domingo, 14 de julio de 2019

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza



REFLEXIÓN
L'enfance est le tout d'une vie, puisqu'elle nous en donne la clef.
François Mauriac
Hay un gran libro de Sergio Ramírez: “Infancia es destino”.  El autor –psicoanalista—hace una minuciosa disección de los elementos históricos que modulan la conducta del individuo y, por ende, establecen el comportamiento de las sociedades. Luego llega Mauriac a reafirmarnos que es, primordialmente en las entrañas del hogar, donde dicho proceso comienza. Ya que, según señala él, en la paráfrasis con que inicio, la infancia es el todo de una vida, pues ella nos da la llave (para vivirla).
          Cada vez son más países, en particular de la Unión Europea, donde los niños comienzan a escasear.  Las generaciones jóvenes empujan a las maduras, y estas hacen lo necesario para llegar a la tercera y cuarta edad en condiciones apropiadas. Se cuidan, de modo que su expectativa de vida va en aumento.   En nuestro continente la pirámide poblacional se ha invertido, la idea de tener hijos es menor entre jóvenes, y el concepto de familia se modifica a sucedáneos, que las legislaciones no acaban de abarcar en su totalidad: Hay familias compuestas, en las que cada cónyuge viene con hijos de relaciones anteriores, pero no dispuestos a traer más niños al mundo.  Hay por otra parte sociedades de convivencia, individuos con perrhijos y lo que venga.  ¡Vaya! la exuberancia de mi pequeño jardín me está llevando a querer inaugurar un nuevo concepto, que bien pudiera llamarse “planthijas”. A cada nueva planta le busco su ubicación, y tal parece que me lo agradece obsequiándome un verdor desbordante, mismo que atrae invitados de primera categoría: Calandrias, colibrís y algún que otro carpintero.
          Los niños que habitan nuestro planeta –sin embargo—plantean un reto singular, en especial para quienes han decidido traerlos al mundo.  Cada personita tiene necesidades únicas que habrá que satisfacer de la mejor manera.  A estas alturas del partido de la anticoncepción, no es válido llamar “accidente” a un recién nacido.  Si viene al mundo, estamos obligados a ofrecerle todo aquello que se merece.  Como señala con total acierto mi colega y amigo, Guillermo Gutiérrez Calleros, la preparación para tener un hijo comienza 20 años antes, con la de los propios padres.
         Frente a tal escenario, en un mundo en el que hay lo indispensable para planificar las cosas, no se vale actuar sin toda la responsabilidad que al caso corresponde. No hay razón para que nosotros, como sociedad, permitamos que vayan por el mundo niños silvestres, que no estén preparados para vivir una vida satisfactoria.
          Tener un niño en casa implica adecuar todo –hasta el último rincón—a las necesidades del pequeño, y no lo contrario, por más que parezca un juego de palabras.  Ese bebé que no pidió ser incluido en la jugada, no tiene por qué recibir la peor mano, sino la mejor.  Habremos de ocuparnos para que, desde antes de nacer, cuente con elementos que le permitan desarrollar todo su potencial como adulto.  En la fórmula está incluida, por supuesto, una infancia feliz, como catalizador de esa maravillosa cadena emocional, que culmina en un ser humano satisfecho con lo que es y con lo que tiene. Uno que esté dispuesto a invertir todos sus recursos de tiempo y energía en el logro de sus metas.  Y que, para lograrlo, conozca y maneje, de igual manera, sus capacidades y sus limitaciones.
          Entre ese ideal “del libro” y el ser humano que llega al mundo, está la presencia de una familia amorosa que lo reconoce y acepta.  Que se propone caminar al compás de sus primeros pasos, para acompañarlo siempre, en toda circunstancia.  Una familia integrada por adultos que asumen como prioritario ese proyecto de ser humano, que la vida les ha encomendado.
          Hay una escena que llega de manera reiterada a mí: Un hombre joven conduciendo un vehículo en el que van tres o cuatro chiquillos brincando como chapulines.  El conductor maneja a ciegas, pues lleva la vista clavada en la pantalla de su celular, mismo que sostiene entre las manos con las que a la vez sujeta el volante. Está a punto de llegar al crucero con una avenida ancha y transitada.  Debe hacer alto, pero no lo hace. Por ventura en ese justo momento no venía ningún vehículo que los hubiera impactado de fea manera.   Cuando menos ese crucero lo libraron, pero ¿el de la siguiente esquina? ¿Seguirán esos niños con vida, o habrán pasado a ocupar su lugar en las herrumbrosas gavetas de una morgue?...
          Tener un hijo es sellar un contrato con la vida.  Ser capaces de amarlo, con tal intensidad, como para adecuar lo propio a favor de lo que a él más conviene. Es atestiguar su desarrollo, aplaudir sus logros –que no son nuestros--, y algún día, con ese mismo gozo, verlo partir.

POESÍA de María del Carmen Maqueo Garza



Quiero ser
Una con el viento andino que agita tus plumas
Una con la dulce caricia del mar que te contiene
Una con el verdor frutal, exuberante
           de la selva.
Una con la dúctil arena del desierto.  Espejo donde un sol
Refulgente, vanidoso
No se cansa nunca de mirarse.
Una con la nieve cegadora, la lluvia que se vuelca
El sol candela cuando nace, también cuando se pone.
Que mi ser sea uno mismo con los gritos
de las blancas grullas, mientras rompen 
        la brisa mañanera
Uno con los saltos traviesos de los peces
Fúndase mi piel al fértil hummus
Mis pupilas con granos de café en la alta montaña,
Mis labios rebosen suculenta granada, o sandía o fresa.
Que toda yo me confunda con el sol poniente
Cuando sea mi tiempo. Volver a la esencia
Y nacer de nuevo.

Petricor: Música para piano de Ludovico Einaudi

POESÍA de Manuel E. Rincón




En el baño

Del escondido bosque en la espesura
Que cubre a trechos el azul del cielo,
Do canta el ave con amante anhelo,
Y el aura tibia de placer murmura;
          Blanca, gentil, radiante de hermosura,
Cubierta apenas con ligero velo,
El pie desnudo, destrenzando el pelo,
A Leida vi junto a la fuente pura.
          Yo vi copiados en la linfa clara
Aquellos sus contornos soberanos,
Que de Milo la Venus envidiara;
          Yo vi de su belleza los arcanos,
Y un suspiro lancé; volvió la cara
Y al blanco seno se llevó las manos.


CHARLA: Ser feliz cada día con Albert Espinosa

La plática completa: "Hay que ser valiente en la vida y en el amor" se encuentra en youtube. ¡Extraordinaria!

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


En el hubiera quedaron muchas cosas que no hay. Ahí quedaron ilusiones, deseos de lo que quise hacer y no hice; de lo que no hice y debí haber hecho. En el hubiera permanecen, las suposiciones, las elucubraciones, las posibles respuestas a los enigmas que quedaron por resolver.

Es ese tiempo de conjugación de una acción que a veces fue pero la mayoría de las veces solo pudo haber ocurrido en circunstancias que no se dieron. Anhelos, reproches, utopías, que reposan en el hubiera, a veces condena, otras frustración, otras más, el sostén de una ilusión que nunca se convertirá en realidad.

Hubiera, pretérito pluscuamperfecto del subjuntivo, gramaticalmente difícil de definir, más aún de que denote una realidad. Es tiempo tan solo para cuando se quiere sosegar el alma, para cuando, no conformes con nuestro presente, creamos ese espacio donde las cosas pudieron ser distintas y resultar aún peor. 

Otras veces el hubiera nos transporta al ideal de lo que deseamos o pensamos que debimos hacer, pero que sin embargo nunca fue, pero el anhelo de que fuese nos transporta transitoriamente a ese mundo del nunca jamás.

El hubiera resulta estéril, no fue, no es, no será. A veces representa  un refugio al que el alma se permite escapar, en otras es reproche cuando la culpa nos muerde el corazón. Ninguna de las dos es respuesta que dé certeza ni justificación.

ORIGAMI; Video animado