ENRIQUECER EL CAMINO
Una mañana cualquiera bajo un puente de acero y concreto,
semejante a tantos otros puentes. Un
hombre simple, enfundado en camiseta
blanca, pantalón de color indefinido y
una cachucha cuyas características mi mente omitió registrar, atrapada por la mirada
del individuo. Se halla ocupado en tomar algo de una bolsa de
plástico que tiene en el suelo, frotarlo entre sus manos y lanzarlo al
aire. De inicio un grueso poste de
concreto obstaculiza la visibilidad
completa, y no es sino hasta que avanzo hacia adelante cuando entiendo en qué se
ocupa: Ofrece granos frescos a las palomas,
y conforme repite la operación, estas
últimas se van acercando en cantidades cada vez mayores. Lo que más me captura de aquella escena, a
pesar de observarla a la distancia, es el brillo en los ojos del hombre.
El elevado costo
que nos cobra la modernidad es la prisa, y junto con ella la agitación. No alcanzamos a hacernos tiempo para
disfrutar la vida. Circulamos sobre
calles y avenidas imprimiendo una gran
velocidad a nuestros vehículos, en el afán de alcanzar la luz verde o de llegar
un par de minutos antes de lo previsto.
Ello nos vuelve proclives a accidentes, que finalmente podrían
condicionar que querer ganar aquel par de minutos termine –al colisionar-- en
un retraso de horas o en lesiones para
toda la vida.
Dentro de las
enfermedades de actualidad está el estrés con su cohorte de
daños colaterales. En gran medida es
una tensión emocional provocada por falta de planificación en nuestras diarias
actividades. Los tiempos y movimientos
no están coordinados y terminamos precipitándonos para cumplir con un
compromiso en un tiempo menor al necesario, pues nos entretuvimos de más en la
actividad previa a ello. En lo personal
encuentro que dicha falta de organización es también resultado de esa forma precipitada de hacer las
cosas. Con frecuencia, cuando en mi
diario quehacer me quiere ganar la impaciencia, recuerdo las sabias palabras
del doctor Rodrigo Andalón: “El tonto trabaja dos veces”, refiriéndose a que,
cuando llevamos a cabo una acción de manera precipitada y nos sale mal,
habremos de repetirla desde el
principio, lo que consume el doble del tiempo de lo que hubiera tomado si
actuamos con calma de entrada.
La vida es como
un gran viaje en el cual habrá que disfrutarse no solamente el destino sino el trayecto de
cada día. Y así de igual manera en lo
pequeño, cuando nos mentalizamos a gozar paso a paso las actividades que nos
llevarán a la meta que nos hemos
trazado, la satisfacción será mucho mayor.
El hombre de las
palomas me dio una gran lección.
Cualquier sitio y todo momento son los adecuados para llevar a cabo
aquello que satisface, y si esa
actividad genera beneficio a otros seres vivos, produce un gozo aún mayor. Él no necesita del reconocimiento de otros
para sentirse satisfecho por lo que hace; difícilmente alguien lo subirá a
redes sociales como personaje que inspira, pero él tiene en sus ojos un brillo
único que transmite gozo, y que contagia a otros para hacer lo propio. Puedo decir que al menos a mí, sí me dio un
motivo para escribir y compartir ese momento mágico.
Qué complicado se
ha vuelto en estos tiempos acercarse a
la naturaleza. Quienes hoy somos adultos
contamos con la ocasión de tener contacto con
los diversos elementos de la misma.
Parques, lagos y jardines nos
proveyeron de oportunidades únicas de relación con distintos seres vivos, lo
que nos permitió desarrollar la capacidad de asombro ante tanta maravilla. Yo me recuerdo de 9 o 10 años viviendo en la
ciudad de Durango donde podía visitar con relativa frecuencia el Parque
Guadiana, que a la fecha conserva importantes rincones naturales, donde un niño puede descubrir grandes cosas.
Fundamental hoy en día, sobre todo
considerando que las casas-habitación actuales se acompañan de poco o
nada de elementos vegetales. ¡Cuántos
beneficios se asocian al acercamiento a la vida natural! Permite al niño
ubicarse dentro del cosmos para asimilar la relación entre los seres humanos, y
de estos con la naturaleza, y así entender que él no es el ombligo del mundo. Este conocimiento le facilitará integrarse más delante al grupo social y
acatar las reglas para una sana
convivencia.
A partir del
hecho de considerar que soy parte del cosmos, aprendo a interactuar con el
entorno; soy capaz de desarrollar empatía por el resto de seres vivos, y puedo ocuparme de proveer para
ellos un beneficio, lo que redundará en una satisfacción personal única. De este modo rompo los cinchos de mi ego y me
descubro como parte de un todo maravilloso, por el que vale la pena poner el
mayor entusiasmo cada día, para enriquecer el camino que iré dejando atrás.