domingo, 15 de abril de 2018

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

#YO TAMBIÉN
El caso de Luis Alberto Pérez,  ortopedista pediatra acusado en Oaxaca por el delito de homicidio con dolo eventual es un claro ejemplo de las inconsistencias del sistema.  El niño es llevado a un hospital del Sector Salud donde  no cuentan con lo necesario para la cirugía requerida.  Lo movilizan a un nosocomio particular, entra a cirugía, durante la misma surge una reacción alérgica grave y el niño fallece.
     Desde prisión el doctor Pérez  publicó una carta a través de la cual él hace un recorrido literario de lo que fue su preparación profesional, desde que aspiraba a ingresar a la carrera de Medicina.  La leí y me identifiqué con cada etapa de su formación, los años de estudio en aula; el pregrado; el servicio social: los años de especialidad.  Me hizo recordar además, un episodio de mi vida en el que yo también fui #Luis, aunque en mi caso las cosas no avanzaron a los niveles que   padeció el compañero.
     Durante un par de años ocupé la Dirección Médica del  Hospital General de Zona y la Unidad de Medicina Familiar del IMSS en Piedras Negras. Mis dos hijos eran muy pequeños entonces, y la responsabilidad del puesto no me permitía atenderlos como se requería, así que regresé a ocupar mi base de pediatra. Poco tiempo después, ocurrió un accidente en la sala de Pediatría.  Un niño al que la auxiliar de Enfermería iba a bañar  activó la palanca del agua caliente  y se quemó parte del  cuerpo. Siendo yo  responsable de la sala,  hablé con la mamá, le expliqué lo que había sucedido y le detallé el manejo hospitalario que daríamos a las quemaduras.   Esto ocurrió en el verano; el cubículo del paciente se sentía muy caliente, en particular por las tardes, de modo que  la madre me pidió que le autorizara llevarse al niño a casa.  Tras un par de días, terminados los antibióticos intravenosos, accedí a darlo de alta con medicamento oral, vendajes en las áreas de las quemaduras,  y  el firme compromiso por parte de la madre  de llevarlo diariamente a curación.
     En cuanto la madre salió del hospital con su niño,  se fue  a los medios de comunicación a señalarnos a la enfermera y a mí de criminales.    Días después me llegó un citatorio para comparecer ante Ministerio Público.  Un abogado –buen amigo—se ofreció  acompañarme. Tomaron mi declaración, expliqué en qué términos había dado de alta al paciente, lo que –para mi fortuna—estaba   documentado en el expediente médico.  En seguida me pidieron esperar afuera de aquella oficina,  lo que se prolongó toda la tarde;   en un par de ocasiones asomó la cabeza el amigo abogado para decirme que insistían en fincar cargos en mi contra.  En esos tiempos el MP estaba a la entrada de la antigua cárcel municipal, de modo que durante aquella larga espera la imaginación me jugaba chanzas, ya me veía yo ocupando una de aquellas celdas y mis hijos preguntando a su papá por qué  mami no había vuelto a casa.  Más delante pude enterarme que detrás de aquel procedimiento judicial manido había otro tipo de intereses en juego. La acusación finalmente  no progresó, y pude regresar  a casa a las 9 de la noche.
     Desde esa perspectiva autobiográfica  entiendo muy bien lo que pasó el doctor Luis Alberto, quien afortunadamente ya sigue su proceso en libertad. Él obró con la mejor voluntad para resolver un problema quirúrgico urgente.  Es terrible que una criminalización como esa  suceda a un profesional médico, en tanto las grandes carencias en el área de la salud están desatendidas.  Se exige que el profesional de la salud trabaje al 100%, sacando adelante la atención de los pacientes, cuando tantas veces no hay suficiencia en instalaciones, equipos o  insumos.  ¿Cómo es posible que la ley funcione de un modo para unos asuntos y de otro modo para los restantes? Por  ningún concepto se justifica  considerar bajo el término “negligencia médica” deficiencias en la atención de pacientes por causas ajenas a la actuación médica. Por otra parte, no es posible  criminalizar a los profesionales de la salud por eventos cuya aparición escapa totalmente de la voluntad de  quienes participan en un procedimiento  médico.
     Se requieren   modificaciones  para tipificar los delitos de la práctica médica por la vía civil –y no penal--,  como está normado en otros países. No es posible que el médico arriesgue todo en el desempeño de su práctica profesional, mientras que  las instituciones actúan engañosamente, escatimando recursos indispensables para la atención de los pacientes.  En este caso concreto, cuando el accidente del helicóptero del gobernador Murat, el doctor no dudó por un momento en atender a los heridos fuera de su horario de trabajo. ¿Y así es como  le pagan?...
     México necesita un  saneamiento exhaustivo de sus instituciones.  Este es  buen momento para comenzar a hacerlo.

MILA por María del Carmen Maqueo

MILA
Por prescripción médica
para evitar suicidios y otras cosas
en las que luego le da a la gente por pensar,
todo niño debe contar en su vida
con una abuela, uno de esos seres
maravillosos, benditos mensajeros de Dios,
como suave yerba que acaricia
en el justo momento cuando sea necesario.
Una abuela, o tal vez una nana
que se hable de tú con las galaxias
y no tema volar. A la que ha enseñado
la vida con sus golpes grandes y pequeños,
el sabio arte de reír a carcajadas
con risa de sandía por las cosas más simples.
Una hermosa mujer consentidora y cómplice,
con su colección de insignias en la cara,
de esas que se pliegan
con cada risa clara que sale de su pecho.
Una abuela o una nana que podría llamarse Mila
que te cuente historias, que te coma a besos
que destierre fantasmas, y que borre feas marcas
de nacimiento con un alud de mimos.
Todo niño tiene derecho a una infancia feliz,
a sentirse amado porque sí, sin ningún requisito.
Tiene derecho a reír, a fallar, a distraerse,
a mancharse la ropa, a besar al perro,
a odiar las verduras y el domingo en la noche.
Pero sobre todas las cosas, un niño tiene derecho
a una abuela o a una nana que podría llamarse Mila
para creer firmemente que el cielo
se reparte a domicilio como pizza,
cada vez que viene con su atado de estrellas
a bendecir la historia de ese niño
con un brillo inagotable
para toda la vida.

¿Cuál es tu propósito en la vida? TED Talk con Juan Alberto González

Propuesta para esta semana


¿Será tan complicado convivir?

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


Esa costumbre arraigada de sufrir por lo que no ha pasado, de angustiarse por lo que pueda suceder tan solo imaginándolo. Esa idea de prepararse para el dolor, anticipándolo, colocándonos en el peor de los escenarios, en un intento de amortiguar la aflicción si se llega a dar un final que es probable, pero del cual nadie puede darnos la certeza.
     Vamos preparando el corazón, somos capaces de dejarnos llevar por la mente a esa situación angustiosa, vivirla e incluso revivirla varias veces, autoflagelándonos, como si este ejercicio nos hiciera más fuertes y llegado el momento, cualquier evento por trágico o penoso que sea, no nos tome desprevenidos, y podamos sobrellevarlo de mejor manera. 
     Vámonos convenciendo de que si vale la pena adelantar situaciones, las que más convienen son aquéllas que alimentan el alma de optimismo y fe, de alegría, esas si vale la pena recrearlas y disfrutarlas anticipadamente. Si no llegan, nada ni nadie nos podrá quitar esos momentos de felicidad que vivimos con tan solo imaginarlas. Si no suceden, quizá solo nos quede un dejo de tristeza, pero habremos tenido un incentivo para esperar un tiempo, para sentir en el presente ese futuro que si acaso se nos niega, no dejó de ser ilusión que motivó acciones positivas.
     Sufrir por adelantado no reditúa, no aminora el pago que nos cobre la vida ante la adversidad, si es que sucede. Si no, habremos pagado una factura que no nos correspondía, dejando a un lado la tranquilidad, la paz que teníamos en ese momento y que no supimos apreciar.
     Costumbre, mala costumbre de vivir de pronósticos que por acertados que sean, nos empañan la claridad del presente;  nos impiden gozar de un día de sol esplendoroso, pronosticando tempestades, sin que siquiera tengamos noción de lo que es la meteorología. 
     La vida va más aprisa que nosotros, no la intentemos alcanzar, ella nos guía, y sea como sea todos tendremos un mismo destino. Eso es el único presagio que con certeza podemos vaticinar, sin que haya atenuantes que nos liberen de lo que esa batalla nos vaya a significar.

Virtuoso de 10 años al piano

Alicia, agradezco tu grandiosa sugerencia.