domingo, 7 de enero de 2024

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 

ANDARES

Caminante, son tus huellas el camino y nada más…
Antonio Machado

Recién terminan las fiestas en torno a la Navidad cristiana.  La vida va regresando a su ritmo habitual; nos serenamos, o tal vez nos angustiamos con la famosa “cuesta de enero”, ese período de reflexión cuando notamos que nos hemos excedido en gastos durante diciembre.  Comenzamos a guardar los adornos navideños y los niños se preparan para el retorno a clases.   Es buen momento para revisar qué elementos vuelven tan particulares las fechas, con una magia que no se repite a lo largo del año.

Quizá un primer punto es que nos remonta a nuestra propia infancia, a la convivencia con una familia formada por abuelos, tíos y padrinos, además de padres y hermanos.  Las festividades de cada día nos dotaban de una particular alegría.  La noche del 24 o del 5 de enero tenía lo suyo propio; así fuera un par de guantes tejidos lo que nos llegara, lo celebrábamos como el gran regalo que nos volvía niños especiales y únicos sobre la faz de la tierra.

Justo ese es el encanto de la infancia, la forma de ver las cosas que suceden en derredor como eventos que marcan un hito en nuestra vida.  Objetos cotidianos como una taza de chocolate caliente o un buñuelo tienen un significado particular.  A esa edad no existen los elementos (o más bien dicho, no existe la malicia) de comparar lo que tenemos enfrente con lo que otros tienen, o lo que podríamos haber tenido.  Esa es, justo, la magia de la infancia: invertimos en cada vivencia toda nuestra energía y nuestra emoción.    Es por ello por lo que, a manera de rompecabezas, durante la niñez nuestra vida va adquiriendo su forma poco a poco, a través de esas experiencias fragmentarias que hacen un todo.

Un elemento distintivo de las fechas que terminan es la convivencia.  Hay reuniones familiares, de grupos de trabajo o escolares; se reúnen los vecinos, los compañeros de adolescencia, los miembros de la iglesia: En la mayor parte de los hogares lo que menos se presenta en estos días son momentos de soledad; claro, es probable que el adulto mayor que nos acompañó hace un año haya partido ahora, dejando una silla vacía en la mesa familiar.  Aun así, este es un duelo que se vive dulcemente, acompañados de las memorias que acompasan la charla familiar.

Habría, entonces, que plantearnos un ejercicio emocional para el año que acaba de comenzar: Hallar cada mañana, en nuestra cotidianidad, un motivo para renovar esos ánimos de temporada.  Que no pase un solo día sin que emprendamos un momento  de reflexión respecto a nuestra propia vida: Amanecimos, tenemos salud; un techo y un plato de comida.  Hay familia de sangre o de afecto que nos procura; contamos con la ocasión de aprender algo nuevo, de ser mejores.  Estamos en capacidad de compartir algo de lo que tenemos y alegrarnos de poder hacerlo.

La vida es un instrumento musical que se nos entrega al momento de nacer.  Con él viene un instructivo para aprender a hacer música.  Podemos amar nuestro violín o nuestro piano y volvernos unos virtuosos.  El tiempo, el entusiasmo y la constancia serán nuestras mejores herramientas.  O bien, podemos dejar de lado el instrumento de modo que se vaya deteriorando, y quizás el día cuando nos propongamos ejecutar  música como la que otros expresan, obtengamos solamente sonidos discordantes.  El paso del tiempo y el abandono de nuestro instrumento  nos cobrarán la factura.

Sean estas fechas, cuando en el aire persiste la alegría de la Navidad, un buen momento para ponernos en contacto con esa faceta que tanto descuidamos el resto del año.  No permitamos que se apague el goce infantil que en las semanas previas nos invadía.  Reconciliemos nuestro yo adulto con el infantil, de manera de hallar cada día elementos que convoquen nuestra alegría y ganas de vivir.

Una linda manera de contactarnos con esa parte lúdica de nuestro ser es la lectura.  A través de las páginas de un libro el narrador nos lleva a distintos lugares, a diversas épocas y a conocer personajes con los que, de una u otra forma, nos identificamos.  A veces nos hacen reír y los aplaudimos, a veces nos mueven algo adentro y los odiamos, pero en cualquier caso tocan nuestras emociones y nos llevan a vivir con mayor intensidad.

Que no nos sorprenda el avance del 2024 sin un proyecto por realizar.  Elaboremos cada día una pieza de ese paisaje global que nos estamos construyendo en la vida.  Afinemos nuestros instrumentos musicales para acompañar el trabajo con armoniosas melodías.  Que para los demás sea  placentero avanzar junto a nosotros, y que muy en nuestro interior, sea el propio ser la mejor compañía en el camino.

CARTÓN de LUY

 


Villancico PIENSA LA MULA de Carmen Martorell: Interpretan los Galindo.

Coro del Monasterio de Valaam

POESÍA EN PROSA de MANUEL VINCENT*

El tiempo no existe. El tiempo sólo son las cosas que te pasan, por eso pasa tan deprisa cuando a uno ya no le pasa nada.

Después de Reyes, un día notarás que la luz dorada de la tarde se demora en la pared de enfrente y apenas te des cuenta, será primavera.
Ajenos a tí, en algunos valles, florecerán los cerezos y en la ciudad habrá otros maniquíes en los escaparates.

Una mañana radiante camino del trabajo, puede que sientas una pulsión en la sangre cuando te cruces en la acera con un cuerpo juvenil que estalla por las costuras, y un atardecer con olor a paja quemada oirás que canta el cuclillo y a las fruterías habrán llegado las cerezas, las fresas o los melocotones, y sin saber por qué, ya será verano.

De pronto, te sorprenderás a tí mismo, rodeado de niños cargando la sombrilla, el flotador y las sillas plegables en el coche para cumplir con el rito de olvidarte de tu jefe y de los compañeros de la oficina, pero el gran atasco de regreso a la ciudad será la señal de que las vacaciones han terminado, y de la playa te llevarás el recuerdo de un sol que no podrás distinguir del sol del año pasado.

El bronceado permanecerá un mes en tu piel y una tarde descubrirás que en la pared de enfrente oscurece antes de hora.
Enseguida volverán los anuncios de turrones, sonará el primer villancico y será otra vez Navidad.

La monotonía hace que los días resbalen sobre la vida a una velocidad increíble sin dejar una huella.
Los inviernos de la niñez, los veranos de la adolescencia eran largos e intensos porque cada día había sensaciones nuevas y con ellas te abrías camino en la vida cuesta arriba contra el tiempo.

En forma de miedo o de aventura estrenabas el mundo cada mañana al despertarte.

No existe otro remedio conocido para que la vida discurra muy despacio sin resbalar sobre la memoria que vivir a cualquier edad pasiones nuevas, experiencias excitantes, cambios imprevistos en la rutina diaria.

Lo mejor que uno puede desear para el año nuevo son felices sobresaltos, maravillosas alarmas, sueños imposibles, deseos inconfesables, venenos no del todo mortales y cualquier embrollo imaginario en noches suaves, de forma que la costumbre no te someta a una vida anodina.
Que te pasen cosas distintas, como cuando eras niño.

*Novelista y ensayista español. Este artículo fue publicado en el año 1997 en el diario El País de España. Tomado de la página Fb HistoriaxRedes

Discurso de BTS durante la Asamblea de la ONU

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez

¡Lo escribí, lo creo, lo debo recordar!

Definitivamente nadie te hace sentir mal, está en cada quien la importancia que le dé o el como te afecte lo que las personas hagan o dejen de hacer. Esperar demasiado o en la medida que tu das a cada cosa, hace que la gente con frecuencia quede por debajo de las expectativas y con ello resultes lastimado.

Tenemos además cada quien una escala sentimental tan diferente, que no es posible estandarizar, y en la medida que logra uno entender en que hay que aceptar y agradecer lo que cada quien nos quiera dar de su tiempo, de su amistad, de su afecto sin que le fijemos cuotas según nuestra necesidad o de acuerdo a lo que nosotros estaríamos dispuestos a dar. En esa medida podremos lograr reducir esos conflictos internos que nos carcomen el alma, que nos hacen sentir menospreciados, defraudados de acuerdo a esa escala que nosotros hacemos de las actitudes de los demás.

¿Qué es lo justo o lo injusto? Depende del juicio que tengamos sobre nuestras propias acciones y de cómo nos consideramos ante los demás. A veces sentimos que merecemos demasiado como para aquello que recibimos, que nosotros sí somos capaces de hacer hasta lo imposible para agradar a alguien y que a cambio obtenemos tan poco, nos sentimos miserables.

La vida me ha enseñado que los reclamos solo generan fricciones. A nadie le gusta sentir que se le señala como injusto y que la mayoría de las veces el reclamo como si fuera un boomerang se nos devuelve, resultando entonces doblemente lastimados.

También he aprendido con el tiempo que he estado en ambas posiciones de esta situación, así, he sido a veces la causante del dolor de otros que seguramente esperaban más de mí y a los cuales, lo digo sinceramente, involuntariamente no he sabido corresponder, y si puedo perdonarme y justificarme por ello, debo ser capaz de hacerlo con aquellos que a mi parecer han sido ingratos, no han sabido valorarme, o no son capaces de compartir mis pasiones o mis aflicciones

Humanos somos y en el camino andamos, Dar sin esperar recibir, es una buena frase, pero poco aplicable, todos esperamos algo de alguien, en ello estriba buena parte de nuestra felicidad, en los afectos que los demás nos proveen.

Agradecer lo que de cada quien obtengamos, según su capacidad, su sensibilidad, no de acuerdo a nuestras expectativas o deseos. No esperar nada a cambio, quizá no suene tan real, pero no esperar demasiado, quizá la vida te haya dado más de lo que merecías y por ello a veces algo te tiene que negar.

Tener mejor memoria al recibir que al dar es quizá una buena fórmula para vivir en paz.

ESPERANZA: Corto animado.