POR UNA VIDA DIGNA
Un buen amigo me recomendó la lectura de un ensayo de
Esteban Salomón aparecido en la revista Nexos del pasado agosto 26, bajo el
título: “Especialistas de la violencia”.
Habla de tres autores fundamentales para entender los niveles que este fenómeno ha alcanzado en
México. Lo primero con lo que me topo es una verdad que, así de obvia como
resulta, jamás había pasado por mi mente frente a la concepción popular de
sicarios como máquinas de matar: Dentro de cada uno de ellos hay un ser humano con
familia por la cual teme frente al caos generado entre grupos armados. De
ninguna manera me voy al extremo maniqueo de abrazar y apapachar criminales,
pero eso sí, no deja de sorprenderme que sean ellos mismos quienes solicitan
lineamientos que les permitan desarrollar sus actividades ilícitas de un modo
previsible, para no exponer a sus seres queridos.
El trabajo de Esteban Salomón presenta una panorámica de los
últimos ochenta años en México, que va
desglosando la forma como los actuales carteles criminales tuvieron su
origen y se expandieron, siempre contando con la complicidad de las autoridades,
sin cuya participación no habrían sido posibles los alcances que hoy tienen. Más allá del trasiego de drogas los grupos
criminales han ido diversificándose.
Justo cuando esto preparo tiene algunas horas instalado un bloqueo de transportistas
en la carretera México-Pachuca, como protesta por los cada vez más elevados
cobros de cuotas de extorsión. A ello se
suma una carga importante de actividades fuera de la ley que suceden
impunemente día con día, a lo largo y ancho del territorio nacional. Y como dice el refrán popular: cómo estará
la perra de brava, que ya los propios carteles solicitan una regulación entre
ellos mismos para salvaguardar a sus propias familias. Es en situaciones como esta que nos tienta la
vista la idea de un feroz control de criminales, al estilo de Bukele en El
Salvador.
Hablando de los maras salvatruchas, en estos días leía una
crónica de Alma Guillermoprieto. Uno de sus primeros trabajos periodísticos lo
desarrolló en El Salvador; treinta años después regresa a ese país y escribe para
Letras Libres. Su primera impresión como visitante es cuánto ha cambiado el
panorama desde que ella, siendo una periodista novel acudió a conocer el
problema de primera mano y lo que era el Frente Farabundo Martí de Liberación
Nacional (FMLN), guerra que a inicios de los años noventa habría acumulado un
promedio de 70,000 muertes.
Guillermoprieto describe cómo, en su momento, fue obteniendo información
de parte de los grupos criminales, lo que arroja datos terribles. Dos que me impactaron son que, si los
familiares de una persona secuestrada no pagaban el rescate dentro de las
primeras 24 horas, era asesinada. La
ejecución solía quedar a cargo de jovencitos a quienes condicionaban para la
normalización de la violencia. Narra una
escena de novela negra: Un grupo de adolescentes asesina a la víctima alrededor
de cuyo cuerpo se sientan a platicar como si nada hubiera sucedido.
Más delante habla del futuro que espera a esos jóvenes
sicarios: Si intentan salir de tal vida y rehabilitarse, serán muy pocas las
puertas que encuentren abiertas para forjarse un porvenir. En cambio, por el camino del crimen
organizado, bien pueden aspirar a ascender dentro de la jerarquía hasta jefes
de plaza, con sus respectivas canonjías.
Su promedio de vida está alrededor de los 30 años.
La descomposición social en México ha trastocado muchos
códigos que hasta hace algunos años mantenían un relativo orden dentro del
mundo delincuencial. Salvo casos
excepcionales, a las mujeres y a los niños no se les tocaba en esos ataques
armados. Hoy en día priva la total falta
de respeto en tales situaciones, lo que explica por qué los propios sicarios
demandan un orden dentro del caos asociado al crimen organizado.
La crónica de Guillermoprieto termina con la entrevista de un
joven que debía cumplir una sentencia de 50 años en prisión. A pregunta expresa de la entrevistadora, él
manifiesta su estado de ánimo con las palabras “Aquí yo me siento bien. Esta es
mi casa”.
Ocasión para reflexionar qué oportunidades estamos dando en
México a nuestros jóvenes. Si realmente están aprendiendo un oficio que les
permita incorporarse al sector productivo. Que aspiren a tener una vida
tranquila, a pensar en formar una familia y ver crecer a sus hijos. Preguntarnos si los programas que se han
venido teniendo hasta ahora realmente
articulan la capacitación con la ocupación, o si se han vuelto modos de mantener
bajo control determinados sectores de la población, sin el objetivo de facilitar
que cada uno de ellos pueda labrarse un futuro prometedor. Uno que le provea de la feliz convicción de que se
vale soñar.