En el amor no solo es encontrar la puerta que conduce al alma, tener la suerte de tocar y que nos abran y si todavía fuéramos más afortunados, nos entreguen la llave para penetrar en ella sin límite de horario. No es tan solo haber sido dignos de confianza para ello, sino para aquilatar el significado de tal hecho, sin abuso, con todo el respeto que el ser amado merece.
Es entrar y respetar el espacio, es permanecer, sin invadir, es acompañar sin acosar, hacer sentir nuestra presencia aún en silencio, como suave brisa que acaricia, como luz de luna llena en noche obscura, como arroyo manso que arrulla a su paso.
Cuando dos almas se admiten sin reservas, en esa comunión íntima que solo el amor puede lograr, la gloria se convierte en terrenal.
Quien entrega las llaves de su alma, entrega su fe, su confianza, su esperanza. Quien las recibe lleva implícito el compromiso de ser custodio fiel y no extraviarlas. Se corre el riesgo de que no existan duplicados.
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