domingo, 13 de septiembre de 2020

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

LEER A MÉXICO
Justo ahora, en el mes patrio, cuando vemos los colores de nuestra insignia haciendo lucir los diversos sitios públicos, es buen momento para reflexionar qué es lo que estamos celebrando.  Aprovechar la estancia obligada de los pequeños dentro de casa, para presentarles el movimiento de Independencia de otra forma, como un relato “de bulto”, en el que participan seres humanos y no sólo personajes planos, cuya imagen conocemos a través de las estampas que venden en las papelerías, o desde las galerías de imágenes en la red.
     La Historia de México es una materia maleable, quizá vulnerada, en busca de darle un sesgo político al margen de la realidad en la que ocurrieron los hechos.  Hay que decirlo, nadie puede tener la noción del todo auténtica de cómo sucedieron, pues aun  de propia boca de cada personaje, se  narraría un mismo  episodio de distinta manera, cada cual, desde su percepción muy personal, conforme a sus expectativas, o según juzgue la participación de sus compañeros.  Cierto, una cosa es narrar la historia con base en fuentes documentadas, y otra muy distinta es hacerlo por inspiración, interpretando lo ocurrido conforme a una narrativa personal.
     Estoy terminando de leer un ensayo de Marina Castañeda que habla acerca de la pandemia.   Se intitula “COVID-19: Una crónica personal”.  De forma lúcida y amena, la psicóloga nos va llevando a través de su vivencia personal desde el inicio de la contingencia, prácticamente hasta estos días.  Al referirse a ese fenómeno social que se presentó cuando el gobierno “dio permiso” de comenzar a salir de casa en el mes de junio, señala que triunfó el pensamiento mágico, en una sociedad sedienta de volver a comprar.  Estas palabras activaron reflexiones muy personales que aquí deseo compartir, si no es que ya las he expresado en ocasiones anteriores.  Al hablar sobre las generaciones de adultos nacidos después de la Segunda Gran Guerra, la autora nos describe como “una sociedad históricamente privilegiada, que jamás había visto coartadas sus libertades”.  De esta forma  explica que el encierro haya representado una forma de prisión de la cual anhelamos salir para sentirnos vivos.  Estos dos conceptos, la sed por comprar y la sensación de ahogo en el encierro, explican de manera sobrada esos movimientos humanos en sitios públicos, en particular en fiestas y antros.  Las personas se animan unas a otras a salir, con el clásico “no pasa nada”, del que ya hemos visto consecuencias de sobra  trágicas.
     Vuelve Castañeda a hablar de nosotros, los nacidos entre mediados del siglo veinte y principios del actual, para decir  que hemos resultado poco aptos para enfrentar la adversidad.   ¡Y vaya que tiene razón!  Estamos acostumbrados a la satisfacción inmediata de nuestros deseos; somos poco tolerantes a la frustración, y lo vemos desde la edad preescolar.  Para muestra tenemos los grandes berrinches del pequeño de dos o tres años en una plaza comercial, que finalmente doblega a la mamá o al papá.  El niño termina por salirse con la suya, mientras el adulto –sudoroso y abochornado—expresa a de modo incidental que debió ceder frente al niño para no incomodar a los demás.
Hay notables cambios de estilos de vida en los últimos cincuenta años.  Los jóvenes de hoy se asombran al enterarse de que nosotros crecimos sin un teléfono celular; que el televisor tenía trece canales y que había que levantarse a girar el disco, una y otra vez, para  cambiar de programa.  Claro, hay que decirlo, dentro de los cuatro o cinco que ofrecía la barra programática, en blanco y negro. Ello siempre y cuando la antena exterior no tuviera interferencia por cambios climáticos.  Este es un ejemplo muy familiar y cercano para cualesquiera, de la diferencia tecnológica entre aquella televisión y la actual, y de cómo los avances de la tecnología generan cambios de pensamiento y de conducta, no necesariamente para bien.
     La tecnología propicia de igual manera, una  distorsión en la comunicación.  Aunque ya  han disminuido, continúan circulando mensajes acerca del origen del virus; de las malévolas  intenciones de diversas potencias mundiales en la pandemia; de remedios mágicos que han cobrado más de una vida al utilizarlos, y lo de moda, el asunto de las vacunas.  Habitualmente nos adherimos a ese conocido personaje en redes que más confianza nos inspira, y creemos a pie juntillas lo que nos dice.  Sin embargo, en cuestión de salud, es recomendable cotejar dichos contenidos con fuentes autorizadas; no dejarnos llevar por la inspiración ni por la fascinación; evitar actuar por actuar, sin una certeza de que hacerlo sea, primero seguro y segundo efectivo.
     En este tiempo de oportunidades inéditas, aprendamos a leer de otra forma nuestra historia, para bien de México.

POESÍA por María del Carmen Maqueo Garza

Desde su encierro enmudecen mis palabras
          no natas.
Deben callar, lo pide el dolor de los que sufren.
A partir de ahora contengo mis sollozos
dentro, muy dentro. Serán gatos monteses
enjaulados en una prisión
Habrán de desgarrar mi pecho
desde dentro afuera
hasta  dejar
a la vuelta del tiempo
finalmente huir esos dolores
          golondrinas heridas
Habrán de ir a fundirse, volverse una misma cosa
con el escarlata profundo del atardecer
          en el momento
cuando finalmente caiga el día.

Sheila Blanco canta a Tchaikovsky

MENSAJE del Papa Francisco

Puedes tener defectos, estar ansioso y vivir enojado a veces, pero no olvides que tu vida es la empresa más grande del mundo. Solo tú puedes evitar que se vaya cuesta abajo. Muchos te aprecian, admiran y aman.

Si recordabas que ser feliz es no tener un cielo sin tormenta, un camino sin accidentes, trabajar sin cansancio, relaciones sin desengaños.  Feliz no es sólo disfrutar de la sonrisa, sino también reflexionar sobre la tristeza. No sólo es celebrar los éxitos, sino aprender lecciones de los fracasos. No es sólo sentirse feliz con los aplausos, sino ser feliz en el anonimato.

La vida vale la pena vivirla, a pesar de todos los desafíos, malentendidos, periodos de crisis. Ser feliz no es un destino del destino, sino un logro para quien logra viajar dentro de sí mismo. Ser feliz es dejar de sentirse  víctima de los problemas y convertirse en el autor de la propia historia.

Atraviesa desiertos fuera de ti, pero lograrás encontrar un oasis en el fondo de nuestra alma.  Es dar gracias a Dios por cada mañana, por el milagro de la vida.  Ser feliz es no tener miedo de tus propios sentimientos.  Es saber hablar de ti.  Es tener el coraje de escuchar un "no".  Es sentirse seguro al recibir una crítica, aunque sea injusta.  Es besar a los niños, mimar a los padres, vivir momentos poéticos con los amigos, incluso cuando nos lastiman.

Ser feliz es dejar vivir a la criatura que vive en cada uno de nosotros, libre, feliz y sencilla.  Es tener la madurez para poder decir: "Me equivoqué".  Es tener el valor de decir: "perdón".  Significa tener la sensibilidad para decir: "Te necesito".  Significa tener la capacidad de decir "te amo".  Que tu vida se convierta en un jardín de oportunidades para ser feliz ... Que tu primavera sea amante de la alegría.  Que seas un amante de la sabiduría en tus inviernos.  Y que cuando te equivoques, empieces de nuevo desde el principio.  Solo entonces te apasionará la vida.

Descubrirás que ser feliz no es tener una vida perfecta, pero usarás las lágrimas para regar la tolerancia.  Utiliza las pérdidas para entrenar la paciencia.  Usa errores para esculpir la serenidad.  Usa el dolor para pulir el placer.  Usa obstáculos para abrir ventanas de inteligencia.  Nunca te rindas ... Nunca te rindas con las personas que te aman.  Nunca renuncies a la felicidad, porque la vida es un espectáculo increíble.

Agradezco a mi querida Vero este valioso aporte.

Aprender en casa con Melina Furman

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez

Echamos mano de un reciclado para apoyar a nuestra amiga y colaboradora Eréndira, en su debut como profesional retirada. Desconectada del mundanal ruido, en un reencuentro personal.


Día tras día los padres tenemos la tarea de educar a nuestros hijos. Desde que nacen y sin límite de tiempo,no importa que estemos conscientes de que ya son adultos, los padres siempre sentimos que hay algo que corregir o reafirmar. Nos quejamos de lo cansado que es repetir todos los días las mismas retahílas, sermonear, determinar límites, infundir valores, buenos modales, pero nos quedamos con la inercia de hacerlo y para desgracia de nuestros hijos ya no paramos.

Muchas de las veces nos sentimos defraudados, vemos sus cuartos con ropa tirada, sus llegadas tarde, cuando mil veces les decimos la hora de entrada a casa, respuestas groseras, pareciera que son refractarios a nuestras palabras. Entonces nos sentimos incapaces, ¡no hemos sabido educarlos!

Para los que ya hemos recorrido una buena parte de este camino, queda claro que nuestro esfuerzo no es estéril, quizá no dé resultados inmediatos pero toda la información que vamos imprimiendo en el cerebro de nuestros hijos ahí queda, que una vez que cese la interferencia de la inmadurez de la niñez, bendita inmadurez que se acompaña de una plasticidad cerebral invaluable para asimilar conductas y conocimientos innumerables, la descarga hormonal del adolescente que le convierte en un ente con idioma y comportamiento diferentes y no por ello indeseable porque es entonces cuando se gestan en nuestros hijos muchas de sus aptitudes,de su personalidad, indispensable el tránsito por ella con sus tintes de rebeldía e irreverencia. Toda esa información decía que les hemos ido haciendo llegar a través de la palabra,reforzada por nuestra congruencia en el actuar, tarde que temprano se harán evidentes.

En ocasiones solo falta un incentivo o una situación que los ponga a prueba para darnos cuenta de que nuestro esfuerzo no ha sido en vano. No sintamos como padres que estamos trabajando para hacer hijos ejemplares, para que nos halaguen el oído con comentarios sobre lo bueno que son nuestros hijos, que lo hacemos para responder a nuestras necesidades o para cumplir sueños propios que no concluimos-. No es ningún sacrificio educar a nuestros hijos y darles las herramientas materiales y espirituales que necesitan es nuestra obligación.

Para los que ya hemos recorrida una buena parte de este camino, queda claro que nuestro esfuerzo no es estéril, quizá no dé resultados inmediatos pero toda la información que vamos imprimiendo en el cerebro de nuestros hijos ahí queda. Que una vez que cese la interferencia de la inmadurez de la niñez, bendita inmadurez que se acompaña de una plasticidad cerebral invaluable para asimilar conductas y conocimientos innumerables, la descarga hormonal del adolescente que le convierte en un ente con idioma y comportamiento diferentes y no por ello indeseable porque es entonces cuando se gestan en nuestros hijos muchas de sus aptitudes, de su personalidad, indispensable el tránsito por ella con sus tintes de rebeldía e irreverencia. Toda esa información decía que les hemos ido haciendo llegar a través de la palabra, reforzada por nuestra congruencia en el actuar, tarde que temprano se harán evidentes.

En ocasiones solo falta un incentivo o una situación que los ponga a prueba para darnos cuenta de que nuestro esfuerzo no ha sido en vano. No sintamos como padres que estamos trabajando para hacer hijos ejemplares, para que nos halaguen el oído con comentarios sobre lo buenos que son nuestros hijos, que lo hacemos para responder a nuestras necesidades o para cumplir sueños propios que no concluimos. No es ningún sacrificio educar a nuestros hijos, y darles las herramientas materiales y espirituales que necesitan es nuestra obligación.

Si ser padres nos resulta difícil, acordémonos que ser hijo tampoco es nada fácil, son muchas veces conejillos de Indias con los que hacemos nuestros ensayos sobre cómo ser padres. Yo les digo siempre a mis hijos cuando se me quedan viendo como diciéndome,"me exiges demasiado": "Yo no le pido peras al olmo, yo sembré peras". Así que no desesperemos, sembramos para el futuro, para el de nuestros hijos, y la mejor recompensa no es que nos lo agradezcan, es verlos responder como peras al reclamo de la vida

Katana, la perrita ciega que recorre el mundo