PUNTO DE QUIEBRE
Todo hombre necesita
una canción intraducible. Roberto Juarroz.
Cada día que pasa vivo más convencida de que el problema
central sobre el que giran todos los demás, en el orden personal, relacional o económico,
tiene que ver con la identidad. Hemos
creado un sistema dentro del cual se espera que las cosas ocurran siempre de
manera perfecta y a la primera. Nada
más alejado de nuestra condición humana.
A donde volteemos podremos detectar situaciones en las que
una persona busca signos que le confieran identidad. Difícilmente lo hará en primera instancia
dentro de sí misma; más bien tenderá a buscar elementos externos a su persona
que le doten de esa identidad tan
necesaria. De cara al gran espejismo de las redes sociales el
internauta se siente pequeño, como frente a un todo que lo cuestiona, y más que
buscar dentro de su entorno personal aquellos elementos que le hagan auténtico,
sale a sumarse a los grandes grupos, a seguir las consignas que estos marquen.
Algo similar acontece con los estilos de vida que tantos
programas televisivos y en plataformas sugieren. La repetición va formando en nosotros un
acostumbramiento, de manera que, al extrapolarlo a la vida real deja de
parecernos algo irregular. En esta
semana los gobiernos de los Estados Unidos, México y China se han estado
“echando la pelota” con relación al consumo de drogas. China niega que de allá salgan precursores
químicos para fabricar fentanilo. México
niega que en nuestro suelo haya laboratorios que procesan esta peligrosa droga,
mientras que la Unión Americana reclama a México que, dado el tráfico de estos
productos a través de la frontera, los ciudadanos de aquella nación desarrollan
adicciones. Se repite el mecanismo del
cual comencé hablando: Lejos de revisar cada nación su propio entorno,
reconocer sus problemas y plantear soluciones, se la han pasado incriminándose
unos a otros, lo que no anticipa ningún
viso de solución.
Nuestro mundo gira en torno al dinero. La economía es el
motor que mueve a los grupos sociales, en ocasiones hasta un punto inconcebible. La dignidad humana queda de lado frente a
muchos de esos grandes objetivos. El
caso de la producción y tráfico de drogas es uno de ellos, como una espiral que
no para, y que cada vez afecta a más sectores de la población. El crimen organizado ha tejido redes
criminales intercontinentales y transfronterizas; en una y otra dirección
circulan precursores, droga procesada, dinero y armamento, y de paso, es lógico
suponerlo, crece el consumo de estas drogas letales entre los jóvenes.
Se antoja como una quimera llevar un problema de esta magnitud
a una mesa común, en la que cada gobierno reconozca su responsabilidad y esté
dispuesto a hacer algo efectivo para modificar el problema. Pero, nuevamente, como dijimos en un inicio,
esa búsqueda de identidad que el joven no sabe cómo encontrar, es un
ingrediente básico en la ecuación.
Mientras él no asuma que está en él mismo, y no fuera de él, crear las
condiciones necesarias para sentirse a gusto con lo que es y lo que hace, el
problema seguirá expandiéndose.
El poeta argentino Roberto Juarroz, en uno de sus poemas
menciona lo que parafraseé al inicio, y que conduce a reflexionar sobre cómo
llevamos nuestra propia vida. El poeta
nos da permiso, es más, nos alienta a ser distintos y auténticos. Busca convencernos de que nuestros aportes a
la sociedad deben de ser únicos y no una mala copia de los de otras personas. Que
lo que yo me proponga llevar a cabo es válido, de manera que habrá que ponerle
toda la voluntad hasta verlo cumplido.
Que el acompañamiento del grupo está bien para un rato, pero que para
hacer camino hay que marchar solos, y que está bien hacerlo.
Una de las escenas urbanas que mucho me inquietan, y que por
desgracia es cada día más común, es una madre o un padre con su bebé, y que en
cuanto este último empieza a inquietarse, le pongan entre sus manos un aparato
digital. Le roban al niño la posibilidad
de explorar y descubrir el mundo, para así
ir formándose su propio entorno personal. El mensaje último es que no es bueno hallarse
solo consigo mismo, que hacerlo es perder el tiempo, y que es obligado alejarse
de sus propias observaciones y sensaciones para encajar en el mundo. Con ello tal vez estemos impidiendo que nazca
un Einstein, una María Curie o un Mahatma Gandhi. Al no hallar el niño atractivo estar consigo
mismo, limitamos esa posibilidad de introspección y desarrollo.
Todo hombre necesita una canción intraducible,
propia, que solamente él pueda cantar y regodearse en ello. Un espacio único para conocerse y
descubrirse. De este modo desarrollar la
identidad y la autoestima suficientes para alejarlo, en el caso que nos ocupa,
del oscuro mundo de la droga.