domingo, 18 de junio de 2017

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

EL NOMBRE DEL JUEGO
Los grandes delitos son algo así como la punta del iceberg que evidencia los comportamientos sociales de cada época.  Los delitos actuales  son similares a los de hace cincuenta o cien años, sin embargo tienen elementos nuevos que los vuelven diferentes y nos invitan a la reflexión ciudadana. A partir de ello estamos obligados a preguntarnos  cómo está funcionando la figura de autoridad en los procesos educativos de nuestra sociedad.
     Allá por 1946, cuando surgió en los Estados Unidos el libro “Tu hijo” del pediatra Benjamin Spock, mucha de la metodología que utilizaban los padres para educar a sus hijos en el hogar comenzó a cambiar.  Los detractores del Dr. Spock afirman que a partir de la propuesta de dicho libro, que pugnaba por evitar castigar a los hijos para que no se traumaran, sobrevino la crisis de valores que padecemos hoy en día.  En tanto los simpatizantes del galeno afirman que su método ayudó a flexibilizar las rígidas estructuras disciplinarias  hacia los hijos que prevalecían hasta entonces.  Habría que ver con  óptica antropológica qué sucedió y de qué manera repercute setenta años después.
     El libro del Dr. Spock se publicó  a finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando sobrevino la Guerra Fría, y poco antes del inicio de la Guerra de Corea.  En dichos conflictos bélicos  Estados Unidos tuvo participación activa, lo que repercutió en el núcleo familiar. El hombre partía al frente de batalla y  desde ese momento reinaba en el hogar  la incertidumbre de si regresaría y en qué condiciones lo haría. Por su parte  la mujer tuvo que salir a trabajar fuera de casa, tanto para obtener un ingreso familiar como para apoyar en la producción de implementos bélicos, reduciendo la hasta entonces plena atención de los hijos. Mucha pero mucha culpa flotaba en el ambiente, por lo que el concepto del Dr. Spock de no infligir mayores heridas a los hijos cayó como anillo al dedo.
     Los niños de los cincuentas, jóvenes de los sesentas,  tuvieron más libertad y menores inhibiciones para expresarse, surgió el Movimiento Contracultural de finales de los años sesentas con sus campañas a favor de la paz y el amor, junto con el rock, el consumo de drogas y el uso de la píldora anticonceptiva. Además  había una nueva razón para protestar, esa razón se llamaba Viet Nam.
Quienes tenemos edad suficiente para haber conocido aquellos movimientos y medirlos frente a los actuales, vemos una gran diferencia.  Los delitos que ocurren hoy en día dan cuenta de que  la figura de autoridad es totalmente ignorada,  se actúa a partir de un egocentrismo profundo, de modo que todo lo que estorbe a los propósitos del propio yo es eliminado, así se trate de  vidas humanas.  Muy en el fondo me parece que está influyendo mucho la falsa idea de los padres  de conquistar a los hijos más que educarlos, de ponerse de su lado, de concederles una posición jerárquica que no les corresponde, y que a la larga terminará por perjudicarlos.
     Una cosa es que busquemos sentarnos a platicar con el hijo de diez o doce años, y otra muy distinta es que queramos actuar como su mejor amigo.  Una cosa es ganarnos su confianza y otra muy distinta es negociarla a costa de nuestra autoridad.  Una cosa es reconocer que en cuestiones tecnológicas nos llevan la delantera, y otra es someternos a ellos.
     No sé si como  papás tenemos miedo de perderlos, no sé si nos mueve la culpa o se nos carga la eventual soledad que llegará el día cuando ellos partan a hacer su vida, de modo que nos corresponde analizar qué elementos nos mueven a actuar de una manera que no contribuye a fijar límites.  Nuestros hijos pasarán un tiempo a nuestro lado y el resto ya  por su cuenta, haciendo su propia vida, de modo que por lógica nos corresponde educarlos desde ahora  para que aprendan a vivir bien  sin nosotros.
Ese fenómeno de la “adultescencia” bien puede tener un origen similar, adultos de treinta o cuarenta años que siguen viviendo cómodamente en la casa paterna sin intención alguna de independizarse.  Nosotros como padres buscamos cómo seguir siendo necesarios en las vidas de nuestros hijos, para así salvarnos del síndrome del nido vacío.  Nos ofrecemos a ayudar en cuestiones que ellos ya deberían resolver por cuenta propia, los cobijamos bajo nuestra ala y casi los asfixiamos.  Una forma de dependencia que parte de nuestra necesidad de sentirnos indispensables y así  no quedarnos solos, que los mantiene anclados en el hogar paterno, desperdiciando tiempo precioso que les corresponde a ellos vivir por su cuenta. 
     Revisemos cómo anda la autoridad en casa y fuera de ella.  Las transgresiones del orden no se resuelven con ley y cárcel, sino que se previenen con  inteligencia y  corazón. Educación temprana, firme y constante es el nombre del juego.

VIÑETAS por María del Carmen Maqueo Garza


El padre no duda en hacerse pequeño
para estar de la estatura del hijo
y así poder mirarlo  frente a frente.
Quiere instruirlo acerca de la vida,
del orden cósmico que rige el universo.
Es el suyo un amor racional --así debe de ser--,
le habla con firmeza, lo llama a comprender,
aunque al final, cuando ve frente a sí
la pequeña figura del niño
que le mira como se mira a un héroe,
un calor le invade el pecho, su voz se quiebra.
Lo besa en la frente y lo bendice.
Se siente para toda la vida,
desde este momento y para siempre, 
el más afortunado de los hombres.

Increíble música hecha con canicas

Poesía de Enrique González Martínez


Y PIENSO QUE LA VIDA

Y pienso que la vida se me va con huida
inevitable y rápida, y me conturbo y pienso
en mis horas lejanas, y me asalta un inmenso
afán de ser e de antes y desandar la vida.
     ¡Oh los pasos sin rumbo por la senda perdida,
los anhelos inútiles, el batallar intenso!
¿Cómo flotáis ahora, blancas nubes de incienso
quemado en los altares de una deidad mentida?
     Páginas tersas, páginas de los libros, lecturas
de espejismo enfermos, de cuestiones oscuras...
¡Ay, lo que yo he leído! ¡Ay, lo que yo he soñado!
     Tristes noches de estéril medicación, quimera
que ofuscaste mi espíritu sin dejarme siquiera
mirar que iba la vida sonriendo a mi lado...
¡Ay, lo que yo he leído! ¡Ay, lo que yo he soñado!

Agradezco a Carlos su atinada sugerencia.

Las probabilidades de que tú existas

Adriana, gracias por tu sugerencia

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


A veces nos toma demasiado tiempo hacer el recuento de los daños, después de una tempestad  llega la calma, pero es cuando nos vamos haciendo conscientes de las pérdidas.
     Toma tiempo asimilar todo lo que hemos vivido en una tragedia que nos tomó por sorpresa, por lo general no se anuncia con anticipación.
     Pasó, es cierto, como tromba que se lleva a su paso trozos de nuestra vida, de nuestra alma. Nos deja heridas profundas que por mucho tiempo permanecerán tan sensibles que al menor roce, despertarán dolor.      Aprenderemos a vivir con ello, y a recurrir a la analgesia que nos da la fe, la esperanza, el amor. No hay olvido, no hay curación instantánea y quizá no haya cura definitiva para el dolor que causan las ausencias de nuestros seres queridos, pero hay estrategias para no permanecer paralizados por ello.
     Una de ellas es pensar que fue la mejor versión que el final pudo haber tenido, no buscar culpabilidades en nosotros mismos o en otros, reconocer nuestros límites como mortales, reconocer que en la medida de lo posible se hizo todo lo que estaba al alcance y que siempre estaremos a expensas de que haya errores, porque no es concebible un actuar humano que esté exento de ello. Asumir nuestras incapacidades es aceptar que no tenemos el destino propio ni ajeno totalmente en nuestras manos.
     Conservar en el mejor espacio del corazón y la memoria las vivencias felices con nuestros queridos ausentes y en uno pequeño y al que no accedamos con insistencia, ese trance que definitivamente no podremos olvidar, de dolor, de angustia, de duelo y desconsuelo. 
     Hay siempre en la vida, más que agradecer que reclamar, y el dolor de su pérdida por profundo que sea nunca debiera ser mayor que la dicha enorme de lo vivido a su lado. Quienes fueron tan amados por nosotros, no pueden, no deben convertirse en recuerdo que solo nos cause dolor. 
     Traigamos al presente lo mejor que el pasado con ellos nos dejó y no tan solo el dolor que su partida nos causó.
     Aprender a lidiar con el dolor y a no valernos de él para justificar amargura, para causar infelicidad a los demás. Que dentro de nuestra naturaleza impere la resilencia y logremos recuperarnos en mente y espíritu para seguir siendo en nuestra propia vida y en la de los que nos rodean agentes de positividad.

El conejo en la luna: Cuento huasteco