QUÉ PASA
CUANDO DAS “CLIC”
Vivir es una experiencia increíble. Cada mañana la vida nos ofrece una flamante
oportunidad para recomponer lo que somos, dejar de lado aquellos fragmentos que
no funcionan y optar por unos nuevos.
A lo largo de la existencia vamos acumulando apegos que se
adosan a nuestra vida como coraza. Nos
provocan limitación de movimiento, aun así, tal vez prefiramos conservar esos
apegos que sumirnos en el dolor de cambiar, una poza cuyo fondo no alcanzamos a
adivinar.
En contraste con las generaciones que nos precedieron, la
nuestra tiene una opción que no habrían siquiera imaginado los futuristas de
hace 100 años. La extensión de nuestra
mano puede abarcar un rectángulo provisto de un sistema electrónico y de una
pantalla, capaz de trasladarnos, desde la intimidad de la arquitectura atómica
de la materia, hasta la galaxia EGS-zs8-1, considerada la más lejana de la
Tierra, y que por cierto se formó hace más de 13,000 millones de años. Sucede
como con tantos otros elementos de nuestro imaginario actual, su carácter de
accesibles nos lleva a perder de vista la magnitud que tienen sus alcances.
Una vez que entramos en la red, difícilmente nos salvamos de
engolosinarnos. Comenzamos a dar clic
aquí y allá, y vamos desde la mejor forma de quitar manchas en la ropa blanca,
hasta cómo preparar hojas de parra, o de qué modo aprovechar los envases PET
que desocupamos. Predicciones astrológicas, nombres para perros, en fin… Hay opciones inagotables para todo lo que a
nuestra loca cabecita se le pueda ocurrir, y sucede que en un momento dado nos
saturamos de información, y ya no sabemos qué hacer con tanto en la mente. Para
establecer un símil entendible, es como esos concursos norteamericanos en los
cuales una familia se dedica a coleccionar cupones, llegan a la tienda de autoservicio
y surten cantidades inimaginables de crema para depilar; salsas de soya bajas
en sodio; galletas con chispas de chocolate sin gluten; aceite de coco y
suavizante para la ropa. Cada producto
en cantidades industriales, al grado que terminan habilitando una pieza de la
casa como almacén… Por más que le he dado vueltas, no logro entender cuál es la
satisfacción de estos acumuladores de mercancía que ni en toda una vida
alcanzarían a consumir.
Algo similar –me parece—sucede en la Internet. Hacemos acopio de información que, contrario
a la mercancía física, entra en nuestras vidas para desencadenar una serie de
estados anímicos desde el placer de ensoñación, hasta el dolor más
desgarrador. Cuando entramos al mundo de
la información con un objetivo en mente, es más difícil que nos perdamos, pero
si nada más lo hacemos por entretenimiento, sin un propósito específico,
podemos dejarnos llevar por contenidos no siempre sanos. Lloramos ante imágenes de niños famélicos en
Siria, o frente a un par de ojos de un niño tarahumara, o tzotzil, o tepehuano,
que parece seguirnos, mientras nos llama a ayudarlo pues tiene hambre. Entre una cosa y otra van saltando como chapulines
las peticiones para salvar a los perros orientales de ser convertidos en
delicias culinarias; para revertir el calentamiento global, de modo que los
osos polares no se extingan, o los infaltables asuntos de política, que
terminan en recordatorios maternos.
Es frente a esa hiperinformación, cuando comenzamos a
parecernos a los coleccionistas de cupones.
Llenamos hasta tres carritos con contenidos inútiles, estorbosos, que no
habrán de resolver nada. Otro punto, que
hay que tomar en serio, es que amenazan la salud mental. Hay que discriminar fuentes de donde viene la
información. Que “Anónimo en la red”
diga que llegó el Apocalipsis, no implica que efectivamente ya llegó y que
habrá que apanicarnos y correr a escondernos.
Frente a una publicación habrá que analizar quién está detrás y qué
intenciones tiene al subirla.
Posteriormente habrá que cotejarla con informaciones similares, de
fuentes confiables. Si vemos que una noticia se repite por varios canales,
podemos anticipar que algo hay de verdad en ello. Aún así, se han dado casos de noticias
falsas, muy bien disfrazadas, que circulan por un rato antes de ser
desenmascaradas.
Conviene administrar el hogar. Conviene administrar pensamientos y
emociones. Si vamos a navegar, hacerlo
mediante plataformas confiables, en sitios seguros, a través de voces
autorizadas. No sea que terminemos como
los coleccionistas de cupones, con un exceso de información que no hará más que
robarnos espacio mental, tranquilidad espiritual y tiempo. Por último, asumamos
nuestra responsabilidad cuando presionamos un botón para que esas noticias
sigan circulando, actuemos de forma inteligente eligiendo qué vale la pena
reenviar. Evaluemos cuánto podrá mejorar el planeta cada vez que damos “clic”.