RECORDANDO AL
CONDE DE DERBY
En mi personal sentir, García Márquez supo perfectamente lo
que hacía cuando eligió mudarse a nuestro país.
Su casa al sur de la ciudad de México, le permitió consolidar ese
ambiente de realismo mágico que comenzó en Aracataca, lugar de su nacimiento, recorriendo
buena parte del mundo, hasta venir a instalarse entre nosotros.
Pero ¿por qué digo eso justo hoy? Porque vivo convencida de
que el nuestro es uno de los países en los que conviven como buenas hermanas la magia y la realidad. Dentro de cada uno de nosotros hay elementos
que venimos heredando desde la época prehispánica, eso sí, tamizados por los
filtros del cristianismo, desde la época de la Conquista española hasta la
actual, que podríamos llamar la nueva conquista, cuando una diversidad de
convicciones religiosas, en su mayoría norteamericanas, continúan actuando
dentro de nosotros para generar comportamientos sociales, económicos y culturales
de lo más variado.
En esta ocasión quiero partir de un caso en particular, que
debe de abrirnos los ojos a todos. Un
caso muy lamentable que inicia con lo ocurrido a un ahorrador de una
institución en el estado de México. Un sexagenario es timado y pierde el total
de sus ahorros, por un poco más de un millón de pesos. Tras el desfalco, víctima de la
desesperación, el ahorrador se suicida. Se hace la investigación, que lleva a
inculpar a una empleada y a su novio, los cuales a la fecha están siendo sujetos
a proceso. Ahora el banco ofrece restituir a los deudos la cantidad
robada, pero: ¿La vida perdida quién se la regresa al hombre?
A ojo de pájaro vemos que los fraudes y las extorsiones a
personas de la tercera edad, proliferan cada vez más. Supongo que los malandros consideran que
somos materia más sencilla de manejar.
Nuestra escasa habilidad tecnológica nos coloca como víctimas
ideales. En lo personal, a pesar de que
tengo por regla no contestar llamadas de números foráneos desconocidos, estuve
a punto de caer. Hace algunos meses,
tuve un familiar gravemente enfermo en otra ciudad; en esos días entró una
llamada foránea que, por la lada sospeché que pudiera ser del hospital donde
estaba mi familiar. Contesté y me topé
con el clásico vozarrón de: “Madre, dígale a su hija que se calme, aquí la
tenemos con nosotros, etc, etc.” Y
detrás escuchaba unos gritos de mujer de “mamá, mamá, ayúdame”. Habían sido días de mucha tensión y mucho
desvelo, y mi capacidad de razonamiento no estaba en su mejor momento. Al
escuchar aquello me sentí muy confundida. Para mi gran fortuna, antes de que yo
dijera algo que me comprometiera, apareció mi hija, quien estaba en casa
haciendo “home office” y que al escucharme salió disparada para decirme:
“Cuelga, mamá, cuelga, es una extorsión”. Hecho esto volvieron a marcar, pero
ya no contesté.
Me pongo entonces en los zapatos de este ahorrador que en 30
minutos ve borrado de su vida todo su capital, tras un engaño armado por la
cajera de ventanilla bancaria que lo atendió y su cómplice. Me solidarizo con su sentimiento de
impotencia, tras la pérdida total. Su
absoluta ruina económica. Y pienso con dolor en esos jóvenes que actúan para su
propio beneficio sin detenerse a pensar por un minuto en la dimensión del daño
que pueden estar provocando. Además,
duele que lo hagan partiendo del pensamiento de que siempre priva la total
impunidad. El que hace creer que en
México no pasa nada, así te quieras robar la bandera del Zócalo capitalino.
Afortunadamente, en este caso sí los pescaron.
Aquí donde vivo, hace muchos años, hubo un adivino que se
hacía llamar “El Conde de Derby”. No
recordaba su nombre; un gran amigo muy memorioso, me ayudó a recordarlo. Este personaje tenía su “consultorio” en una
plaza comercial, además se anunciaba,
sobre todo en radio. Así se fue corriendo la voz (para los expertos el mejor
medio de comunicación), y recibía personas de ambas fronteras. Llegaba el cliente, le contaba su problema,
invariablemente le diagnosticaba “males puestos” y le decía que había que hacer
un “trabajo”, que, de acuerdo con las posibilidades del incauto era el costo
siempre por anticipado. Días después volvía el cliente, nuevo cobro de
consulta, le decía que el trabajo estaba hecho y que a los tantos días vería
resultados. Dado su renombre, lo visitó un agricultor texano con un serio problema. Diagnóstico: un gran mal puesto, por
ende, un elevado costo para quitarlo. No
quiero mentir, pero fueron varios miles de dólares como depósito para hacer el
trabajo. Para cuando volvió el cliente a
ver los resultados, el conde había volado junto con su consultorio. Nunca lo
atraparon.
Por el confinamiento los problemas económicos crecen. Los modos de hacer dinero se diversifican. Y
así debe crecer nuestra sana suspicacia.