APRENDER A VIVIR LA
VIDA
El periodismo implica la constante tarea de revisarnos
frente a los sucesos del exterior. El
reportaje, frío y objetivo, no deja, de alguna manera de marcar la impronta de
quien lo realiza. La crónica se aproxima
un poco más a la personalidad de quien la escribe. El artículo de opinión es un ejercicio de
reflexión personal frente al mundo exterior, y cómo los acontecimientos que se
presentan impactan la vida de su autor. Cierto, debe basarse en determinados
datos duros que le den validez, pero la voz de quien escribe aparece entre
líneas, una y otra vez.
La semana que recién termina, esta frontera coahuilense
estuvo marcada por tres lamentables fallecimientos. El primero correspondió al
feminicidio de una joven madre de familia cuya desaparición topó con pared cuando
se identificaron unos restos humanos como suyos. En el contexto de la violencia que vive
México es uno más de los miles de casos de violencia de género, pero en el
núcleo de nuestra pequeña sociedad es una pérdida irreparable que deja niños
huérfanos y un profundo dolor. Descanse
en paz, Nayelly. Que sus seres queridos consigan hallar consuelo algún día.
Los otros dos fallecimientos correspondieron a personajes de
la vida pública de Piedras Negras: El primero, el doctor Eleazar Cobos, médico endocrinólogo,
que participó activamente dentro del PAN como dirigente, diputado federal y
candidato a alcalde. Miembro de una
familia muy activa dentro de la comunidad.
El segundo corresponde a don Humberto Acosta, empresario regional, ex
alcalde y ex tesorero municipal. Deja
atrás un legado familiar y social por el que será recordado siempre.
Los anteriores sucesos me llevaron a reflexionar acerca de
la vida y de la muerte, a pensar que la primera –la vida—es nuestra perenne
aula de enseñanza, en tanto la segunda –la muerte—es la mejor maestra que
podemos tener. Nos enseña a no dar por hecho
nada, a aprovechar el tiempo, porque, finalmente, lo único seguro que tenemos mientras
vivimos, es la certeza de que vamos a morir y la incertidumbre de no poder
predecir cómo ni cuándo. No hay pólizas
de seguro que nos garanticen que vamos a partir en las condiciones ideales, ni
siquiera sabemos si, luego de ir a la cama esta noche, veremos el nuevo día.
Muy lejos de sembrar temor, mis palabras buscan generar
entusiasmo, de manera de vivir a fondo el único momento seguro que
tenemos. Nuestro tiempo real es el
presente; el pasado quedó atrás, con sus aciertos y errores, y el mañana es
solo una utopía a la que no sabemos si llegaremos. En este escenario la
sabiduría de la vida nos llama a aprovechar el hoy de la mejor manera, haciendo
de cada respiración un momento de realización personal.
Podría insistir en algo que he dicho en colaboraciones
anteriores: no estamos preparados para manejar la avalancha de tecnología
digital en la que estamos sumidos. Los
recursos informáticos nos proveen de infinidad de conocimientos, y hasta
creemos que con darnos una asomada a un buscador nos volvemos expertos en
determinado tema. Sin embargo, nos está
faltando el conocimiento vivencial, experimentar determinada situación para
alcanzar a abarcar sus dimensiones y ser capaces de narrarlo en primera
persona. Esto es, más que convertirnos
en replicadores de información que bajamos de la nube, poder expresarnos a
partir de aquello que vamos experimentando en el camino. Las vivencias personales que nos forman se
convierten en ese contenido que podemos transmitir a otros de forma auténtica,
diciendo: “yo estuve allí”.
Ahora bien, con relación al duelo tras una pérdida, solemos
abordar a la persona doliente con frases como: “Entiendo lo que estás pasando”,
o “pronto lo superarás”. Cuando en
realidad lo apropiado sería acompañar sin juzgar; decir “aquí estoy”; cuidar y
consolar, sin querer impartir lecciones de tanatología. Cada uno vivirá el duelo a su manera, y lo
que a nosotros nos toca es respetar y arropar ese proceso.
Para quienes nacimos en el siglo pasado no deja de resultar
sorprendente la inmediatez de la tecnología digital. Los que estudiamos alguna carrera décadas
atrás, recordaremos lo que implicaba meterse todo el día en una biblioteca a revisar
incontables libros, y en su caso, sacar infinidad de fotocopias para continuar revisando
en casa, tarea que hoy en día cualquier navegador nos completa en un par de
clic. Para las nuevas generaciones esta
inmediatez absoluta genera una percepción de “fast track”, que lleva fácilmente
a suponer que en la vida real todo ocurre a esa misma velocidad.
¡Tanto que aprender en el aula de la vida, con la mejor
maestra que es la muerte, teniendo como consigna ser mejores personas cada día!
Partir de algo básico como propone la filosofía oriental: “Prepararnos cada
mañana para morir”,