Todo cambio genera un cimbramiento del sistema. Un cambio de gobierno no escapa a este principio. Las primeras tres semanas del mandato de López Obrador así lo han demostrado. En mi particular opinión encuentro tan ambicioso su proyecto de nación, que no va a alcanzar ni el tiempo ni el dinero para consolidarlo. Además de que la corrupción, integrada como parte de la estructura que sostiene todo lo demás, no puede cortarse de tajo sin que el sistema completo corra riesgo de caer. Aclaro, soy la primera en catalogar a la corrupción como un mal terrible para México, que --por desgracia-- se halla tan arraigado, que no alcanza el qué y el cuándo para lograr que se extinga.
A lo que voy --sin embargo-- es a hablar del asunto de la inseguridad. El hoy presidente, estando en campaña aseveró que quitaría al ejército de las calles; ahora parece que siempre no, a causa de la inseguridad. Por otra parte le da un significativo recorte a la cultura, inicialmente fue a la educación superior y a la cultura. Por fortuna dio marcha para atrás con la reducción presupuestal para la educación superior, pero mantiene el recorte al rubro de cultura, y a ello me quiero enfocar hoy.
Diversos países con mayor desarrollo que el nuestro se han ocupado en implementar programas de sensibilización artística, a partir del momento en que un niño ingresa a maternal. El pequeño tiene algunas opciones de disciplinas, como pueden ser música, danza o artes plásticas, por citar algunas. A lo largo del tiempo se han implementado diversos estudios que demuestran que el aprovechamiento general del niño mejora debido a esta intervención. Por tal razón no escatiman en destinar presupuestos significativos para esta preparación extracurricular. En contraste, pareciera que en México esos gastos, lejos de ser vistos como una inversión, se asumen como rubros onerosos que pueden eliminarse, para reorientar tales dineros a otros propósitos considerados como más urgentes.
La inseguridad es un problema mayúsculo en México. Recientemente tuve oportunidad de asistir a un foro en el que participaron Sergio Ramírez y Gioconda Belli, quienes dieron cuenta de primera mano de la situación vigente en Nicaragua, a partir de abril de este año cuando las manifestaciones pacíficas organizadas por civiles se tiñeron de sangre. Ellos hablaban de algo así como 146 muertos, una enorme tragedia para un país tan pequeño que no está acostumbrado a conflictos con sangre, al menos no en los últimos 20 años. Alguien del público quiso desdeñar las palabras de los escritores argumentando que eso no era nada en comparación con los 300,000 muertos que ha cobrado en México la mal llamada guerra contra el narcotráfico. Fue una descortesía de quien así lo expresó ante dos figuras extranjeras de ese nivel, pero finalmente hay que reconocerlo, en México la muerte tiene permiso de hacer lo que se le venga en gana.
Es en este escenario dantesco del que sólo la suerte nos salva hasta ahora, todos, como mexicanos, tenemos que preguntarnos si incrementar la presencia de fuerzas militares en las calles realmente va a resolver el problema, cuando a la par, se deja desatendido el origen del mismo.
México vive una crisis de valía. Se carece de elementos que fomenten el desarrollo de la autoestima desde la infancia. Las figuras parentales no son lo fuertes que deberían para que el muchachito crezca sintiéndose reconocido, importante y útil a la sociedad. Por desgracia es muy común que el niño lo haga como plantita silvestre, a la buena de Dios, echando mano de los modelos que tiene próximos a él, generalmente niños de su edad o mayores. La pandilla hace lo propio para cubrir en ese chico el sentido de pertenencia. La necesidad de formar parte de algo superior a su sola persona es tal, que se adhiere al grupo a cualquier precio, sirviendo --por desgracia-- como carne de cañón para la delincuencia organizada.
Mientras que no rompamos ese círculo vicioso, no va a ocurrir un cambio de raíz en la inseguridad. Quitar recursos a la cultura y sus bondades, es mantener la espiral de violencia en nuestro país. De ese modo no hay elementos que apuesten por la formación de individuos seguros de ellos mismos, que busquen enfocarse en alcanzar la maestría en algún quehacer, y que ese quehacer les haga sentirse valiosos frente a la sociedad. Mientras no entendamos que la paz y la guerra nacen en el corazón del hombre, seguiremos como hasta ahora, “apagando fueguitos” a un costo social y económico insostenible.
La violencia es generada por la contraviolencia, como respuesta a la violencia proveniente de los demás, dice Jean Paul Sartre. Más vale no desestimar sus palabras.