COMO
UN ESPEJO
Las almas tenían miedo y
espiaban por un resquicio, la rota eternidad.
Marosa di Giorgio
Solo
es a través del tiempo, como entendemos que la humanidad avanza por etapas. Partimos de las primeras civilizaciones de la Prehistoria, como recolectores y cazadores. Más delante viene la antigüedad, desde Mesopotamia
y Egipto, para llegar a los Griegos, seguidos del Imperio Romano. Esa primera etapa avanza progresivamente
hacia la Edad Media y el Renacimiento, y posteriormente al Barroco, etapa con
la que nos sentimos más identificados los habitantes del Tercer Milenio. Entre ese tiempo y el actual se siguieron
movimientos revolucionarios grandes y pequeños alrededor del mundo que, pese a
los avances científicos y tecnológicos modernos, no han cesado.
Haciendo
alusión al epígrafe de la escritora uruguaya, pareciera que los tiempos que
atravesamos nos van envolviendo más en esa sensación de rota eternidad que a ratos hallamos
irrespirable. Como si las ambiciones
del ser humano sobre el planeta tuvieran tal urgencia, que nos volviéramos
capaces de cualquier cosa, con tal de conseguir más y más elementos en el plano
material. Vemos figuras de autoridad
propuestas a ampliar su poder, a perpetuarlo, a cualquier precio. Los intereses políticos pasan por encima del
valor de la vida y la familia, y las faltas de cálculo en la estrategia causan
pérdidas humanas, como parece ser el caso en el hospital recién bombardeado hace
días en Gaza. El sufrimiento que
atraviesan los afectados y los deudos se convierte en cifras en el papel y
luego se archiva, como si convertido en estadísticas perdiera su gravedad.
Escenas
similares se han vivido a raíz de la invasión rusa a Ucrania; en varios países
centroamericanos y del Cono Sur, y ahora en México, donde hay regiones
controladas por el crimen organizado, con su cuota diaria de homicidios
dolosos.
Tenemos,
pues, que preguntarnos qué sombras
vienen poblando nuestros corazones para actuar, unos con absoluta crueldad,
otros con total indiferencia frente a lo que ocurre. Qué nos ha llevado como humanidad a este
marasmo espiritual de cara a las grandes tragedias humanas que se viven día a
día. Cada uno tiene todo el derecho a
hacer su personal lectura de la realidad.
La mía inicia con el aislamiento:
Por causas socio económicas la familia pasa la mayor parte del día fragmentada,
en el mejor de los casos conviviendo para funciones elementales como comer y
dormir. En muchos otros casos ni
siquiera en estos momentos. Los horarios
y las distancias exigen estar fuera de casa la mayor parte del día. Afortunadas las familias que se proponen
ratos de convivencia activa para hablar y ser escuchados; para compartir y
crecer.
Un
elemento que señalan los modernos estudiosos como factor predisponente para las
conductas violentas es la falta de contacto con la naturaleza. La urbanización tiende a la construcción de
casas con poco o ningún espacio para sembrar en el predio familiar. Afortunadamente existen sitios públicos
que suplen esta función de acceso a la
naturaleza, pero no todas las familias los aprovechan. Un elemento adicional, que nos sustrae de forma
significativa de la vida más allá de nuestro espacio vital es el uso de la
tecnología digital. Hay un estudio
interesante publicado por la UNICEF en el 2017 que habla sobre niños en un
mundo de tecnología digital. Dentro de los daños que el estudio señala se
incluyen los que tienen que ver con asuntos de pornografía infantil y ciberacoso,
fundamentalmente. Solo se menciona de
manera superficial lo que ahora, sobre todo después de la pandemia, se ha
desarrollado en niños usuarios de Internet: Depresión y ansiedad.
El
papel que juegan los amigos en el desarrollo emocional de niños y jóvenes
resulta fundamental. El que un menor
sienta que el grupo lo acepta y lo acoge, contribuye en mucho al desarrollo de su inteligencia emocional. De alguna forma, el acompañamiento que la
familia no puede hacer en forma efectiva
llega a ser cubierta por el grupo de amigos. De otra manera el chico puede percibir que
está solo en el mundo, sensación que genera emociones negativas que explotarán
tarde o temprano.
Como
ciudadanos del mundo es deber de todos asomarnos a los conflictos de nuestros
tiempos, para tratar de entender el germen de estos. Descubrir qué elementos mueven a sus
personajes a actuar de una u otra forma, qué los lleva a poner sus propios
intereses por encima del bienestar colectivo, el respeto a sus semejantes y la
paz. Luego revisemos nuestras propias
motivaciones, nuestros recursos para analizar, por una parte, qué de lo propio
exacerba el conflicto, y por la otra qué puedo hacer para apagarlo.
El
mundo allá afuera es un fiel espejo del propio corazón. No lo olvidemos.