La infancia es un período cuando la vida se vive a plenitud.
Como si no hubiera otro tiempo más que el momento presente. En ello radica su esplendor.
Cómo no recordar a los viejos de la familia. A los brazos amorosos
que calmaban cualquier dolor nuestro con sus apapachos. Cómo no recordar
la alegría anticipada de que llegara el sábado con los maravillosos episodios
que ocurrían en ese día de la semana: El encuentro con los primos; la visita a
casa de las tías, cada uno con su dosis de sorpresa y descubrimiento.
Quienes hoy somos mayores albergamos dulces memorias de esos
tiempos: Los cuentos de la abuela; el paseo con la familia; la sana
convivencia; el asombro que nos provocaban las cosas más simples que ahora
pasamos por alto.
Transcurre el tiempo y vamos empolvando y desestimando esos dulces
recuerdos que forman parte de nuestro yo más profundo. Los momentos que
afinaron nuestros sentidos para aprender a disfrutar la vida más delante,
cuando las circunstancias nos obligan a mantener un rostro adusto y hasta
desconfiado frente a los demás.
Durante la infancia no prevalecen los prejuicios: Miramos a los ojos de otros niños y sonreímos. Poco o nada nos fijamos en esos elementos que más delante se convierten en motivo de diferencias sociales y discriminación. El espíritu del pequeño está muy cerca del Creador; no ha aprendido acerca de los distingos que, posteriormente, hacemos unos de otros.
Hay instantes que nos remontan a esos dulces tiempos: La ternura
de una caricia de los abuelos; la emoción de la lluvia que comienza a caer
cualquier sábado por la tarde; la sensación que provoca un algodón de azúcar en
nuestra boca tras el primer bocado. Son las cosas simples que vuelven a
la infancia ese tiempo mágico en el que el juego nos lleva a sentir que somos
capaces de cualquier cosa. Soñamos con qué vamos a ser "de
grandes", ansiamos que el tiempo pase para lograrlo. Una vez que
somos mayores desearíamos con el alma vivir el desenfado de la infancia que
ha quedado atrás.
Es tiempo de memorias y tareas. En este Día del Niño hay
permiso para rememorar; para gozar con los niños como ellos hacen. Los
restantes 364 días del año nos corresponde, en nuestro papel de adultos,
trabajar porque nuestros niños de hoy, cuando tengan nuestra edad y abran la
castaña de las más dulces memorias, puedan evocar nuestra presencia como algo
bueno.
¡Feliz Día del Niño!