domingo, 14 de septiembre de 2025

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 CINISMO Y VALÍA

Quienes nos comunicamos a través de la palabra escrita, en sus muy diversos géneros, solemos ir por la vida atentos de lo que sucede en derredor nuestro. Muchas veces es una simple conversación que escuchamos de manera casual, lo que detona una cascada de ideas que finalmente deviene en un texto que trabajamos y más delante publicaremos.

Tal fue mi caso esta mañana, cuando preparo la colaboración periodística semanal para varios periódicos.  A punto de salir de una farmacia llegó a mis oídos la plática que sostenía un joven repartidor de comida a domicilio con la cajera: “Nombre, me fue cerrando el paso, y luego nomás aceleró, siempre burlándose de mí”. La voz del joven se escuchaba quebrada, hasta diría yo, que poco le faltó para llorar.  La chica lo escuchaba con atención, bendito Dios, así al menos pudo él desahogar parte de ese nudo interno que lo sofocaba. Fue todo lo que capté al pasar, suficiente para imaginar el cuadro completo partiendo de lo que el chico narraba.

Una cosa es cierta: Nunca voy a conocer en realidad la escena verdadera. No me atreví a interrumpir sus palabras con el propósito personal de enriquecer la historia. Hubiera sido insensible y poco ético, y había que respetar su momento de crisis. Lo escuchado fue suficiente para engarzarlo con otras historias conocidas, que me llevaron a querer escribir sobre la existencia del cinismo en nuestra sociedad, desde las más altas esferas políticas hasta los pequeños hechos cotidianos que todos vivimos, y que tal vez también generamos.

Hay que imaginar que actitudes cínicas ha habido desde siempre y en todos los niveles. Podemos hablar de las que suceden en nuestros tiempos y de las cuales consta evidencia, pero nada más. Personajes que desacatan las reglas, que violan con flagrancia lo establecido, hasta con un dejo de soberbia. Sus actos buscan dejar en ridículo al resto de la población, que se esfuerza en seguir las normas establecidas, como tachando a esas personas de tontas, carentes del “valor” que ellos suponen tener al violar lo establecido.

Lo vemos en la línea de cualquier establecimiento, el personaje que llega y se brinca a todos los formados para que le atiendan primero. Lo vemos cuando buscan que se les retire alguna sanción impuesta por desacato. Amenazan con la palabra y el manoteo a los elementos de seguridad que procuran hacer valer el estado de derecho. El mensaje es terrible: En la sociedad vale más el que más presión mete a sus intereses particulares, al precio que sea.

Muchos de ellos cobijados por expresiones de figuras públicas de relevancia. Viene a mi memoria aquello dicho por López Obrador en una de sus mañaneras: “A mí no me vengan con eso de que la ley es la ley”. Expresión suficiente para que todos los cínicos del país se sintieran arropados y con derecho de hacer valer cualquier desobediencia civil y maltratar a otros nada más porque sí.

Frente a todo esto, traigo a la memoria unas palabras del psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, inicialmente dirigidas a los profesionales de la salud que él preparaba, pero aplicativa al resto de la humanidad, en cualquier circunstancia: "Conozca todas las teorías. Domine todas las técnicas, pero, al tocar un alma humana, sea apenas otra alma humana." A ratos parece que es lo que olvidamos, que dentro de cada uno de nosotros mora un alma sensible que siente y anhela, se esfuerza y también sufre, y que ninguna posición política, ni económica ni social, da derecho a nadie para tratar con desprecio a otra persona. Y que, precisamente, actuar así, solo da cuenta de la limitada calidad humana de quien lo hace.

Es muy difícil hablar sobre “valía”, entendiendo esta, en el caso de personas, de acuerdo con la RAE, como la calidad de una persona que vale. Yo añadiría, de mi propia cosecha, que una persona vale desde el primer momento de su existencia, independientemente de sus méritos, pero claro, hay que decirlo, habrá elementos que nos lleven a considerar que alguien que trata con respeto y bondad a otros, se ha ganado un mayor aprecio de parte de la sociedad.

Quien actúa con cinismo no ha llegado al fondo de las cosas para entender de qué va la vida. Su actitud violenta para con otros da cuenta de ello.  ¿Qué hacer, entonces? Yo sugeriría: Plantarnos frente al espejo y de manera por demás honesta revisar cómo tratamos a los demás, aun aquellos que no conocemos o que no han hecho nada para favorecernos.  Y una más: Llevar a cabo un ejercicio de otredad y tratar siempre bien a quien se cruce frente a nosotros. No sabemos cuanto carga su mochila ni imaginamos de que manera un simple gesto amable podría hacer una gran diferencia en su vida.

Con la siembra de estos mínimos actos de empatía todos salimos ganando. Así que: ¡Vale la pena intentarlo!

CARTÓN de LUY

 


Rapsodia bohemia por un coro de niños de Georgia

CARTAS A MÍ MISMO por Carlos Sosa

El efecto boomerang de la gratitud

Hay una ley no escrita que no aparece en los códigos civiles ni en los tratados de física cuántica, pero que rige con más precisión que cualquier ecuación: todo lo que agradeces, crece.

La gratitud no es solo un gesto educado, ni una palabra que decimos por costumbre después de recibir algo. No. La gratitud es una forma de abrir los ojos, de ver lo que ya tenemos con una lupa emocional. Es una manera de mirar lo cotidiano y descubrir que, en realidad, nada es tan obvio ni tan garantizado.

Cuando uno cultiva la gratitud, no lo hace como quien riega una planta esperando frutos inmediatos. Lo hace como quien confía en la estación de lluvias: no sabe cuándo va a llegar, pero sabe que llega. Porque agradecer es sembrar en tierra fértil —la tierra de lo invisible—, y aunque no lo veas germinar de inmediato, te aseguro que un día sin buscarlo, la vida te devuelve cosechas inesperadas.

Es curioso cómo funciona el universo: pareciera que tiene sensores de humildad. Mientras más agradeces, más oportunidades te pone en el camino. No porque seas especial, sino porque al agradecer, afinás la vista y el alma para ver esas oportunidades que otros pasan de largo.

El que vive en la queja camina con los ojos nublados. El que agradece, en cambio, tiene faroles internos que le iluminan hasta el barro.

Y lo más hermoso de este fenómeno es que no es necesario que te pasen grandes cosas para empezar a agradecer. A veces basta con respirar profundo sin dolor, con ver salir el sol desde una ventana, o con recordar que alguien, en algún rincón del mundo, piensa en vos sin que se lo pidas.

Agradecer no es negar lo que duele, ni fingir alegría cuando hay cansancio. Es simplemente reconocer que, incluso en medio de la tormenta, siempre hay algo —aunque sea mínimo— que nos sostiene.

Y cuando uno lo descubre… todo cambia.

Porque la gratitud, cuando es real, no se queda quieta. Es como un boomerang: vos la lanzás al cielo, y tarde o temprano, te vuelve, con más motivos para agradecer...

CHARLA: El sentido de una vida sin sentido, una vida extraordinaria

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


Tarde o temprano muchos de nosotros vamos descubriendo que hay valores fundamentales que nos dan calidad de vida, uno básico es el de reconocer que nuestra paz es innegociable.

Si bien es cierto que somos seres que requieren de socializar, dicha socialización debe ser una elección que nos ofrezca crecimiento, que nos permita crecimiento y no por el contrario nos drene emocionalmente. Alejarnos de aquellas relaciones que nos llevan a gestionar emociones indeseables de otro, de las cuales terminamos haciéndonos cargo, que nos drenan la energía vital sin darnos mayor recompensa que una compañía que es más indeseable que la soledad. 

La soledad electiva, que no es aislamiento sino el aprender a reconocer antes que en nadie en nosotros mismos a alguien que merece respeto y amor, y sabernos suficientes y autónomos para lograr un equilibrio emocional que nos permita no hacer imprescindible el estar con alguien a costa de lo que ello implique, incluso tolerar el sufrimiento antes de perder esa compañía.

Quien acompañe nuestra vida, debe permitirnos relaciones sanas, libres de drama, de conflicto, enriquecedoras, en las que haya reciprocidad, no por compromiso, sino por el placer de darnos y recibir en ambas direcciones, creando un flujo energético que vigorice, que nos permita avanzar y no perder tiempo, ese valioso tiempo que conforme envejecemos cada vez es menos y que por lo tanto merece ser compartido con quien no nos robe la paz, esa paz que a veces cuesta tanto conquistar, tesoro invaluable que debemos preservar sin llenar expectativas de otros, para no aceptar sino lo que auténticamente estamos dispuestos a aceptar,

Vengan a mi vida los afectos, ¡bienvenida la gente que me acepta tal cual soy! en este otoño de mi vida que nadie venga a adelantarme el invierno.

¡Mi paz no es negociable!

El Colibrí | Mini Documental