EN EL ESPEJO O POR EL TRABAJO
Los eventos de la semana bien podían ser partes de una
novela negra. Así –en este tono—parece
escribirse la historia de México en los últimos tiempos.
“Los diablitos”,
pre-adolescentes asaltantes profesionales en la ciudad de México no pueden ser
procesados. Ni siquiera se contempla
llamar la atención a sus padres, quienes califican los delitos de sus hijos como “travesuras”.
En las
instalaciones de la UNAM los porros atacan a estudiantes que se manifestaban pacíficamente. Durante 50 años –al menos—estos agitadores
han hecho de las suyas. Nadie parece
poder contenerlos, de modo que su coto de poder aumenta. Un caso notable es la toma del Auditorio Justo
Sierra, de la Facultad de Filosofía y Letras, que desde el 2000 –tras su
toma—cambia de nombre a “Ernesto Che Guevara”, para convertirse en centro de
operaciones de grupos facciosos. Circula
un video en el cual uno de estos grupos somete a un contingente estudiantil a
choques eléctricos dentro de un cuerpo de agua.
Lo increíble es que los vigilantes de la propia universidad –según las
imágenes—lejos de actuar para controlar la violencia, alientan y protegen a los
delincuentes. Ahora el rector Enrique
Graue destituyó al coordinador operativo
de la UNAM. Esperemos que sea el
inicio de la desarticulación de una mafia maligna como hidra.
En el estado de Veracruz descubren una nueva fosa,
con 166 cráneos humanos. A ratos siento
que por estas masacres y enterramientos masivos estamos superando los
genocidios nazis. La imaginación me lleva
a visualizar cómo habrán asesinado seres humanos, luego cargaron los cuerpos en
cajas de vehículos motorizados, para finalmente descargarlos en fosas clandestinas
del demonio, como si todos esos seres humanos jamás hubieran existido.
El elemento que
prevalece en los tres casos mencionados es el vacío de autoridad. Maquillado como proteccionismo, paternalismo o supina
ignorancia, pero en el fondo es una incapacidad para ejercer la autoridad,
trabajo por el que cobran un sueldo.
Los mexicanos
somos muy dados a la complicidad. Vemos
a alguien cometiendo un ilícito y actuamos, desde fingir que no nos damos
cuenta, hasta la sonrisa socarrona de complicidad, con el mensaje: “Bien por
ti”. Sucede en sitios públicos, sucede
en los aparatos de gobierno, en el sistema escolarizado y demás. La voz crítica que surge señalando aquella
falta será acallada, o al menos marginada, reprochándole su rigidez y falta de solidaridad
El Dr. Ángel
Martínez Maldonado (+), delegado del IMSS en Coahuila, mi jefe años atrás,
ponía un ejemplo muy simple: “Si el de arriba permite que los de abajo roben,
es porque está involucrado”. Frase que
tiene aplicación en muy diversos campos del quehacer humano. Tal vez, por otorgar el beneficio de la duda
a algunos, diríamos, “O roba, o es incapaz de ejercer el mando.” Y como –por desgracia—muchos puestos se
otorgan por factores ajenos a la capacidad de un individuo para ejercerlos, el
problema está lejos de controlarse.
Apoyar a los
padres de los “traviesos” que asaltan en lugar de terminar la primaria, es una
forma de perpetuar el problema, de englobarlo en eufemismos, de actuar en
contra de la justicia social. Los chicos seguirán delinquiendo, los padres
fingiendo, la sociedad padeciendo, y lejos de cambiar, el asunto se habrá
agravado.
¿Se requerirá
blindar el hermoso campus de la UNAM para desterrar porros? ¿Qué no habrá
manera de vigilar el movimiento humano dentro de las instalaciones; detectar
elementos ajenos al estudio, y ejercer las acciones necesarias para
retirarlos? Pero sobre todo, llegar al núcleo del asunto. Si estos facciosos están ahí, no es por
convicciones doctrinarias sino por beneficios económicos. Entonces habrá que investigar quién los
subvenciona, con cuál dinero y por qué razón.
Muy doloroso
concluir que en ciertas regiones del país hay sembrados más huesos que granos
de maíz, y que pese a ello no hay una sistematización científica competente
para agilizar los trámites forenses de identificación. Miles de familias peregrinan en busca de sus
muertos y desaparecidos, y no hay manera de responder a sus terribles interrogantes. Como si fueran dolientes de
segunda o de tercera, sin derecho a cerrar círculos y llorar a sus muertos de forma digna.
Los economistas
podrán señalar al Neoliberalismo. Los
profesionales de la salud mental al narcisismo.
Los tecnólogos a las redes sociales.
Yo –simple humana-- pienso que los afanes de poseer y de figurar nos han
vuelto crueles en nuestra indiferencia hacia las causas ajenas. Como la madrastra de Blanca Nieves, ocupamos
la vida en hacer preguntas huecas al
espejo, en lugar de trabajar por un México mejor para todos.