domingo, 10 de abril de 2022

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 

POR NUESTROS NIÑOS

No alcanzaría toda una vida para comprender al ser humano en forma cabal.  Cuando consideramos conocer a fondo a una persona, tanto como para predecir qué haría en determinada circunstancia, en cualquier rato nos sorprende.  Mucho más cuando se trata de personas a las cuales no conocemos con tanta profundidad.

La pandemia, la política nacional y la invasión a Ucrania: Escenarios en los cuales hemos tenido oportunidad de conocer el amplio abanico de posibilidades de un ser humano.  De momento lo más gráfico y por ende descriptivo, es uno de los últimos capítulos del ataque ruso contra Ucrania, la embestida a la estación de tren  de Kramatorsk, sitio desde el cual cientos de civiles intentaban escapar de la violencia.  El misil de ataque contenía la frase “por nuestros niños", que nos remite a tiempos bíblicos para expresar la venganza en la más pura de sus formas.  Por cierto, en ese ataque murieron cinco menores, identificados entre los cincuenta cuerpos contabilizados tras la masacre.

Resulta espeluznante y difícil de creer, cómo un ser humano transita de una idea o de un sentimiento a lo radicalmente opuesto.   Hace un mes y medio, cuando inició la ofensiva contra Ucrania, buena parte de los soldados rusos fueron sorprendidos ante las órdenes recibidas por sus altos mandos.  Se les indicó que acudirían a una práctica militar, no a la guerra.  A la vuelta de seis semanas percibimos un cambio en la mentalidad de los atacantes.  El cansancio físico, el estrés y los daños atestiguados en torno suyo, habrán despertado en los soldados rusos otro tipo de emociones que ahora los tornan más violentos.  Me atrevo a suponer que el nivel sanguinario de sus ataques no obedece solamente a órdenes que han de acatar, sino que dentro de cada uno se ha desatado un demonio interior que halla hasta cierto placer en agredir al enemigo.

Lo que más me preocupa, como pediatra y como madre, es el daño que tendrán a futuro los niños que son testigos de la guerra.  Me lleva a recordar la trama de “El tambor de hojalata”, novela del Nobel alemán Günter Grass, que precisamente retrata el daño a largo plazo que provoca la guerra en un niño.  La historia arranca tras la Segunda Guerra Mundial. Óscar, su protagonista, se estaciona en la edad de tres años. Es una intriga saber por qué lo hace. Al cumplir esa edad, su madre le regala un icónico tambor de hojalata que se vuelve a la vez su voz de expresión frente al mundo y su forma de contrarrestar las imposiciones del régimen nazi.   Termina, a la vuelta del tiempo, ya de adulto, en un psiquiátrico.  Por cierto, preocupa la iniciativa de ley de eliminar en México los hospitales psiquiátricos.  Es evidente que los legisladores nunca han conocido de cerca una familia que tiene que lidiar con un paciente psiquiátrico que  llega a adquirir una fuerza descomunal, la cual pone en riesgo al propio paciente y a sus allegados.  Recuerdo ahora, durante mi gestión como directiva del IMSS, el caso de Emilio, un paciente esquizofrénico adulto que vivía con sus padres, ya mayores.  Cada vez que el paciente tenía un brote, había que enviarlo de urgencia a la Granja Psiquiátrica de Parras para su internamiento. Hubiera resultado imposible hacerlo en nuestro hospital, en un piso donde hay pacientes con otras patologías, quienes por su presencia correrían un riesgo inmenso.   De hecho, en una de esas ocasiones, mientras trataban de traerlo al hospital para generar su envío, Emilio le fracturó un brazo a su señor padre.   Como ciudadana me irritan esas legislaciones “de escritorio”, hechas a la ligera y  sin conocimiento informado, cuando no han sopesado las repercusiones que pueden tener.  Ojalá no se apruebe esta medida.

Bien, volviendo a lo que estábamos: Los nuestros constituyen una generación de niños solos, que deben de enfrentar desafíos hechos para adultos.  Tantas veces se encuentran sometidos a grandes presiones, valiéndose de su intuición como única guía. Son niños que han sufrido de aislamiento, incertidumbre y posible violencia intrafamiliar, por razón de la pandemia.  Han visto enfermar y tal vez fallecer a personas cercanas a su vida, sin estar en condiciones de un cierre que les permita elaborar su duelo.  Son niños que se conectan a internet y comienzan a ver el reguero de cuerpos frente a la estación ferroviaria ucraniana, en torno a una bomba de racimo que aniquiló una parte de los pasajeros que hacían fila para partir.  Otros más fueron ultimados mediante ráfagas de armas de alto poder.

Frente aquello que no podemos modificar en un mundo tan confuso, estamos obligados a apoyar a los menores a tratar de entenderlo, discriminar entre el bien y el mal. Sobre todo, animarlos, que sepan que no todo es tan terrible siempre. Y regalarles un gran abrazo.

CARTÓN de LUY

 


Chik-Chirik | CGF Animation | Bazelevs

PROSA DE JULIO CORTÁZAR


INSTRUCCIONES PARA LLORAR
Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.

Siete consejos para dormir bien. Jana Fernández, especialista en sueño

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


¡El mundo está loco compadre! Loco de atar. La gente que más tiene más quiere y busca el paraíso en este mundo. 
Sigue siendo cierto que dinero llama dinero, pero en muchas ocasiones es voz de un hábil ventrílocuo que sabe disfrazar cualquier movimiento que lo denuncie. Eso por un lado; por el otro nos hemos enfocado en alcanzar aquello que denominamos erróneamente "desarrollo" y ahora estamos más preocupados invirtiendo tiempo, tecnología, ciencia, y muchos recursos humanos y económicos para revertir los daños que esto implica. 

Concentrados en megalópolis que rebasan las posibilidades de una ciudad para mantener el equilibrio, acudiendo a ellas como atraídas por el magnetismo de un imán que nos atrae hacia la mayor oportunidad de tener éxito, de prosperar. Hacemos de ellas un verdadero desastre, y parecemos no atender signos de alarma hasta que ya nos rebasan; hasta entonces viene la respuesta a esto que poco a poco se fue generando sin que nadie intentara siquiera remediar. 

Millones de personas prefieren sufrir las calamidades de viajar como sardinas, o sufrir las penalidades de largas jornadas en tránsito, cuando tienen la suerte de circular, ser presas de neurosis, estrés, pero sentirse al mismo tiempo favorecidos por estar en ciudades donde se concentran los poderes, la economía, el desarrollo cultural. Todo aquello de lo que adolecen las ciudades del mal llamado "interior" del país, porque definitivamente lo más interior del país es la ciudad de México. 

De pilón, los que decidimos quedarnos en ciudades pequeñas, tenemos que contribuir con nuestros impuestos, de los cuales no podemos evadirnos de manera alguna, para apoyar en contingencias, y que los habitantes puedan disponer de medios de transporte veloces y económicos, e incluso gratuitos. Ahora a gastar más en revertir los daños, a seguir con esta idea de concentrarnos en unas cuantas ciudades y después ahogarnos con nuestros propios residuos. 

¿Avanzamos? ¿A esto se le llama desarrollo? México es más que ciudad de México, Guadalajara y Monterrey. Si tan solo se volviera la vista a su provincia y se buscara un desarrollo real y armónico de las poblaciones con estrategias que sean conscientes del impacto ambiental y social , que sean amigables con el entorno, que nos permitan vivir en armonía personal, familiar. Estrategias que no nos lleven a desgastarnos ni a destruir nuestro mundo, que solo es uno y nuestra vida que merece un trato más amable, un encuentro con el verdadero valor de ser humanos.

Philip Springer de 94 años interpreta la sonata "Claro de luna" de Beetoven