domingo, 10 de julio de 2016

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

CUESTA ARRIBA
Ahora me viene a la mente aquel pequeño cuento narrado por Carlos Kasuga, de un gorrioncito que, ante el avasallador incendio del bosque,  mientras los otros animales huyen despavoridos,  comienza a mojar su pico y sus alas en el río para luego sobrevolar el incendio dejando caer algunas gotas sobre el fuego voraz una y otra vez. En medio de su agotador vuelo  es abordado por el jaguar, quien cuestiona sobre  qué sentido tiene hacer lo que hace, si con ello no va a apagar el incendio, a lo que el gorrioncito replica que, ya que el bosque le ha dado todo lo que él tiene, siente lealtad hacia el mismo, y que sin importar lo que suceda, va a tratar de salvarlo.  Termina la historia cuando los dioses, conmovidos por la actitud del pajarillo, dejan caer una tormenta sobre el bosque, con lo que finalmente se extingue el fuego y la vida recomienza para todos sus moradores.
   Así sucede a veces, sobre todo en el convulso México que nos ha tocado vivir, no una sino muchas veces nos preguntamos qué sentido tiene esforzarnos por ir cuesta arriba, por cumplir la norma cuando tantos no lo hacen; actuar con honestidad, si la deshonestidad se ha convertido en la regla en diversos sectores de la población, o ser corteses cuando tantas veces la respuesta a tu gesto amable es un sopapo que nos descorazona…
   Hay ratos cuando nos preguntamos por qué, o para qué seguir escalando la montaña, cuando la vía más fácil es precisamente de bajada, lo que no implica mayor esfuerzo…O qué sentido tiene hacer las cosas como hasta ahora, cuando resulta que eres  tomado en cuenta en  la medida en que sirvas a las necesidades de otros, y cuando de  lo tuyo personal se trata, te las has de ver solo por el camino, porque nadie parece dispuesto a darte una mano.
   Los grandes problemas macroeconómicos y sociales del país  tienen su repercusión en lo pequeño, en el hogar, en las relaciones interpersonales que de alguna manera resultan afectadas.  La inseguridad que sentimos en las calles provoca una desazón que finalmente acarreamos a los círculos más cercanos,  y lesiona nuestra interacción con otros.  El observar como parte del panorama urbano tal cantidad de uniformados de las distintas corporaciones militares y policíacas no deja de mandar un mensaje que rompe la tranquilidad del espíritu; en las calles hay una guerra silenciada, una sucia guerra de intereses, que contrapuntea a los hermanos convirtiéndolos en enemigos, hasta sentir cómo la zozobra acomete sobre todos nosotros y la desesperanza se instala en nuestro pecho.
   Así como la ciudad más limpia es, no la que más se asea sino la que menos se ensucia, de igual manera la ciudad más tranquila no es la que tiene más medidas de seguridad, sino la que menos las necesita. En lo personal –debo confesar—sí me afecta sentir que a los ciudadanos se nos trata como delincuentes en potencia, y que se ha perdido esa confianza que hasta hace algunos años campeaba en nuestras poblaciones.  Probablemente esta percepción particular   se deba a que, por cuestión de mi edad, puedo comparar el México de mis años mozos con el actual, y el contraste es del cielo a la tierra.
   Pero en fin, en medio de este caos que a ratos se vuelve aún más terrible, se trata de encontrar motivos para seguir esforzándonos por actuar dentro del orden, cuando lo más sencillo es no hacerlo, al fin que parece que da lo mismo cumplir o no cumplir.
   Viene a mi mente --¡bendita literatura!—el pensamiento de Viktor Frankl quien, luego de pasar algunos años en varios campos de concentración, halló la suficiente cordura para sobrellevar esas terribles condiciones de vida centrado en un solo propósito: Salir con vida para poder publicar su libro cuyo apunte llevaba escrito en un pequeño fragmento de papel, enrollado y metido en la bastilla de su uniforme de prisionero.  Esa idea, junto con la de volver a reunirse con su amada esposa –algo que finalmente no sucedió, pues ella sí murió en otro campo—fueron los elementos que lo mantuvieron con vida todo ese tiempo.
   Dentro de su obra nos deja un mensaje claro: Las adversidades y el dolor van a existir siempre, pero no nos van a arredrar, en la medida en que mantengamos en nuestra mente y en nuestro corazón un propósito, un proyecto de vida que nos permita seguir adelante.
   Hoy me tomo de la mano de esas dos figuras, el gorrioncito de  Kasuga y el espíritu de Frankl para recuperar y mantener ese entusiasmo por hacer bien las cosas, así nadie se percate de que lo hago, o incluso haya quienes  tergiversen mi intención con sus palabras.  Sea mi propósito la tranquilidad de llegar un día al término de mi existencia sin tener tantas cuentas pendientes con la vida. Y sobre todo, dejar testimonio a mis hijos de que escalar la cima, si bien implica dificultades, templa el espíritu, y que cuando termina nuestra estancia terrenal, la vista desde la cima habrá valido la pena.

VERSOS ROJOS por María del Carmen Maqueo Garza

De rojo se pinta mi país, de rojo. 
Ya nada es sólo blanco, ya nada es sólo verde.
El rojo salpica  las vidas, las conciencias,
los selectos círculos sociales.
Tiñe bolsillos, carteras,
el traje nuevo del incorruptible
que se postra de hinojos en el templo.
Rojos son los cuentos infantiles, las canciones de cuna;
rojas las calles, rojos los parques.
Rojo cada estruendo, cada sobresalto,
a partir  de la hora cuando nos volvimos
rehenes de nuestros propios miedos.
Rojo el color del dinero fácil
que todo compra, el que mancha
las manos más pulcras.  
De la cámara que atrapa verdades
se torna  el lente rojo
                                               antes de estrellarse en mil pedazos. 
Rojo el color de la tinta  del poeta
que se niega a apagar su voz
mientras augura: “larga vida a la esperanza”.

 Quiero dormir, el rojo penetra hasta mis sueños
más íntimos. En una noche de verano
lo transpiran mis poros, mancha la  almohada.
El rojo se halla suspendido en el aire
que todos respiramos.  Nace el niño, llora,
lo primero que entra a su ser, una gran bocanada
de rojo absoluto, ineluctable
para la vida que le toque vivir, sea  larga o corta,
un albur, ya nadie puede predecirlo.

Neruda, tú escribes versos tristes, yo escribo versos rojos,
para afirmar: “Puedo escribir los versos más rojos esta noche”,
y cada mañana, y todas las tardes. Puedo  también llorar
lágrimas rojas, y terminar diciendo:
“…Aunque sea éste el único color que mi país me causa,
y estos los últimos versos que le escribo.”




The Piano Guys interpretan Música inspirada en la 5a de Beethoven.

"No solo practiques tu arte sino que ábrete camino a sus secretos, porque ello y el conocimiento pueden elevar al hombre a lo divino." L.V.B.

El aula: Poema de Renato Leduc (1897-1986)


El maestro de griego nos decía: Las palabras
macularon su antigua pureza. Las palabras
fueron antes más bellas... Las palabras...

Y la voz del maestro se quedaba prendida
de una tela de araña.
Y un muchacho con cara de Hamlet repetía:
Palabras... Palabras... Palabras...

Pequeños refranes: El que calla otorga.
Oh amada,
que calzas tus frases con chanclos de goma,
pero nunca otorgas.

¿Conoces la nueva?
El silencio es oro, la palabra es plata.
Ergo, pignorables.
Y existen palabras que solo se dicen
en casos fortuitos,
como la palabra del Abracadabra...

El maestro sigue diciendo palabras.
El arte... la ciencia...
Algunas abstrusas, algunas preclaras.

El muchacho con cara de Hamlet, bosteza;
y fuera del aula,
un pájaro canta
silencios de oro
en campo de plata...

CODA: Una muerte inútil, nostalgia de una vida.

A propósito del próximo natalicio de Pablo Neruda




El Derecho al Delirio de Eduardo Galeano


Gracias, Víctor por tu sugerencia.