EL PESO DE LA
PALABRA
La palabra, esa herramienta de comunicación que nos permite
expresarnos y así constituir sociedades civilizadas, y algo más, nos permite
trascender en el tiempo y la distancia.
La semana que termina lo hace México con elevadas cifras criminales:
Levantones, desapariciones y masacres en 81% del país (según cifras de AC Consultores), en tanto varios estudiosos contabilizan
hasta 180 grupos criminales que hacen de
las suyas de manera impune, cobijados en la política de los abrazos del
ejecutivo federal. Esta semana tocó a
Luis Martín Sánchez, corresponsal de La Jornada para el estado de Nayarit. Fue secuestrado y horas después encontraron
su cuerpo sin vida en alguna brecha. Es
una más de las situaciones en que se amenaza la vida de un comunicador debido a
su oficio. A ratos parece que es más
grave dar a conocer los actos delictivos que cometerlos. Alcanza más castigo comunicar que delinquir.
He comenzado a leer con sumo interés una novela de Rosa
Montero publicada en el 2022 por Seix Barral: “El peligro de estar
cuerda”. Tal cual sucede con las obras que nos atrapan, yo como
lectora me identifico con la relación que la autora refiere haber tenido con la
palabra desde pequeña, cuando sentía que no encajaba en el entorno. Más delante habla sobre el panorama mundial,
en el que la OMS señala que el 12.5% de la población general sufre algún
trastorno emocional. Si su obra fue
publicada en el 2022, al término de la pandemia, yo me pregunto qué cifras
arrojará la Salud Mundial a la fecha, ahora que comenzamos a estudiar los daños
emocionales y sociales que ha traído el COVID
como enfermedad, su incidencia y su mortalidad. Por otra parte, la
prevalencia de casos de COVID de larga evolución, que continúan manifestándose
hasta la actualidad, como –finalmente-- las consecuencias de ese encierro
obligado que puso en pausa actividades económicas, educativas y sociales a lo
largo y ancho del mundo.
Regresando a Rosa Montero, ella atribuye esa necesidad
inminente por escribir a algún trauma psíquico de la infancia. Se refiere a sí misma como una niña que tuvo
que asumir de manera temprana un rol de adulto, lo que le impidió disfrutar su
infancia a plenitud. Más delante va
desplegando un abanico de personajes cuyas biografías remarcan esa relación entre
estados depresivos y/o de angustia, con la necesidad imperiosa de
escribir. Da ejemplos desde los más
sutiles hasta los más dramáticos. De
los casos que cita, en lo personal no conocía a todos, pero descubro que, uno a
uno, dan cuenta de que para cada personaje escribir es vivir.
En nuestro suelo, por desgracia, expresarse llega a
equivaler a una condena de muerte. Lamentable
decirlo, la polarización ha alcanzado niveles patológicos, y no ha de faltar
alguno que, por ciega lealtad a una ideología, es capaz de asesinar. Probablemente sea el caso del compañero Luis
Martín Sánchez quien pierde la vida, además de que su familia se ve en la
necesidad de abandonar la entidad para salvaguardarse. Con todo lo que implica llegar a un lugar que
no se conoce, comenzar a abrirse camino en el sector económico, tal vez con una
identidad distinta a la original. Para
los mayores es dejar su tierra y sus costumbres; familia extendida y amistades.
Es una forma de auto exilio para no morir.
Esta panorámica debe convocarnos en un mismo punto: El peso
de la palabra en la construcción de realidades, para bien o para mal. Esa palabra que hasta irresponsablemente
llega a decirse desde una tribuna pública, y que va a encender los ánimos de
quienes justifican su vida a través de la lealtad absoluta a una figura de
autoridad, por quien son capaces de hacer cualquier cosa. Esa palabra que marca con riesgo de muerte en
un país que, de manera impune, intercambia verbos por plomo. La palabra de quienes nos negamos a dejarla
ir, tal vez porque nuestros traumas de infancia nos obligan a alimentarla cada
día, a no descuidarla.
Cuánto hace falta incentivar el proceso de alfabetización
funcional. Esto es, no solo aprender a
unir letras y armar palabras, sino a
descubrir los mundos que se mueven detrás de esas grafías; las intenciones que
las lanzan al mundo y los afanes que las mantienen en el aire. Leer entre
líneas, reza el refrán popular, o bien “leer con malicia” diría yo. No es solamente pasar la vista sobre lo impreso o digitalizado que está frente a
nuestros ojos, se trata de leer al mundo, la vida, los personajes, las
intenciones. Estudiar la realidad que nos
rodea para, en el mejor de los casos, anticiparnos a lo que pueda venir más
delante, o sea, estar preparados para afrontar lo que llegue a presentarse.
“Del dolor de perder nace la obra”, palabras de Philippe Brenot citadas por Montero. Habrá
que tomar enseñanza de ello.