RUTAS SANAS
La pandemia es una realidad inobjetable. Con el tiempo va extendiendo sus ramas para alcanzar
áreas de nuestra vida que en un principio no imaginamos serían afectadas. El ambiente de zozobra y angustia comienza a
cobrarnos la factura emocional. Pasa el
tiempo, crece la desesperación, y surgen fenómenos como violencia y
depresión. Los índices de esta última
han aumentado; ahora comienzan a escasear antidepresivos en el mercado mundial. Se dan casos que suponíamos exclusivos de la
novela negra, como el suicidio en algunas personas que acaban de resultar positivas
para COVID. Amén de las secuelas post enfermedad,
entre las cuales se cuentan cuadros neurológicos y psiquiátricos que apenas
comenzamos a conocer.
Ante un panorama como éste nos preguntamos qué podemos
hacer. De momento no se nos ocurren muchas alternativas. Corresponde a cada uno revisar su armario
mental para identificar con qué elementos personales cuenta, para hacer frente
a la hecatombe que viene dejando nuestro universo personal “patas arriba”.
Además de la depresión surgen episodios de violencia, en
particular de tipo verbal. Hace un par de días leía el tuit de una chica
que manifiesta su dolor por la pérdida del padre; luego de dos o tres
comentarios de apoyo, surge uno que dice: “Y a mí qué #$%& me importa tu
vida personal”. Me resultó como una de esas fotografías instantáneas que
reflejan mucho más de lo que el fotógrafo calculó antes de oprimir el botón de
la cámara. Da cabida cuenta de la
indiferencia frente al dolor de otros.
Tal vez proyecta mucho más: aspectos que ni el autor del comentario
identifica, emociones rancias que se filtran por las grietas de los sentidos. Una violencia como alud que aplasta cualquier
expresión ajena, una absoluta falta de empatía con los demás. La chica no está diciendo que se le averió un
neumático o que le robaron el teléfono móvil.
Expresa el dolor desgarrador que representa la pérdida de una figura
fundamental en su vida. Muy en lo
personal, hallo que una red social como Twitter no es el conducto ideal para
estos asuntos, pues nunca falta un comentario devastador como éste.
Pero también entiendo que
los años de diferencia que hay entre
el nacimiento de esta chica joven y el mío, representan una brecha generacional
difícil de abarcar.
Hallamos cada vez más desolación en nuestro entorno; menos
columnas de dónde sostenernos, y una vigente indiferencia social, que aporta
poco para el control de la enfermedad.
Necesitamos valernos de otros recursos que nos permitan seguir a flote
mientras pasa la crisis. En más de una ocasión he comentado en este espacio lo
reconfortante que ha sido la lectura
para mí durante la pandemia. El libro es ese mejor amigo al que podemos
recurrir en cualquier momento para superar la realidad que a ratos nos rebasa.
Para entenderla mejor, o –por qué no-- para reinventarla. En su recopilación de conversaciones y
conferencias, denominada “La forma inicial” (sextopiso, 2015), el argentino
Ricardo Piglia ofrece incontables lecciones de vida. Va dirigido a estudiantes de Literatura. En
lo personal siento que su área de influencia va mucho más allá.
La lectura modifica la realidad que vivimos; la redimensiona
y hermosea. Digamos, cuando Piglia habla
de la luz a través de la historia, nos lleva a descubrir la grandeza de este
elemento en nuestras vidas, de cómo se filtra la luz del sol a través del
cristal de las ventanas. De la forma en
que podemos seguir teniendo luz cuando ha caído la tarde, y de cuan afortunados
somos hoy en día, de poder hacer aquello que en los inicios de la civilización resultaba
imposible. Así, como este ejemplo,
podemos hallar un sinfín de elementos que tenemos al alcance de la mano, y que
en la evolución de la historia nos hacen ver lo privilegiados que somos. Vienen a mi mente aquellas maravillosas
palabras de Facundo Cabral: “No estás deprimido, estás distraído”. Cierto, esa
misma labor de redescubrimiento de lo cotidiano podríamos hacerla sin mapa, aunque,
dada esa misma distracción, es más complicado.
A través de los libros podemos ver con otros ojos la
realidad que, hay que decirlo, a ratos nos sofoca. Piglia habla sobre las redes sociales como un
método de taquigrafía a través del cual nos comunicamos, sin incluir el manejo de ideas y emociones
iluminadoras, que buscamos enviar o recibir a través del lenguaje formal. Además –lo vemos de manera clara en
Twitter—da pie a que nuestro mensaje sea contestado con una carga de agresividad. Piglia habla de capas de significación que la
escritura tradicional nos permite agregar al núcleo original, y que representa
un ejercicio que invita a la reflexión.
Habrá que hallar rutas sanas para liberar el estrés de estos
tiempos: Yo recomiendo la lectura.