PERAS AL OLMO
Acabo de notar lo frecuente que es, a la hora que el
semáforo cambia a verde, que el primer vehículo de la fila no
avance. Si estamos en posición de ver de
frente al conductor, por lo general descubriremos que se encuentra con la vista puesta en la
pantalla de su celular. Quise buscar
una explicación que me satisficiera, así que recurrí a uno de mis grandes
sabios quien, como siempre ha hecho, me ha brindado una explicación más que
satisfactoria.
De acuerdo a Zygmunt Bauman, sociólogo polaco
especialista en redes sociales, somos víctimas de lo que él llama un “Síndrome
de impaciencia”. Una de sus características es la urgencia de sentir el breve goce de las
cosas. Esto es, frente a un nuevo producto
tenemos urgencia por probarlo de inmediato, algo que va desde un traje hasta la
mensajería instantánea. No podemos
esperarnos, no concedemos su debido valor al tiempo. Más delante sucede que,
una vez experimentado el goce, desechemos el producto para esperar uno nuevo que nos vuelva a estimular.
Algo similar
solemos ver en el supermercado: La lucha entre la joven madre y su hijo
preescolar. Este último toma un producto
y lo coloca en el carrito de compras, la madre lo saca, y el niño lo vuelve a
colocar, algo que a la tercera o cuarta
vez suele terminar en uno de dos escenarios: La derrota de la madre, quien
finalmente se lo compra, o la espectacular pataleta del niño. El primer escenario catastrófico para la
formación del crío, el segundo un bochorno transitorio para la madre.
Presionada por el peso del qué dirán, tal vez ella opte por comprar el producto y así evitarse el
mal rato en la tienda, lo que a largo plazo perpetúa el círculo vicioso del
consumismo.
Esta misma impaciencia que menciona Bauman nos
lleva a procurar las relaciones en línea.
Disfrutamos el goce de hallar a alguien que parece afín a nosotros, nos
volcamos hacia esa amistad virtual, y en
el momento cuando deja de cubrir nuestras expectativas, la bloqueamos y
ya. Esto es, contrario a lo que serían
las relaciones cara a cara, en las que se vive el proceso de irnos descubriendo
a través del tiempo, con sus riesgos implícitos, las relaciones en línea nos otorgan ese
aparente control, de poder desaparecer
cuando las cosas dejan de satisfacernos.
Por una variedad de causas que no
alcanzaríamos a enumerar ahora, venimos
criando niños “entre algodones”.
Buscamos evitarles cualquier contratiempo. Le damos las cosas ya hechas “para que no
batallen”. Nos angustia verlos sufrir por algo. Además procuramos entretenerlos
constantemente “para que no se aburran”.
Ello explica lo común que es hallar pequeños de brazos, entretenidos con
el celular de mamá. No hemos comprendido
como padres que dejarlos que enfrenten problemas es la base del desarrollo de
la inteligencia. No tomamos en cuenta
que el aburrimiento es el campo fértil para la creatividad. Y no hemos asimilado que amortiguarle la vida
al pequeño es hacerle un daño a largo plazo.
Estamos criando individuos intolerantes a la
frustración, que no están acostumbrados a que las cosas les salgan mal, de
manera que ante una dificultad se dan por derrotados casi de entrada.
Visualizan los problemas, no como retos a vencer sino como obstáculos
por esquivar. Son los personajes que
siempre andan de malas, pues continuamente habrá algo que se atraviesa en su
camino y que visualizan como un fastidio.
A partir del famoso libro cincuentero del
doctor Spock, que sugería evitar a toda costa “traumar” a los niños, los padres nos cargamos de
culpas. Han pasado cincuenta años de aquellas
hipótesis que no pasaron la prueba del
tiempo, pero a ratos pareciera que siguen vigentes en nosotros y así actuamos, permitiendo que el niño decida
qué se hace o qué no se hace. Una visión
miope que nos impide ver que a la larga, nuestra indulgencia es dañina. A la hora de salir al mundo a interactuar y a tomar decisiones, se topará con pared. De fea
manera descubrirá entonces que no es el emperador que él creía ser.
Jóvenes distraídos
al manejar, corriendo riesgos.
Impacientes frente a lo que se recibe.
Molestos y de mal humor. Dejando escapar oportunidades por
no querer batallar un poco.
Limitados en la creatividad, pues de pequeños no conocieron
el aburrimiento. Irascibles y depresivos, considerando que la vida no es justa con ellos.
Muy poco probable
que de este sustrato vayan a germinar los mejores ciudadanos, los más felices.
O que aquí se halle la fórmula para
educar a los hombres y mujeres que
emprenden los grandes cambios. O suponer
que constituyen los líderes visionarios,
decididos y honestos que un país necesita en tiempos de crisis. No podemos pedirle peras al olmo, así de simple, así de sencillo.
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