domingo, 15 de abril de 2018

MILA por María del Carmen Maqueo

MILA
Por prescripción médica
para evitar suicidios y otras cosas
en las que luego le da a la gente por pensar,
todo niño debe contar en su vida
con una abuela, uno de esos seres
maravillosos, benditos mensajeros de Dios,
como suave yerba que acaricia
en el justo momento cuando sea necesario.
Una abuela, o tal vez una nana
que se hable de tú con las galaxias
y no tema volar. A la que ha enseñado
la vida con sus golpes grandes y pequeños,
el sabio arte de reír a carcajadas
con risa de sandía por las cosas más simples.
Una hermosa mujer consentidora y cómplice,
con su colección de insignias en la cara,
de esas que se pliegan
con cada risa clara que sale de su pecho.
Una abuela o una nana que podría llamarse Mila
que te cuente historias, que te coma a besos
que destierre fantasmas, y que borre feas marcas
de nacimiento con un alud de mimos.
Todo niño tiene derecho a una infancia feliz,
a sentirse amado porque sí, sin ningún requisito.
Tiene derecho a reír, a fallar, a distraerse,
a mancharse la ropa, a besar al perro,
a odiar las verduras y el domingo en la noche.
Pero sobre todas las cosas, un niño tiene derecho
a una abuela o a una nana que podría llamarse Mila
para creer firmemente que el cielo
se reparte a domicilio como pizza,
cada vez que viene con su atado de estrellas
a bendecir la historia de ese niño
con un brillo inagotable
para toda la vida.

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