LAS CAMPANAS
DOBLAN
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me
afecta, porque
me encuentro unido a toda la humanidad John Donne
Quienes el
día de hoy estamos con vida, hemos ido discurriendo como agua a través del
tiempo, a ratos sin poder precisar cuándo comienza o termina el día. Los que acostumbramos a echar mano de la fantasía
para inundar de magia los espacios, a ratos nos sentimos como aquellos niños
que, dentro de casa, navegaban sobre chorros de luz dorada y fresca. En ese
cuento, que ahora hallo profético, García Márquez nos ha regalado un trozo de resiliencia, como
un pan recién horneado, que se degustará
bocado a bocado, en la historia sin tiempo de nuestro propio encierro. Ello nos salva de morir exhaustos en medio de
un desierto que, por más que caminemos, sigue luciendo inacabable a norte, a
sur, a oriente y a occidente. Es la
bendita cualidad que tienen las historias: nos permiten habitar en los espacios
mágicos que cada una de ellas crea para nosotros, lectores. Por cierto, determinada
historia provee para cada lector un relato distinto; incluso, para el mismo
lector, en diversos momentos, ofrece una
lectura diferente. Leer es visitar el
hogar de amigos muy queridos, a los que procuramos porque nos agradan. Es
conversar con ellos y a través de esos diálogos, restaurarnos.
Para
muchos el encierro ha sido desesperante, o quizá hasta deprimente. Al conocer uno de tales casos, recordé el poema de Donne
“Las campanas doblan por ti”, en cuyo título se inspiró Hemingway para bautizar su famosa novela “Por quién doblan las
campanas”, publicada en 1940. Esta obra habla del conflicto interno que padecía España
durante la Guerra Civil, algo así como un preludio a lo que unos meses después
derivaría en la Segunda Guerra Mundial.
No
pretendo hablar de la obra de Hemingway, sino del poema de Donne, el cual nos
llama a darnos cuenta de una realidad: los seres humanos estamos unidos,
independientemente de nuestra geografía.
Constituimos un mismo ser total, de modo que lo que sucede a uno de nosotros, repercute en el
resto. De momento nos remite al “efecto mariposa” descrito por Lorenz, el cual
postula que, en un espacio cerrado como el universo, la vibración de un cuerpo
genera ondas que repercuten finalmente
en algún otro punto del mismo universo.
Se cumpliría entonces, la última parte del poema de Donne: “…nunca
preguntes por quién doblan las campanas, doblan por ti.”
Es una
dolorosa realidad que, a estas alturas del partido, haya quienes no han
comprendido, o no han querido comprender, la magnitud del problema sanitario
que tenemos encima. Con la variedad de
contenidos que hay en la red, hacen suya una “verdad” que les acomode, y se
aferran a ella para racionalizar su conducta.
Tenemos ejemplos de youtuberos que dieron positivo para COVID, que
contravienen las indicaciones médicas y asisten a sitios públicos, poniendo en
riesgo a los demás. Hay quienes se
aferran a la idea de que la pandemia es un mero ardid publicitario, una especie
de montaje, con fines políticos o económicos.
Hay también quienes, como adolescentes, desafían toda norma y convocan a
eventos sociales, poniendo en riesgo –cada uno-- a su persona y a su
familia. Y –lo digo con conocimiento de
causa—personas así de irresponsables, son las que más delante, cuando acuden al
hospital con el familiar enfermo, exigen atención entre exabruptos, y atribuyen
al personal de salud las malas condiciones en que llega su paciente. Así trabaja la culpa, proyectándose hacia los
demás, porque dentro quema.
Todos
estamos conectados con el resto de la humanidad, y lo que yo haga o deje de
hacer, tiene efecto más allá de mi propia persona. Durante la semana fui
testigo de cómo las necesidades específicas de un grupo de médicos residentes
en determinado hospital, han venido siendo subsanadas por apoyos individuales y
grupales, económicos y en especie, de personas sensibles que decidieron
contribuir a la causa con generosidad y trabajo. Un fenómeno muy común en redes, cuando se da
a conocer una necesidad, es que comiencen a fluir buenos deseos, lindos emojis
y los “porfis ayuuuden”, expresiones estériles que a nada conducen. Otra cosa es definitivamente poner músculo a
esos propósitos, moverse, buscar, conseguir y resolver con hechos esa
necesidad. Fue maravilloso atestiguar,
desde primera fila, cómo en cuestión de 12 horas, no más, se fueron enlazando
voluntades, para vencer obstáculos y llegar al objetivo. Estoy segura de que cada uno de ellos ya se
ha ganado un lugar en el cielo.
Doblan las
campanas, lo hacen en todo el mundo, a lo lejos, tal vez más cerca, no dejan de
doblar. Nos llaman a reflexionar, a
revisarnos, a contar nuestras bendiciones, a ser parte de ese amor vivo que venimos
descubriendo.