, un buen momento para ponernos en contacto con esa faceta que tanto descuidamos
el resto del año. No permitamos que se
apague el goce infantil que en las semanas previas nos invadía. Reconciliemos nuestro yo adulto con el
infantil, de manera de hallar cada día elementos que convoquen nuestra alegría
y ganas de vivir.
Una linda manera de contactarnos con esa parte lúdica de
nuestro ser es la lectura. A través de
las páginas de un libro el narrador nos lleva a distintos lugares, a diversas
épocas y a conocer personajes con los que, de una u otra forma, nos
identificamos. A veces nos hacen reír y
los aplaudimos, a veces nos mueven algo adentro y los odiamos, pero en cualquier
caso tocan nuestras emociones y nos llevan a vivir con mayor intensidad.
Que no nos sorprenda el avance del 2024 sin un proyecto por
realizar. Elaboremos cada día una pieza
de ese paisaje global que nos estamos construyendo en la vida. Afinemos nuestros instrumentos musicales para
acompañar el trabajo con armoniosas melodías.
Que para los demás sea placentero
avanzar junto a nosotros, y que muy en nuestro interior, sea el propio ser la
mejor compañía en el camino.