domingo, 18 de junio de 2017

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


A veces nos toma demasiado tiempo hacer el recuento de los daños, después de una tempestad  llega la calma, pero es cuando nos vamos haciendo conscientes de las pérdidas.
     Toma tiempo asimilar todo lo que hemos vivido en una tragedia que nos tomó por sorpresa, por lo general no se anuncia con anticipación.
     Pasó, es cierto, como tromba que se lleva a su paso trozos de nuestra vida, de nuestra alma. Nos deja heridas profundas que por mucho tiempo permanecerán tan sensibles que al menor roce, despertarán dolor.      Aprenderemos a vivir con ello, y a recurrir a la analgesia que nos da la fe, la esperanza, el amor. No hay olvido, no hay curación instantánea y quizá no haya cura definitiva para el dolor que causan las ausencias de nuestros seres queridos, pero hay estrategias para no permanecer paralizados por ello.
     Una de ellas es pensar que fue la mejor versión que el final pudo haber tenido, no buscar culpabilidades en nosotros mismos o en otros, reconocer nuestros límites como mortales, reconocer que en la medida de lo posible se hizo todo lo que estaba al alcance y que siempre estaremos a expensas de que haya errores, porque no es concebible un actuar humano que esté exento de ello. Asumir nuestras incapacidades es aceptar que no tenemos el destino propio ni ajeno totalmente en nuestras manos.
     Conservar en el mejor espacio del corazón y la memoria las vivencias felices con nuestros queridos ausentes y en uno pequeño y al que no accedamos con insistencia, ese trance que definitivamente no podremos olvidar, de dolor, de angustia, de duelo y desconsuelo. 
     Hay siempre en la vida, más que agradecer que reclamar, y el dolor de su pérdida por profundo que sea nunca debiera ser mayor que la dicha enorme de lo vivido a su lado. Quienes fueron tan amados por nosotros, no pueden, no deben convertirse en recuerdo que solo nos cause dolor. 
     Traigamos al presente lo mejor que el pasado con ellos nos dejó y no tan solo el dolor que su partida nos causó.
     Aprender a lidiar con el dolor y a no valernos de él para justificar amargura, para causar infelicidad a los demás. Que dentro de nuestra naturaleza impere la resilencia y logremos recuperarnos en mente y espíritu para seguir siendo en nuestra propia vida y en la de los que nos rodean agentes de positividad.

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