domingo, 26 de octubre de 2025

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 OCTUBRE Y LA VIDA

Estamos a escasos días de terminar octubre, que, a partir de 1988 se instituyó por parte de la ONU como el mes de sensibilización y prevención del cáncer de mama. El mundo se viste de color de rosa y muy diversas instituciones se solidarizan con esta campaña de alertamiento que, gracias a su difusión, a la fecha habrá salvado miles de vidas.

Con esa mala maña que tengo, me asomo a la literatura para buscar información en torno al tema. En este caso abrevo de lo escrito por mujeres. Han sido muchas literatas las que han padecido el calvario que inicia al detectarse una tumoración mamaria y continúa por todo lo que hay que pasar para clasificarla, extirparla, determinar si está localizada o se ha esparcido a otras partes del organismo, y ajustar un tratamiento para limitar o desterrar los efectos secundarios que la enfermedad es capaz de provocar. Más delante hablar sobre los efectos colaterales de los tratamientos, generalmente agresivos, ya sea por radiación o quimioterapia, amén del aislamiento social que la enfermedad por sí misma y sus diversos tratamientos, llegan a condicionar.

Quizá la escritora más conocida por haber padecido y documentado su propio cáncer de mama haya sido Susan Sontag. Fue diagnosticada en 1972, justo cuando trabajaba en un libro acerca de la muerte en mujeres, en el que abordaría el suicido de Virginia Woolf y la dolorosa muerte de Marie Curie, entre otras muchas, entre las cuales también disertaba acerca de la muerte de Alice James, diarista norteamericana y hermana de Henry James, muerta a finales del siglo diecinueve por cáncer de mama a los cuarenta y dos años.

En una revisión emprendida por Anne Boyer en su ensayo “Desmorir” me sorprende descubrir la cantidad de mujeres literatas que padecieron este mal y a edades muy jóvenes, y de como personajes de la talla de Sontag, hablan más bien poco de su proceso frente al cáncer. Lo hacen más como disparos catárticos que como un proceso caviloso al que nos tiene acostumbrados la norteamericana. La obra “Primavera silenciosa” escrita por la bióloga y ambientalista Rachel Carson en 1962, habla acerca del efecto de diversos químicos ambientales en la salud humana, incluyendo el tema del cáncer, padecimiento que terminó con su vida dos años después de publicada su obra.

“Mi labor es habitar los silencios con los que he vivido…”  escribió Audre Lorde, poeta feminista muerta en 1992 a causa de la misma enfermedad, para hablar del silencio que solía rodear en sus tiempos al cáncer de mama, y que, afortunadamente, ahora es mucho menor. Aun así, queda mucho por hacer.

Quienes hemos enfrentado un “tete a tete” con el cáncer, sabemos que se trata de palabras mayores. Que a partir del momento en que llega a nuestra vida será una presencia constante, aun cuando la ciencia médica consiga erradicar la lesión primaria de nuestros tejidos y haga un puntual seguimiento de cualquier recurrencia que pueda ocurrir. Comenzamos, entonces, a entender la vida de otra manera, como un préstamo bendito que el cielo nos hace para aprovechar lo que nos ha sido dado, de la mejor manera. Entendemos que la muerte es una realidad que flota en el aire, y que en cualquier momento podríamos aspirar y así terminar nuestra existencia. Pero no es algo que angustie o ensombrezca, por el contrario, es un acicate que llama a hacer las cosas de la mejor manera posible y hacerlas hoy, porque el mañana podría no llegar a nuestras vidas.

Reconocer de manera tan lacerante que la vida es un préstamo y nada más, nos lleva a reconciliarnos con nuestro pasado, a perdonar los males que podamos venir cargando en la mochila de viaje. Nos llama a detenernos un momento frente al espejo, congraciarnos con nuestra imagen y aprender a amarnos tal cual somos, con nuestras heridas y cicatrices, hasta entender que para amar a otros habremos de romper el capullo de nuestro propio egoísmo y así extender los brazos a la vida.

Vivir acompañados de la sombra del cáncer es aprender a danzar en su compañía siguiendo el compás que la vida nos marca. Es medir los escollos del camino frente a las verdaderas grandes dificultades, hasta hallarlos pequeños y sorteables. Es entender que vivir la vida con un propósito que vaya más allá de nosotros mismos, es la mejor manera de llevar nuestra condición humana a un nivel superior.

“La historia de la enfermedad […] es la historia del mundo” dice Anne Boyer respecto al cáncer. Suscribo diciendo que la enfermedad, o el estudio de la enfermedad, o la literatura al respecto, es una forma de entender nuestra historia personal. Es descubrir que, solo al filo del precipicio, la vida se aprecia en su total magnitud y aprendemos entonces a valorar cada respiro como una oportunidad única de cincelar nuestra propia creación terrena.

CARTÓN de LUY

 


El cielo de un otoño - Ensamble Somos Más que Dos (Flor González y Héctor Silva)

CARTAS A MÍ MISMO por Carlos Sosa

Nueve años después

Han pasado nueve años desde que mi padre partió, y todavía camino por el sendero que él trazó con sus pasos firmes. No necesito mapas: basta con recordar su voz, sus silencios, la manera en que miraba el mundo con esa mezcla de severidad y ternura.

Él me enseñó que ser justo es más importante que ser bueno, porque la justicia no se acomoda a caprichos ni se esconde en simpatías; es recta aunque duela. Me enseñó también que la honorabilidad pesa más que la diplomacia, porque la cortesía sin verdad es un traje bonito sobre un cuerpo vacío. Y me enseñó, sobre todo, que todo lo que vale la pena debe hacerse con amor, incluso cuando duela, incluso cuando el amor se confunda con sacrificio.

Hoy su ausencia es un eco que no cesa. No hay día en que no me sorprenda buscándolo en un gesto, en una palabra, en la sombra que deja la tarde. A veces lo encuentro en mí mismo, en la forma en que enfrento la vida, en esa obsesión casi testaruda de hacer las cosas con rectitud. Otras veces lo descubro en lo que me falta: en los consejos que ya no puedo escuchar, en el abrazo que no llega, en el orgullo que imagino y que ya no puedo confirmar en sus ojos.

Nueve años después, sigo conversando con él en silencio. Le cuento mis aciertos como si estuviera presente y le confieso mis errores como quien pide consejo en voz baja. Su ausencia se volvió una brújula: no señala el norte, pero me recuerda el rumbo.

A veces me pregunto qué pensaría al verme ahora, si aprobaría mis decisiones, si reconocería en mí al hombre que él intentó formar. Y aunque la respuesta siempre se escapa, me consuela creer que sí, que cada paso que doy con justicia, honor y amor es, en cierta forma, un diálogo secreto con él.

Porque hay ausencias que no desaparecen: se transforman en caminos. Y el suyo, nueve años después, todavía me sostiene...

Discurso de la Princesa Leonor en la entrega de los Premios PRINCESA de ASTURIAS 2025: "Volver a lo esencial"

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez

Teniendo como tengo el alma
tan llena de cariño
tan plena de satisfacciones
no hay cabida en ella ni para odios,ni para rencores
Cuando a veces siento
que algo no me cuadra
que algo me hace daño
tan solo exhalo mi ira
y con ella impido que
mi alma, reservorio de nobles afectos
de bellos recuerdos
intente abrir espacio para indignos sentimientos
que solo destruyen, que solo lastiman
que siembran tan solo incertidumbre y pena
Pero tengo el alma, llenita, hasta el tope
desde que era niña
de tanto cariño,
y tan solo tengo contrato con ella
de abrir más espacios, cuando no me quepa
el amor en el pecho,
solo eso se almaceno, solo eso conservo
porque es lo que abona, para que en mi ser
tan solo florezca la paz, la energía que
sea impulso, fuerza ante todo aquello
que sea una amenaza que pueda apagar la luz de mi alma
que pueda abolir la fe que tengo en la vida

Todo lo que perdimos por Omeleto