domingo, 17 de junio de 2018

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

PERAS AL OLMO
Acabo de notar lo frecuente que es, a la hora que el semáforo cambia a verde, que el primer vehículo de la fila   no avance.  Si estamos en posición de ver de frente al conductor, por lo general descubriremos  que se encuentra con la vista puesta en la pantalla de su celular.   Quise buscar una explicación que me satisficiera, así que recurrí a uno de mis grandes sabios quien, como siempre ha hecho, me ha brindado una explicación más que satisfactoria.
     De acuerdo a Zygmunt Bauman, sociólogo polaco especialista en redes sociales, somos víctimas de lo que él llama un “Síndrome de impaciencia”. Una de sus características es la  urgencia de sentir el breve goce de las cosas.  Esto es, frente a un nuevo producto tenemos urgencia por probarlo de inmediato, algo que va desde un traje hasta la mensajería instantánea.  No podemos esperarnos, no concedemos su debido valor al tiempo. Más delante sucede que, una vez experimentado el goce,   desechemos el producto  para esperar uno nuevo  que nos vuelva a estimular.
     Algo similar solemos ver en el supermercado: La lucha entre la joven madre y su hijo preescolar.  Este último toma un producto y lo coloca en el carrito de compras, la madre lo saca, y el niño lo vuelve a colocar, algo que a  la tercera o cuarta vez suele terminar en uno de dos escenarios: La derrota de la madre, quien finalmente se lo compra, o la espectacular pataleta del niño.  El primer escenario catastrófico para la formación del crío, el segundo un bochorno transitorio para la madre. Presionada por el peso del qué dirán, tal vez ella  opte por comprar el producto y así evitarse el mal rato en la tienda, lo que a largo plazo perpetúa el círculo vicioso del consumismo.
     Esta misma impaciencia que menciona Bauman nos lleva a procurar las relaciones en línea.  Disfrutamos el goce de hallar a alguien que parece afín a nosotros, nos volcamos hacia  esa amistad virtual, y en el momento cuando deja de cubrir nuestras expectativas, la bloqueamos y ya.  Esto es, contrario a lo que serían las relaciones cara a cara, en las que se vive el proceso de irnos descubriendo a través del tiempo, con sus riesgos implícitos,  las relaciones en línea nos otorgan ese aparente control, de poder  desaparecer cuando las cosas dejan de satisfacernos.
       Por una variedad de causas que no alcanzaríamos a  enumerar ahora, venimos criando niños “entre algodones”.   Buscamos evitarles cualquier contratiempo.  Le damos las cosas ya hechas “para que no batallen”. Nos angustia verlos sufrir por algo. Además procuramos entretenerlos constantemente “para que no se aburran”.  Ello explica lo común que es hallar pequeños de brazos, entretenidos con el celular de mamá.  No hemos comprendido como padres que dejarlos que enfrenten problemas es la base del desarrollo de la inteligencia.  No tomamos en cuenta que el aburrimiento es el campo fértil para la creatividad.  Y no hemos asimilado que amortiguarle la vida al pequeño es hacerle un daño a largo plazo.
     Estamos criando individuos intolerantes a la frustración, que no están acostumbrados a que las cosas les salgan mal, de manera que ante una dificultad se dan por derrotados casi  de entrada.  Visualizan los problemas, no como retos a vencer sino como obstáculos por esquivar.  Son los personajes que siempre andan de malas, pues continuamente habrá algo que se atraviesa en su camino y que visualizan como un fastidio.
     A partir del famoso libro cincuentero del doctor Spock, que sugería evitar a toda costa “traumar”  a los niños, los padres nos cargamos de culpas.  Han pasado cincuenta años de aquellas hipótesis que  no pasaron la prueba del tiempo, pero a ratos pareciera que siguen vigentes en nosotros y  así actuamos, permitiendo que el niño decida qué se hace o qué no se hace. Una  visión miope que nos impide ver que a la larga, nuestra indulgencia es dañina.  A la hora de salir al mundo a  interactuar y a tomar  decisiones, se topará con pared. De fea manera descubrirá entonces que no es el emperador que él creía ser.
     Jóvenes distraídos al manejar, corriendo riesgos.  Impacientes frente a lo que se recibe.
Molestos y de mal humor. Dejando escapar oportunidades por no querer  batallar un poco. 
Limitados en la creatividad, pues de pequeños no conocieron el aburrimiento. Irascibles y depresivos, considerando que  la vida no es  justa con ellos.
     Muy poco probable que de este sustrato vayan a germinar los mejores ciudadanos, los más felices. O  que aquí se halle la fórmula para educar a  los hombres y mujeres que emprenden los grandes cambios.  O suponer que constituyen  los líderes visionarios, decididos y honestos que un país necesita en tiempos de crisis. No podemos  pedirle peras al olmo, así de simple, así de sencillo.

CUADROS URBANOS por María del Carmen Maqueo Garza


EPIFANÍA DE LA GRAN PLAZA
Cuentan que va por la vida transportando su hogar en varias maletas.  Que en una guarda su ropa de invierno, mientras que en otra  conserva con especial cuidado unas cartas y algunas fotografías  que le dejó su madre. Encima de la pila de velices y bolsas que ha montado sobre un diablito metálico, lleva  almohada y cobija.  Lo tildan de vagabundo, a mí me asombra el esmero con que transporta sus cosas, tanta pulcritud no es propia de alguien así. 
     Quienes le conocen afirman que siempre ha guardado sus más hondas  esperanzas en el cuenco de una mano. En tardes como esta, cuando  la brisa del Bravo se siente cual gentil cosquilleo sobre las mejillas, él abre  su mano y las deja volar  por un rato, hasta ir a confundirse  con las palomas grises del Santuario.  Unas y otras juguetean en las amplias baldosas de la Gran Plaza, sobrevuelan las graderías de cemento pintadas de azul del Teatro Hundido,  y volando en círculos saludan al chapulín  que custodia el Museo del Niño.  Más delante llegan a  visitar a sus compañeras las golondrinas del  monumento central, que de seguro las han de mirar con envidia desde su inmovilidad.  Mientras eso hacen esperanzas y palomas, el buen hombre se sienta a descansar  bajo la sombra de algún fresno joven, y tal vez se compre una paleta de limón que de seguro sabrá disfrutar como un niño.
     Cuando comienza a caer la tarde se incorpora, avanza un poco y  eleva su mano extendida. Las esperanzas entienden que es hora de recogerse y partir.  Él vuelve a guardarlas en el cuenco de su mano, levanta el diablito y reanuda su marcha.
     Conforme la distancia lo va engullendo, comienza a desprenderse  una estela luminosa tras de sí. Supongo que así han de lucir los santos. Estoy tentada a pensar que con haberlo visto, ya  he conocido uno.

"Mi viejo" en guitarra eléctrica

"No ahorres: Mensaje por el Día del Padre

Gracias, Beto por esta sugerencia de ocasión.

Carcajadas de abuelos y nietos

Agradezco a Liz, feliz abuela, su simpática sugerencia.

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


Quién pudiera darnos de joven la seguridad de que finalmente la lucha en esta vida tiene sentido cuando se comparten los logros, cuando se tiene como incentivo no un éxito personal que nos envanezca, sino la dicha enorme de tener con quien celebrarlo, de saber que aquello dará satisfactores a alguien más que solo a nosotros mismos.
     Nada más triste que regocijarse a solas del éxito, o con gente extraña cuya admiración no llena el espacio de un cariño verdadero. Sentirnos tan suficientes, tan fatuos de nuestras capacidades hasta suponer que podemos prescindir del apoyo o afecto de los demás. 
     Vida estéril aquella que se vive en el egoísmo, sin buscar el equilibrio, sin dar espacio al amor, con tan solo la consigna de un éxito que alimente nuestra vanidad. Nunca el mejor manjar, aun en bandeja de plata sabrá mejor, que el más sencillo platillo en una mesa de dos  o más, en donde sintamos la compañía la gran satisfacción de proveer, de dar, de agradecer a la vida, esa gran oportunidad de tener a quien y con quien saborear nuestros logros, cualesquiera que éstos sean.
     Aprendizaje a veces tardío, el reconocer que nunca fue mejor nada de lo obtenido en la vida, que aquello que se hizo en aras del bienestar de un ser humano, mucho más cuando fuese un ser amado.
     No subas solo a la cima más alta, para cuando llegues, quizá no haya nadie que se entere y lo celebre y lo más triste, nadie esperándote a tu regreso.

Danza "Sirtaki" con el ballet de Igor Moiseyev