domingo, 4 de noviembre de 2018

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

TRASCENDENCIA
Los ejemplos se multiplican a lo largo y ancho del planeta. Dentro de las redes sociales tenemos, desde “selfies” en ubicaciones de alto riesgo que terminan en la muerte del fotografiado, hasta lo que acaba de surgir en días pasados, la grabación de peleas cuerpo a cuerpo entre niños de un kinder norteamericano, organizadas por las educadoras. Fuera de redes sociales, también encontramos maneras de cómo se busca trascender en tiempo y geografía, ya sea emprendiendo acciones extraordinarias; inmortalizando una receta de cocina, o escribiendo una canción. El común denominador es el deseo de dejar huella para más delante.
     Vienen a mi mente las necesidades de Maslow, que inician con las básicas para la subsistencia hasta las más elevadas, de auto-realización. Después de superadas las elementales como la comida y la seguridad, comienzan a aparecer otras de tipo emocional, dentro de las que están la afiliación y el reconocimiento. En esta franja estamos entrampados, en la urgente necesidad –insatisfecha la mayoría de las veces—de ser reconocidos por los demás.
     Como integrantes de un grupo humano, el reconocimiento es una de las necesidades más sentidas y –paradójicamente—una de las que menos tenemos en la esfera consciente. Se desatiende esta necesidad en los niños pequeños. Quizá se carece del proceso de pensamiento para tomar en cuenta el desarrollo que el pequeño requiere satisfacer, llegando al extremo de considerar a esos chiquitos como parte del escenario y nada más. En ocasiones el reconocimiento de los pequeños dentro de la familia es escaso, y esas necesidades emocionales quedan desatendidas hasta la edad adulta, cuando, de alguna manera, buscarán expresarse y ser satisfechas.
     La toma de fotografías con celular da pauta para entender en buena medida esta necesidad de trascendencia. Sentimos la urgencia de que obre constancia de lo que hacemos, como una forma de validarnos frente a los demás. No es de extrañar entonces, que de un mismo evento se publiquen en redes sociales infinidad de fotografías similares, cuando una sola de ellas pudo haber dado cuenta de lo ocurrido. De este modo saturamos los “chats”, con cuatro o cinco versiones de una misma toma; lo hace el niño travieso que llevamos dentro, que nos impele a dejar nuestro sello de identidad propia, para decir al mundo “aquí estoy, este soy yo”.
     Mucho me sorprende, quizá más que al resto de los humanos, este asunto de las fotografías con celular. Me parece un comportamiento que lleva a reflexionar sobre lo que puede haber detrás de esos notorios afanes fotográficos tan de moda, y que tienen un trasfondo poco apreciado:
     El mensaje que ofrece la sociedad al niño, y con el que finalmente él crece, es que para tener valor necesita demostrarle al mundo quién es. O sea, él entiende que el valor de su persona viene desde fuera, y es proporcional a la calificación que el grupo social le concede. Es así como él se esfuerza de una u otra manera para merecer esa estima por parte de los demás, y no cejará en sus empeños. Ello da cuenta de que el individuo no ha asimilado que la autoestima está dada por el concepto que de sí misma tiene la persona, y no por lo que los demás opinen. Desde la infancia existen esos huecos de percepción en el pequeño, y difícilmente alcanzará a entender entonces, que la mirada más importante de todo el planeta es la que encuentra cada quien frente al espejo.
     Los adultos debemos coadyuvar en los niños el descubrimiento de aquello que a cada uno lo hace diferente del resto del grupo, para apoyar el fomento de su propia autoestima. Cuando un niño descubre que él es único en el planeta por determinada característica que lo distingue, y que no necesita copiar a nadie más, lo estaremos colocando en la ruta que conduce a la autoestima. Si él se siente satisfecho con lo que sabe que es, estará dispuesto a respetar lo que cada uno de sus compañeros sea, entendiendo que la humanidad se asemeja a una playa al amanecer, cada guijarro es único, distinto a los otros, pero no por ello menos valioso.
     Las redes sociales son un magnífico foro en el cual se despliegan las más diversas conductas de los grupos sociales. Cualquier tendencia de moda tiene una lectura profunda que habla del ser humano detrás de la misma, de sus necesidades más profundas y de sus mayores aspiraciones. Pone de manifiesto ese deseo de trascendencia al que nuestra condición nos lleva como seres mortales que somos. El grupo humano resulta enriquecido cuando cada individuo explota su potencial personal al máximo, para beneficio propio y de los demás. Más allá de la “selfie” mortal, estaremos esculpiendo con ingenio y trabajo, nuestra mejor obra.

CUADROS URBANOS por María del Carmen Maqueo Garza

EPIFANÍA GRIS
El cielo es uniforme en su color, como si Dios se hubiera dado un receso y el amanecer surgiera cual un lienzo desnudo, sin pinceladas ocres ni escarlatas. La lluvia se hace presente para que no la olvidemos; las gruesas gotas esporádicas tamborilean sobre la lámina de un viejo tambo. La  fantasía vuela para imaginar un ejército de pequeños soldados que marchan allende el sonido.
     Dentro del vehículo espero que llegue mi turno en el expendio de comida típica para desayunar los domingos. La puerta giratoria del negocio, un poco más delante de donde yo espero, no cesa de moverse. Parroquianos van y vienen; llega una familia endomingada, supongo que para almorzar antes del servicio religioso de las 10 de la mañana. Llama mi atención la figura larga de un vagabundo que entra y luego de un rato sale con un plato y un vaso en las manos. Su perro fiel lo espera en el exterior del negocio, y en cuanto el hombre regresa  empareja sus pasos a los del amo  para avanzar con singular mansedumbre. Me asombra cómo el amor se impone por encima de los instintos naturales. No observo que el can se excite ante el aroma del alimento, además, mientras el hombre estuvo ausente de su lado, él reaccionó pelando los dientes ante los intentos de un semejante peludo que quiso olisquearlo, como un intento de ser acogido.
     Los zanates lucen su charol más brillante que nunca. Los observo apostarse sobre una cerca de púas mientras acicalan su plumaje y sacuden las patas. El vagabundo avanza por el amplio estacionamiento, tal vez buscando un buen sitio para desayunar. Se pierde a la distancia con su plato en la diestra y su vaso en perenne equilibrio en la siniestra. Pienso por un momento si él tendrá algo que pueda llamar casa, sobre todo para los días inclementes de invierno que estos cielos anuncian.
     Los vehículos que me anteceden han avanzado. Es mi turno. La voz de la empleada rompe el encanto de esta epifanía. ¿Qué va a llevar?...

Caos en el móvil

Poesía fúnebre de Jaime Sabines


¡Qué costumbre tan salvaje esta de enterrar a los muertos!, ¡de matarlos, de aniquilarlos, de borrarlos de la tierra! Es tratarlos alevosamente, es negarles la posibilidad de revivir.

Yo siempre estoy esperando a que los muertos se levanten, que rompan el ataúd y digan alegremente: ¿por qué lloras?

Por eso me sobrecoge el entierro. Aseguran las tapas de la caja, la introducen, le ponen lajas encima, y luego tierra, tras, tras, tras, paletada tras paletada, terrones, polvo, piedras, apisonando, amacizando, ahí te quedas, de aquí ya no sales.

Me dan risa, luego, las coronas, las flores, el llanto, los besos derramados. Es una burla: ¿para qué lo enterraron?, ¿por qué no lo dejaron fuera hasta secarse, hasta que nos hablaran sus huesos de su muerte? ¿O por qué no quemarlo, o darlo a los animales, o tirarlo a un río?

Habría que tener una casa de reposo para los muertos, ventilada, limpia, con música y con agua corriente. Lo menos dos o tres, cada día, se levantarían a vivir.

Contenido en Nuevo recuento de poemas

El valor incalculable del perdón

Lichina, Eleen, gracias por esta valiosa sugerencia.

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez

No le temo a la muerte, más le temo a la vida, decía a la letra la canción de Antonio Aguilar. Y concuerdo con ello, quizá hablando de mi propia muerte, porque cuando se refiere a la de mis seres queridos debo decir que me aterra siquiera pensarlo, y haberlo vivido ha sido causa de mis mayores sufrimientos.

El temor a la vida no debiera existir, sin embargo ésta cada día pareciera tener menos valor, ya se hablan de pérdidas de vida y no hay número que nos estremezca, ni forma por vil que sea que nos sorprenda. Poco a poco nos vamos convirtiendo en seres menos sensibles, cuyo foco de atención es más el crecimiento económico que el espiritual, mucho más importante la devaluación del peso que de la integridad humana.  Es tema prioritario un aeropuerto y no la compasión por aquellos pueblos tercermundistas, como el nuestro, que van siendo presa de la desesperación de vivir en extrema pobreza y en un éxodo que parece tan irracional, tan sin sentido, y que implica muertes, violencia, disturbios sociales y que despierta sentimientos xenofóbicos, no vemos más allá de lo que los medios nos muestran. Difícil creer que por unos pesos se lance una muchedumbre a una faena en la que arriesgan la vida, y si así fuera, habrá de dimensionar la miseria que los rodea para ser capaces de aceptar tal oferta.

En estos tiempos en que la modernidad nos ha hecho tan fácil reponer las cosas, en conceptuar todo, incluso el amor como material desechable, que se tira y se remplaza, hemos llegado al punto en que quizá nos cruce por la mente que es más fácil matar o dejar que mueran los indigentes, que ocuparnos de mejorar y restaurar su entorno. Estamos dirigidos al crecimiento y no al desarrollo como humanidad, permitiendo que unos cuantos construyan el mundo a su manera, para su conveniencia y siendo partícipes de ello con nuestra anuencia. Nos es difícil dejar de pensar en nuestro bienestar, y llegamos a ser tan ingenuos que vemos en un aeropuerto la oportunidad de llegar a ser un país del primer mundo. Me pregunto ¿cuántos mexicanos lo llegarán a ser, 3. 5 ó quizá 9? 

Vivimos pensando que el mundo es un desechable, pero no hay reemplazo, ni tampoco lo hay de nuestra vida, ni de las de nuestros semejantes. no hay a donde huyamos, estamos atrapados en este mundo, en esta vida, por eso hay que aprender con amor a cuidarlos, a respetarlo, a que la bolsa de valores que rija nuestras vidas no sea mercantil, sino espiritual y no para unos cuantos, para toda la humanidad.

Danza de los abanicos: Ensamble Flor de Jazmín