domingo, 20 de mayo de 2018

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

HUMANOS Y REALES
A partir de este año la Universidad de Yale tiene dentro de sus cursos uno sobre  la felicidad.  “La psicología y el buen vivir”  ha roto record de inscripción de alumnos; ofrece a los alumnos recursos para construir su propia felicidad. Me viene a la mente aquella cátedra de “Amor” que daba mi querido amigo Leo Buscaglia(+) en la UCLA, en los años ochentas.
     Vivimos en un mundo  tecnificado y competitivo, en el que hay que  alcanzar   metas elevadas, y el precio que llega a  pagarse por hacerlo es el desgaste emocional.  Desde pequeñitos a los niños se les programa a ser multitareas, excelentes en todo,  con la mentalidad de  triunfadores. Pasan de las materias curriculares a las extracurriculares día tras día, dejando poco o nada de tiempo para ser niños, para jugar  en total libertad.
     Manejarse de ese modo va dejando fuera de contexto la condición humana. Dudar,  tropezar, o fracasar en una empresa determinada significa una devaluación  como personas.   Todo  parte del rendimiento teórico  que tendría un individuo en condiciones ideales, para esperar ese mismo rendimiento de todos. No se toma en cuenta que existen condiciones particulares que pueden dificultar  que el desarrollo real de una persona sea similar al que las matemáticas predicen que debe alcanzar.
     La gran pregunta sería entonces: ¿Qué propósito tenemos en esta vida? O dicho de otro modo, cuestionarnos si la felicidad equivale al logro de todos y cada uno de esos objetivos de elevado nivel, que hemos asumido alcanzar por nosotros mismos, o porque alguien más así lo dispuso.
     Estoy tomando un maravilloso diplomado de Literatura Mexicana del siglo XX organizado por el INBA.  Las sesiones están a cargo de especialistas que nos facilitan el conocimiento de  la obra de personajes  que han puesto muy en alto las Letras mexicanas en el mundo.   La sesión del pasado miércoles 16 comprendió el estudio del grupo de los Contemporáneos, nueve  grandes –en su mayoría poetas-- nacidos entre 1897 y 1904, cuya obra se ha vuelto intemporal.  La sesión estuvo a cargo de Pável Granados, ensayista, editor y bloguero, discípulo de Miguel Capistrán, quien a su vez conoció muy de cerca a varios de los Contemporáneos.  De este modo se nos presentó a los poetas  como si estuviéramos sentados con ellos en alguna bohemia, abordándolos  desde su condición muy humana.  Entendimos cómo a través de algunos de sus poemas se plantean para sí mismos las grandes preguntas existenciales, y en su búsqueda de respuestas invitan al lector a hacer algo similar: Aceptar la propia condición humana.
     Entender las cosas desde el corazón es  tarea de primer orden para los habitantes de este tercer milenio. Si escudriñamos el rostro de aquellas personas que esperan el cambio de luz en un crucero, quienes hacen fila en alguna oficina, o los que  viajan a bordo del transporte público, nos vamos a encontrar con muchos rictus de disgusto, de angustia o de hermetismo.  Cada uno de esos gestos parece indicarnos que vivir cuesta y cuesta mucho, tanto que quizá poco o nunca alcanzamos a  dirigir nuestra atención hacia asuntos  en verdad gratificantes.
     En lo personal me parece excelente tomar un curso que me enseñe distintas formas de ponerme en bien conmigo misma.  Aprender a manejar las cosas de todos los días con una mentalidad de contentamiento.  No porque sea conformista, no porque decida no dar lo mejor de mi persona.  Simplemente porque antes de plantearme un reto, me recuerdo que tengo todo el derecho a preguntarme si realmente quiero cumplirlo, y qué tanto estoy dispuesta a apostar por  lograrlo.
     En nuestro mundo altamente tecnificado hay cuestiones que escapan de nuestro control.  Para ponerlo en términos que sean familiares para todos nosotros, es imposible que en cada fotografía en la que yo aparezca, vaya a  salir tan bien como  Kate, duquesa de Cambridge, en la boda de su cuñado Harry.  Imposible.  Yo no tengo ni la edad ni la belleza física ni el vestuario que ella tiene, y más de la mitad de las fotos que me toman –estando o no  preparada--  quisiera  eliminarlas. Así que tengo una de dos, o  me paso todo el día enojada por las fotos, o le resto atención al asunto y me busco cosas más agradables en qué invertir tiempo y emoción.  Así de simple.
     Nuestro mundo necesita de gente feliz para salir adelante.   Detrás de las caras fruncidas hay corazones poco dispuestos a abrirse para con otros.  En gran medida ese es el problema que tiene anclada a la humanidad. Involucrarnos en el  arte en cualquiera de sus formas, llámese creación o  apreciación artística, nos permitirá asimilar que la condición humana, con sus rugosidades y sus fallas propias, constituye  la maravillosa plataforma para construirnos  un mundo feliz.

CUADROS URBANOS por María del Carmen Maqueo Garza


LA TORMENTA
El silencio de la tarde se quiebra de un solo golpe.  El estruendo me causa sobresalto, brinco del asiento. En dos segundos me arranca del mundo de ficción para plantarme de tajo en la realidad.
     De niña la lluvia era divertida. La anticipaba con gozo, la invocaba con aquel corrillo: 
Que llueva, que llueva, la Virgen de la cueva. Los pajarillos cantan, la luna se levanta...
     En esos tiempos las gotas me contaban historias. Cuando eran gruesas  imaginaba que cada vez que se  estrellaban contra las baldosas, formaban coronas para una reina. La imaginación corría desnuda y libre por los rincones de mi propia historia. En la actualidad  no logra zafarse de igual manera, la coartan los formulismos.  Cuando mejor dialogo con ella es cuando echo mano de la palabra escrita.
     Me dispongo a escribir. Poco a poco la imaginación se va despojando de los pesados ropajes de las costumbres y comienza a jugar como hacía en mis años de infancia.
     De manera súbita viene el sobresalto.  Se rompe la quietud creativa.  Las palabras huyen despavoridas. 
     A partir de ese momento comienzan a escucharse en el cielo truenos de menor intensidad, tal vez más lejanos. No alcanzo a ponerles mucha atención. Me apresuro a cerrar ventanas y corro a proteger las instalaciones eléctricas de la casa. Ya he tenido amargas experiencias con las sobrecargas cuando hay tormenta.
     Comienzan a caer gotas pesadas, por un momento llego a temer que sea granizo. Saco mis apoyos de emergencia, linterna de pilas, velas y cerillos,  radio portátil. Verifico las condiciones del clima en la pantalla del celular --20% de probabilidades de lluvia--. De manera casi automática reviso los objetos que se hallan a poca altura del nivel del suelo. Me alarma el solo pensar en una inundación, como ya ocurrió en un par de ocasiones. He ahí por qué ya no disfruto la lluvia como cuando era niña.
     La tormenta va arreciando a lo largo de unos quince minutos, para luego comenzar a amainar en  forma por demás paulatina.  El sonido que el agua provoca sobre las anchas hojas  de la palmera así  me lo indica.  Ese golpeteo   se va espaciando, aunque cada gota que cae sigue  haciéndolo con fuerza. Es muy al final cuando el vigor del tamborileo comienza a disminuir, hasta que cesa por completo.
     Allá por la avenida  se deja escuchar el aullido  de una  ambulancia, antes de que la tarde recupere su placidez. En los charcos formados en las cunetas frente a mi ventana, se refleja una luz de un amarillo tibio que sólo he visto cuando una gran tormenta se agota.
     Calculo que puedo volver a encender mi equipo para retomar  la búsqueda de la fantasía, esa niña que corre desnuda y libre,  entre las líneas de mi imaginación.


Música accesible para el alma

Mario Benedetti, siempre bien recordado


TRUEQUE

Me das tu cuerpo patria y yo te doy mi río

tú noches de tu aroma / yo mis viejos acechos

tú sangre de tus labios / yo manos de alfarero

tú el césped de tu vértice / yo mi pobre ciprés

me das tu corazón/ ese verdugo

y yo te doy mi calma/ esa mentira

tú el vuelo de tus ojos / yo mi raíz al sol

tú la piel de tu tacto / yo mi tacto en tu piel

me das tu amanecida y yo te doy mi ángelus

tú me abres tus enigmas / yo te encierro en mi azar

me expulsas de tu olvido / yo nunca te he olvidado

te vas te vas te vienes / me voy me voy te espero.

Las aventuras de Can y cangrejo

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


Cuando uno se enoja, quizá valdría la pena antes de hablar, escribir lo que se desea decir. Darnos la oportunidad de borrar,  releer lo dicho y pensar en que forma no sea tan hiriente. 

Escrito, tendrá esa ventaja, y su permanencia física nos hará posible podarlo y leerlo, una y otra vez. Por el contrario, una vez dicho, dependerá de aquello que se pronunció, de cómo se interpretó y de la memoria de aquél para el que iba dirigido, su trascendencia.

Pareciera que la memoria se empeña en conservar por tiempo más prolongado las ofensas que las manifestaciones de cariño, como si se archivaran en un lugar especial donde el tiempo no logra borrarlas fácilmente.

Una vez dicha la palabra que causa daño, que hiere, no hay corrector que la borre, y el perdón logra aminorar el daño, pero cual espina que penetrara en el corazón, volverá a punzar dolorosamente.  A veces lo hace por toda la vida, a la menor provocación, resurge en nosotros el dolor que parecía haber quedado en el olvido. Llega a ser  lacerante como recién emitida, nos aflige y transporta a un pasado como ancla. Nos regresa a un muelle al cual nunca hubiésemos querido regresar.

Sería bueno repasar las palabras por escrito, antes de atrevernos a pronunciarlas, releerlas, corregir, no dejar un exabrupto que lesione de manera permanente. Evitar que diga más de aquello que realmente sentimos o de lo cual podremos desprendernos, sin que nuestras palabras hagan lo mismo en la memoria de nuestro interlocutor.

La palabra es reservorio de nuestro sentimiento, nuestro sentimiento puede variar de un momento a otro, pero la palabra tendrá el poder de permanecer. Busquemos envases asertivos, que no dejen daños a largo plazo, que no lesionen de por vida un afecto.

Encontrar la congruencia y equilibrio entre nuestras emociones y las palabras, es ejercicio que lleva a crecimiento en las relaciones afectivas.

La docencia es como un tren