CINISMO Y VALÍA
Quienes
nos comunicamos a través de la palabra escrita, en sus muy diversos géneros,
solemos ir por la vida atentos de lo que sucede en derredor nuestro. Muchas
veces es una simple conversación que escuchamos de manera casual, lo que detona
una cascada de ideas que finalmente deviene en un texto que trabajamos y más
delante publicaremos.
Tal
fue mi caso esta mañana, cuando preparo la colaboración periodística semanal
para varios periódicos. A punto de salir
de una farmacia llegó a mis oídos la plática que sostenía un joven repartidor
de comida a domicilio con la cajera: “Nombre, me fue cerrando el paso, y luego
nomás aceleró, siempre burlándose de mí”. La voz del joven se escuchaba
quebrada, hasta diría yo, que poco le faltó para llorar. La chica lo escuchaba con atención, bendito
Dios, así al menos pudo él desahogar parte de ese nudo interno que lo sofocaba.
Fue todo lo que capté al pasar, suficiente para imaginar el cuadro completo
partiendo de lo que el chico narraba.
Una
cosa es cierta: Nunca voy a conocer en realidad la escena verdadera. No me
atreví a interrumpir sus palabras con el propósito personal de enriquecer la
historia. Hubiera sido insensible y poco ético, y había que respetar su momento
de crisis. Lo escuchado fue suficiente para engarzarlo con otras historias
conocidas, que me llevaron a querer escribir sobre la existencia del cinismo en
nuestra sociedad, desde las más altas esferas políticas hasta los pequeños
hechos cotidianos que todos vivimos, y que tal vez también generamos.
Hay
que imaginar que actitudes cínicas ha habido desde siempre y en todos los
niveles. Podemos hablar de las que suceden en nuestros tiempos y de las cuales consta
evidencia, pero nada más. Personajes que desacatan las reglas, que violan con
flagrancia lo establecido, hasta con un dejo de soberbia. Sus actos buscan
dejar en ridículo al resto de la población, que se esfuerza en seguir las
normas establecidas, como tachando a esas personas de tontas, carentes del
“valor” que ellos suponen tener al violar lo establecido.
Lo
vemos en la línea de cualquier establecimiento, el personaje que llega y se
brinca a todos los formados para que le atiendan primero. Lo vemos cuando
buscan que se les retire alguna sanción impuesta por desacato. Amenazan con la
palabra y el manoteo a los elementos de seguridad que procuran hacer valer el
estado de derecho. El mensaje es terrible: En la sociedad vale más el que más
presión mete a sus intereses particulares, al precio que sea.
Muchos
de ellos cobijados por expresiones de figuras públicas de relevancia. Viene a
mi memoria aquello dicho por López Obrador en una de sus mañaneras: “A mí no me
vengan con eso de que la ley es la ley”. Expresión suficiente para que todos
los cínicos del país se sintieran arropados y con derecho de hacer valer
cualquier desobediencia civil y maltratar a otros nada más porque sí.
Frente
a todo esto, traigo a la memoria unas palabras del psiquiatra suizo Carl Gustav
Jung, inicialmente dirigidas a los profesionales de la salud que él preparaba,
pero aplicativa al resto de la humanidad, en cualquier circunstancia: "Conozca todas las teorías. Domine todas las técnicas, pero, al tocar un alma humana, sea apenas otra alma humana." A ratos parece que es lo que
olvidamos, que dentro de cada uno de nosotros mora un alma sensible que siente
y anhela, se esfuerza y también sufre, y que ninguna posición política, ni
económica ni social, da derecho a nadie para tratar con desprecio a otra
persona. Y que, precisamente, actuar así, solo da cuenta de la limitada calidad
humana de quien lo hace.
Es
muy difícil hablar sobre “valía”, entendiendo esta, en el caso de personas, de
acuerdo con la RAE, como la calidad de una persona que vale. Yo añadiría, de mi
propia cosecha, que una persona vale desde el primer momento de su existencia,
independientemente de sus méritos, pero claro, hay que decirlo, habrá elementos
que nos lleven a considerar que alguien que trata con respeto y bondad a otros,
se ha ganado un mayor aprecio de parte de la sociedad.
Quien
actúa con cinismo no ha llegado al fondo de las cosas para entender de qué va
la vida. Su actitud violenta para con otros da cuenta de ello. ¿Qué hacer, entonces? Yo sugeriría:
Plantarnos frente al espejo y de manera por demás honesta revisar cómo tratamos
a los demás, aun aquellos que no conocemos o que no han hecho nada para
favorecernos. Y una más: Llevar a cabo
un ejercicio de otredad y tratar siempre bien a quien se cruce frente a
nosotros. No sabemos cuanto carga su mochila ni imaginamos de que manera un
simple gesto amable podría hacer una gran diferencia en su vida.
Con
la siembra de estos mínimos actos de empatía todos salimos ganando. Así que: ¡Vale
la pena intentarlo!
