LEER A MÉXICO
Justo ahora, en el mes patrio, cuando vemos los colores de nuestra
insignia haciendo lucir los diversos sitios públicos, es buen momento para
reflexionar qué es lo que estamos celebrando.
Aprovechar la estancia obligada de los pequeños dentro de casa, para
presentarles el movimiento de Independencia de otra forma, como un relato “de
bulto”, en el que participan seres humanos y no sólo personajes planos, cuya
imagen conocemos a través de las estampas que venden en las papelerías, o desde
las galerías de imágenes en la red.
La Historia de México es una materia maleable, quizá
vulnerada, en busca de darle un sesgo político al margen de la realidad en la
que ocurrieron los hechos. Hay que
decirlo, nadie puede tener la noción del todo auténtica de cómo sucedieron,
pues aun de propia boca de cada
personaje, se narraría un mismo episodio de distinta manera, cada cual, desde
su percepción muy personal, conforme a sus expectativas, o según juzgue la
participación de sus compañeros. Cierto,
una cosa es narrar la historia con base en fuentes documentadas, y otra muy
distinta es hacerlo por inspiración, interpretando lo ocurrido conforme a una
narrativa personal.
Estoy terminando de leer un ensayo de Marina Castañeda que
habla acerca de la pandemia. Se
intitula “COVID-19: Una crónica personal”.
De forma lúcida y amena, la psicóloga nos va llevando a través de su
vivencia personal desde el inicio de la contingencia, prácticamente hasta estos
días. Al referirse a ese fenómeno social
que se presentó cuando el gobierno “dio permiso” de comenzar a salir de casa en
el mes de junio, señala que triunfó el pensamiento mágico, en una sociedad
sedienta de volver a comprar. Estas
palabras activaron reflexiones muy personales que aquí deseo compartir, si no
es que ya las he expresado en ocasiones anteriores. Al hablar sobre las generaciones de adultos
nacidos después de la Segunda Gran Guerra, la autora nos describe como “una
sociedad históricamente privilegiada, que jamás había visto coartadas sus
libertades”. De esta forma explica que el encierro haya representado una
forma de prisión de la cual anhelamos salir para sentirnos vivos. Estos dos conceptos, la sed por comprar y la
sensación de ahogo en el encierro, explican de manera sobrada esos movimientos
humanos en sitios públicos, en particular en fiestas y antros. Las personas se animan unas a otras a salir,
con el clásico “no pasa nada”, del que ya hemos visto consecuencias de sobra trágicas.
Vuelve Castañeda a hablar de nosotros, los nacidos entre
mediados del siglo veinte y principios del actual, para decir que hemos resultado poco aptos para enfrentar
la adversidad. ¡Y vaya que tiene
razón! Estamos acostumbrados a la
satisfacción inmediata de nuestros deseos; somos poco tolerantes a la
frustración, y lo vemos desde la edad preescolar. Para muestra tenemos los grandes berrinches
del pequeño de dos o tres años en una plaza comercial, que finalmente doblega a
la mamá o al papá. El niño termina por
salirse con la suya, mientras el adulto –sudoroso y abochornado—expresa a de
modo incidental que debió ceder frente al niño para no incomodar a los demás.
Hay notables cambios de estilos de vida en los últimos
cincuenta años. Los jóvenes de hoy se
asombran al enterarse de que nosotros crecimos sin un teléfono celular; que el
televisor tenía trece canales y que había que levantarse a girar el disco, una
y otra vez, para cambiar de
programa. Claro, hay que decirlo, dentro
de los cuatro o cinco que ofrecía la barra programática, en blanco y negro.
Ello siempre y cuando la antena exterior no tuviera interferencia por cambios
climáticos. Este es un ejemplo muy
familiar y cercano para cualesquiera, de la diferencia tecnológica entre
aquella televisión y la actual, y de cómo los avances de la tecnología generan
cambios de pensamiento y de conducta, no necesariamente para bien.
La tecnología propicia de igual manera, una distorsión en la comunicación. Aunque ya
han disminuido, continúan circulando mensajes acerca del origen del
virus; de las malévolas intenciones de
diversas potencias mundiales en la pandemia; de remedios mágicos que han cobrado
más de una vida al utilizarlos, y lo de moda, el asunto de las vacunas. Habitualmente nos adherimos a ese conocido
personaje en redes que más confianza nos inspira, y creemos a pie juntillas lo
que nos dice. Sin embargo, en cuestión
de salud, es recomendable cotejar dichos contenidos con fuentes autorizadas; no
dejarnos llevar por la inspiración ni por la fascinación; evitar actuar por
actuar, sin una certeza de que hacerlo sea, primero seguro y segundo efectivo.
En este tiempo de oportunidades inéditas, aprendamos a leer de
otra forma nuestra historia, para bien de México.