domingo, 28 de octubre de 2018

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

ENRIQUECER EL CAMINO
Una mañana cualquiera bajo un puente de acero y concreto, semejante a tantos otros puentes.  Un hombre simple, enfundado en  camiseta blanca,  pantalón de color indefinido y una cachucha cuyas características mi mente omitió registrar, atrapada por la mirada del individuo. Se halla   ocupado en tomar algo de una bolsa de plástico que tiene en el suelo, frotarlo entre sus manos y lanzarlo al aire.  De inicio un grueso poste de concreto obstaculiza  la visibilidad completa, y no es sino hasta que  avanzo  hacia adelante cuando entiendo en qué se ocupa: Ofrece  granos frescos a las palomas, y conforme repite  la operación, estas últimas se van acercando en cantidades cada vez mayores.  Lo que más me captura de aquella escena, a pesar de observarla a la distancia, es el brillo en los ojos del hombre.
     El elevado costo que nos cobra la modernidad es la prisa, y junto con ella la agitación.  No alcanzamos a hacernos tiempo para disfrutar la vida.  Circulamos sobre calles y avenidas  imprimiendo una gran velocidad a nuestros vehículos, en el afán de alcanzar la luz verde o de llegar un par de minutos antes de lo previsto.  Ello nos vuelve proclives a accidentes, que finalmente podrían condicionar que querer ganar aquel par de minutos termine –al colisionar-- en un retraso de horas o  en lesiones para toda la vida.
     Dentro de las enfermedades de   actualidad está el estrés con su cohorte de daños colaterales.   En gran medida es una tensión emocional provocada por falta de planificación en nuestras diarias actividades.  Los tiempos y movimientos no están coordinados y terminamos precipitándonos para cumplir con un compromiso en un tiempo menor al necesario, pues nos entretuvimos de más en la actividad previa a ello.   En lo personal encuentro que dicha falta de organización es también resultado  de esa forma precipitada de hacer las cosas.   Con frecuencia, cuando en mi diario quehacer me quiere ganar la impaciencia, recuerdo las sabias palabras del doctor Rodrigo Andalón: “El tonto trabaja dos veces”, refiriéndose a que, cuando llevamos a cabo una acción de manera precipitada y nos sale mal, habremos de  repetirla desde el principio, lo que consume el doble del tiempo de lo que hubiera tomado si actuamos con calma de entrada.
     La vida es como un gran viaje en el cual habrá que disfrutarse  no solamente el destino sino el trayecto de cada día.  Y así de igual manera en lo pequeño, cuando nos mentalizamos a gozar paso a paso las actividades que nos llevarán a la meta  que nos hemos trazado, la satisfacción será mucho mayor.
     El hombre de las palomas me dio una gran lección.   Cualquier sitio y todo momento son los adecuados para llevar a cabo aquello que satisface, y  si esa actividad genera beneficio a otros seres vivos, produce un gozo aún mayor.   Él no necesita del reconocimiento de otros para sentirse satisfecho por lo que hace; difícilmente alguien lo subirá a redes sociales como personaje que inspira, pero él tiene en sus ojos un brillo único que transmite gozo, y que contagia a otros para hacer lo propio.  Puedo decir que al menos a mí, sí me dio un motivo para escribir y compartir ese momento mágico.
     Qué complicado se ha vuelto en estos tiempos acercarse  a la naturaleza.  Quienes hoy somos adultos contamos con la ocasión de tener contacto con los diversos elementos de la misma.  Parques, lagos y jardines  nos proveyeron de oportunidades únicas de relación con distintos seres vivos, lo que nos permitió desarrollar la capacidad de asombro ante tanta maravilla.  Yo me recuerdo de 9 o 10 años viviendo en la ciudad de Durango donde podía visitar con relativa frecuencia el Parque Guadiana, que a la fecha conserva importantes rincones naturales, donde un niño  puede descubrir grandes cosas.  Fundamental hoy en día, sobre todo  considerando que las casas-habitación actuales se acompañan de poco o nada de elementos vegetales.   ¡Cuántos beneficios se asocian al acercamiento a la vida natural! Permite al niño ubicarse dentro del cosmos para asimilar la relación entre los seres humanos, y de estos con la naturaleza, y  así   entender que él  no es el ombligo del mundo.  Este conocimiento  le facilitará  integrarse más delante al grupo social y acatar las reglas para  una sana convivencia.
     A partir del hecho de considerar que soy parte del cosmos, aprendo a interactuar con el entorno; soy capaz de desarrollar empatía por el resto de  seres vivos, y puedo ocuparme de proveer para ellos un beneficio, lo que redundará en una satisfacción personal única.  De este modo rompo los cinchos de mi ego y me descubro como parte de un todo maravilloso, por el que vale la pena poner el mayor entusiasmo cada día, para enriquecer el camino que iré  dejando atrás.

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