SILENCIOS QUE MATAN
Acabo de terminar el libro intitulado “Beautiful Boy”, obra
testimonial del escritor y periodista David Sheff, que narra su experiencia como
padre de un hijo drogadicto. La trama, a ratos desgarradora, conserva sin
embargo, aún en los peores momentos un
rayo de esperanza, por encima de las terribles
mareas y contramareas que genera la adicción a sustancias tóxicas. Tal es el
caso del chico, quien inicia a temprana edad fumando marihuana, y más delante
prueba las metanfetaminas con las cuales queda virtualmente “ganchado”.
La adolescencia es un tema que me apasiona. Esa etapa de la
vida que, si para los hoy mayores tuvo turbulencias y agitaciones, para los
adolescentes actuales debe de resultar como un viaje a través de un hoyo negro
(ahora que sabemos cómo se ven y cómo funcionan). Los chicos se someten a una
cantidad de estímulos que vuelven el asunto de ser adolescente en un juego de
alto riesgo. A través de la exposición intensa y continua a la Internet, entran
en comunicación con diversos estilos de vida, lo que puede resultar funesto, en
razón de su corta edad.
Algunos autores definen a la actual la “Generación del
silencio”. De igual manera, pero por otras razones, se llamó así a la
generación de norteamericanos nacidos hace cien años, en tiempos de la Gran
Depresión. La actual se ha denominado de este modo por el habitual mutismo de
los individuos frente a la pantalla. En grupos humanos priva el silencio, metido
cada uno en su mundo virtual, ajeno a lo que sucede en derredor suyo. En buena
medida este tipo de conducta se replica dentro del hogar, convirtiendo a la
familia en un sitio para satisfacer las necesidades básicas solamente, pues la
convivencia ha dejado de formar parte de la interacción familiar. No es
gratuito aplicar ese refrán popular que dice que la tecnología “acerca a los
lejanos y aleja a los cercanos”.
Ahora bien, con relación a las adicciones, descubrí un autor
ruso cuya claridad me impactó: Oleg Zikov preside una fundación que se dedica a
los temas de alcoholismo y drogadicción. Él emite una propuesta en la que vale
la pena detenernos a reflexionar: el problema de la adicción no radica en la
oferta de drogas, el problema está en la persona. Esto es, cuando el individuo
trae la formación desde su casa para evitar el uso de sustancias químicas
adictivas, saldrá victorioso, sea cual fuere el ambiente en el cual se halle. Encuentro
a Zikov con su gran verdad muy aislado, como si el resto del mundo no volteara
a verlo o no quisiera tomarlo en cuenta. Siendo muy suspicaces, hasta podríamos
suponer que hay muchos intereses económicos detrás de la venta y consumo de
drogas, de manera que no resulta conveniente que Zikov se dé a conocer.
“Libro una guerra silenciosa contra un amigo tan pernicioso
y omnipresente como el mal”, menciona David Sheff en uno de los capítulos donde
está a punto de darse por derrotado. Su familia lo ha apoyado durante todo el
proceso, pero llega un momento cuando él se pregunta si vale la pena todo eso,
y si es justo por un miembro –su hijo—estar arriesgando a todos los demás. Así,
con esa profundidad, hoy quiero entender a Zikov. La drogadicción es un
problema de la persona, de la familia, de la sociedad que conformamos quienes
nos consideramos “buenos ciudadanos”. No es que lleguen los demonios de fuera a
inyectar el mal en nuestros niños y adolescentes; somos nosotros mismos quienes
fallamos en blindarlos para que sepan protegerse allá afuera, en cuanto atraviesan
el umbral de la casa y se hallan expuestos a sustancias tóxicas. No basta con
mandarlos a tomar una plática informativa en la que les digan que hay
adolescentes que en el primer “viaje” fallecen de un infarto, o que pierden sus
facultades de pensamiento para toda la vida. No basta con alarmarlos o
amenazarlos. Se trata de blindarlos, y este blindaje lo proporciona el amor
real, paciente, ese que se hace presente a diario, que se expresa con calidez. El
amor que no se distrae, que se enfoca en cumplir lo suyo a cada momento. Ese
amor que ilumina la mirada de un padre o de una madre ante el triunfo de su
hijo, logro tal vez “insignificante” para el mundo, pero grandioso para el
pequeño.
Oleg Zikov, atribuye las adicciones al “bienestar social”.
Su planteamiento postula que se presentan en sociedades ocupadas por alcanzar
niveles económicos elevados. Lograrlo implica encauzar el potencial humano a la
producción, a expensas de sacrificar mucho de lo que la atención familiar
requiere. El caldo de cultivo está en su punto: sociedades con gran poder
adquisitivo conformadas por familias secuestradas por el medio laboral, que
producen niños proclives a las adicciones. La adicción no es la enfermedad sino
síntoma de una patología del alma, que se gesta desde la cuna.