domingo, 22 de octubre de 2023

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

COMO UN ESPEJO

Las almas tenían miedo y espiaban por un resquicio, la rota eternidad.

Marosa di Giorgio

Solo es a través del tiempo, como entendemos que la humanidad avanza por etapas.  Partimos de las primeras civilizaciones de  la Prehistoria, como recolectores y cazadores.  Más delante viene la antigüedad, desde Mesopotamia y  Egipto, para  llegar a los Griegos, seguidos  del Imperio Romano.   Esa primera etapa avanza progresivamente hacia la Edad Media y el Renacimiento, y posteriormente al Barroco, etapa con la que nos sentimos más identificados los habitantes del Tercer Milenio.  Entre ese tiempo y el actual se siguieron movimientos revolucionarios grandes y pequeños alrededor del mundo que, pese a los avances científicos y tecnológicos modernos, no han cesado.

Haciendo alusión al epígrafe de la escritora uruguaya, pareciera que los tiempos que atravesamos nos van envolviendo más en esa sensación de  rota eternidad que a ratos hallamos irrespirable.   Como si las ambiciones del ser humano sobre el planeta tuvieran tal urgencia, que nos volviéramos capaces de cualquier cosa, con tal de conseguir más y más elementos en el plano material.   Vemos figuras de autoridad propuestas a ampliar su poder, a perpetuarlo, a cualquier precio.  Los intereses políticos pasan por encima del valor de la vida y la familia, y las faltas de cálculo en la estrategia causan pérdidas humanas, como parece ser el caso en el hospital recién bombardeado hace días en Gaza.   El sufrimiento que atraviesan los afectados y los deudos se convierte en cifras en el papel y luego se archiva, como si convertido en estadísticas perdiera su gravedad.

Escenas similares se han vivido a raíz de la invasión rusa a Ucrania; en varios países centroamericanos y del Cono Sur, y ahora en México, donde hay regiones controladas por el crimen organizado, con su cuota diaria de homicidios dolosos.

Tenemos, pues, que preguntarnos qué  sombras vienen poblando nuestros corazones para actuar, unos con absoluta crueldad, otros con total indiferencia frente a lo que ocurre.  Qué nos ha llevado como humanidad a este marasmo espiritual de cara a las grandes tragedias humanas que se viven día a día.  Cada uno tiene todo el derecho a hacer su personal lectura de la realidad.  La mía  inicia con el aislamiento: Por causas socio económicas la familia pasa la mayor parte del día fragmentada, en el mejor de los casos conviviendo para funciones elementales como comer y dormir.  En muchos otros casos ni siquiera en estos momentos.  Los horarios y las distancias exigen estar fuera de casa la mayor parte del día.   Afortunadas las familias que se proponen ratos de convivencia activa para hablar y ser escuchados; para compartir y crecer.

Un elemento que señalan los modernos estudiosos como factor predisponente para las conductas violentas es la falta de contacto con la naturaleza.  La urbanización tiende a la construcción de casas con poco o ningún espacio para sembrar en el predio familiar.  Afortunadamente existen sitios públicos que  suplen esta función de acceso a la naturaleza, pero no todas las familias los aprovechan.  Un elemento adicional, que nos sustrae de forma significativa de la vida más allá de nuestro espacio vital es el uso de la tecnología digital.  Hay un estudio interesante publicado por la UNICEF en el 2017 que habla sobre niños en un mundo de tecnología digital. Dentro de los daños que el estudio señala se incluyen los que tienen que ver con asuntos de pornografía infantil y ciberacoso, fundamentalmente.  Solo se menciona de manera superficial lo que ahora, sobre todo después de la pandemia, se ha desarrollado en niños usuarios de Internet: Depresión y ansiedad.

El papel que juegan los amigos en el desarrollo emocional de niños y jóvenes resulta fundamental.   El que un menor sienta que el grupo lo acepta y lo acoge, contribuye en mucho  al desarrollo de su inteligencia emocional.  De alguna forma, el acompañamiento que la familia no puede hacer en forma efectiva  llega a ser cubierta por el grupo de amigos.   De otra manera el chico puede percibir que está solo en el mundo, sensación que genera emociones negativas que explotarán tarde o temprano.

Como ciudadanos del mundo es deber de todos asomarnos a los conflictos de nuestros tiempos, para tratar de entender el germen de estos.  Descubrir qué elementos mueven a sus personajes a actuar de una u otra forma, qué los lleva a poner sus propios intereses por encima del bienestar colectivo, el respeto a sus semejantes y la paz.  Luego revisemos nuestras propias motivaciones, nuestros recursos para analizar, por una parte, qué de lo propio exacerba el conflicto, y por la otra qué puedo hacer para apagarlo.

El mundo allá afuera es un fiel espejo del propio corazón.  No lo olvidemos.

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