NARRATIVAS DEL EGO
Contrario a mi sentir habitual cuando me dispongo a escribir
la colaboración dominical, esta vez me encuentro apabullada. Como si para mi juego de póker me hubieran
dado tantas cartas que no hallo cómo
organizarlas, y hasta pienso en declinar
esta vez.
La actuación de
algunos mexicanos en Moscú es vergonzosa.
Atacar al país alemán por algo tan elemental como un triunfo en la
cancha es una bajeza. Quemar la bandera
germana, tratarla con lascivia, o gritar a coro palabras ofensivas contra el
portero del equipo contrario denotan ignorancia y estupidez. Cuando esto
escribo es imposible saber cómo se habrá
portado la afición en el partido entre México
y Corea. ¡Vaya! si el famoso grito
homófobo provoca que un día expulsen a
México de la FIFA, será algo que nos habremos ganado a pulso.
El segundo
elemento que me tunde en lo emocional es lo que viene sucediendo en la frontera
con los Estados Unidos de Norteamérica.
Niños que son separados de sus padres, mal clasificados y canalizados de
manera descuidada, lo que posiblemente impida que vuelvan a reunirse con su
familia. Pequeños hasta de 8 meses
colocados en confinamientos indignos para cualquier ser humano. Yo sé que la iniciativa de seguir haciéndolo
ha sido suspendida por el propio Trump, pero esos niños que ya fueron separados
de sus padres, ¿qué destino van a tener? Una cosa es clara, no se necesita
mayor conocimiento para entenderlo: Si esas madres están saliendo de manera
intempestiva de su país de origen arriesgándolo todo, es porque lo que ahí
sucede es más terrible que cualquier escenario imaginable. ¡Vaya! Alguna madre así lo expresó, aún el
riesgo de no volver a ver a su hijo es mejor que verlo morir en su propia tierra.
Imposible negar
que las crisis migratoria golpean fuertemente la economía de las naciones de
acogida. De igual manera como pasa ahora,
ya sucedió en Norteamérica hace 70 años, y lo vienen viviendo diversos países
europeos, las partidas presupuestales no alcanzan para dar abasto a esas
crecientes poblaciones de refugiados, entonces habrá que buscar estrategias para
resolver los problemas en los países de origen. Pero hay que decirlo muy claro,
marcar
para siempre la infancia de esos pequeños no representa ninguna solución. Además, desde el punto de vista
antropológico, cuando los refugiados se
sienten afectados por los países de acogida, se generan segundas generaciones
resentidas que buscarán desquitarse. Para ejemplos hay muchos en la Unión
Europea.
Lo más doloroso
del caso es la cadena de reacciones que dicha iniciativa generó, desde
racionalizaciones de diversos funcionarios apelando a la Constitución o a la
Biblia para justificar su modo de proceder, hasta violencia verbal en medios. Recogí expresiones publicadas en un chat a partir de la
imagen icónica del pequeño que llora desde su jaula. Eric Joseph solicita que le saquen los
órganos y los donen. Joey le llama “cosa” al pequeño. José Ventura dice:
“Macháquenle los dedos para que no esté tocando nuestra jaula”. D. Duran pide
que electrifiquen las jaulas, Ian que le coloquen un bozal al niño, y Joey
escribe: “Miren al changuito en el zoológico”. En verdad que los que están siendo
exhibidos son otros –digo yo.
Tanto en las reacciones
de los connacionales durante el Mundial, como en las expresiones de estos
jóvenes norteamericanos, se percibe el fenómeno de violencia grupal a partir del anonimato. Ese sentirse amparados por el grupo para
atacar despiadadamente como una diversión, movidos por un afán perverso para
hacerlo. Es algo que jamás se intentaría de forma individual, a sabiendas de lo
que implica ser señalados y tener que enfrentar las consecuencias de los
propios actos. De manera por demás cobarde se actúa con tal nivel de violencia nada más en grupo. ¡Y luego dicen ser muy valientes!
“Función social”
es un término asociado a los medios de comunicación,
pero que en lo personal hallo aplicable a muchas más actividades del quehacer
humano. Es una forma de medir qué tanto
actuamos tomando en consideración el bien común, esto es, si lo que yo
hago genera algún beneficio para los
demás, o cuando menos, si mi actuación no
les provoca daño. En una sociedad tan
enfocada a las narrativas del ego, olvidamos incluir en nuestra actuación este
aspecto que debía de ser un principio universal de conducta. No pretendo sugerir que nos convirtamos en la
Madre Teresa de Calcuta, pero sí que cada uno de nuestros proyectos contemple dentro
de sus propósitos, el bienestar de los demás.
De este modo, aspectos como la sanidad de los mares, el comportamiento
en eventos deportivos y el respeto por los derechos de los niños migrantes,
dejarán de ser los gravísimos problemas de nuestro tiempo.