CAMILA Y EL ESTADO
DE DERECHO*
“Camila: Aquella que está frente a Dios”. Los trágicos hechos ocurridos en Taxco han
dado cumplimiento a la sentencia dictada el día en que nació la pequeña
guerrerense, muerta a los 8 años en circunstancias poco claras. Su menudo cuerpo fue hallado dentro de una
bolsa en una vereda, como si de cualquier desperdicio se tratara.
Es muy triste reconocerlo: Somos parte de un país que
mantiene cifras muy elevadas de homicidios dolosos en el mundo. El promedio de los últimos meses frisa los 80
asesinatos por día. Ya no se trata, como
en tiempos de la Revolución, de hombres contra hombres, defendiendo cada bando
sus causas. Hoy en día la muerte se
solaza entre mujeres y niños, como daños colaterales, o por agresión directa a
sus personas.
Esta vez fue en el convulso estado de Guerrero, al que el
crimen organizado, los fenómenos naturales y la ausencia del estado de derecho
han vuelto un polvorín. Una pequeña de 8
años es invitada por su amiguita a chapotear en una alberca de plástico en su
casa y desaparece. Comienzan los dichos
contradictorios entre la familia de la pequeña y los padres de la amiga a quien
supuestamente fue a visitar. Intervienen
las cámaras callejeras, que cuentan una historia que, ante la inacción de las
autoridades, se vuelve flamígera. Los
vecinos integran una turba demoledora.
Al momento de escribir esto circula la información de que,
además de la mujer adulta supuestamente incriminada, ha fallecido también un
niño de ocho años de esa misma familia. Para
ahora ya son Camila y dos de los tres atacados por la turba quienes han
muerto. Para documentar lo que aquí
escribo, tuve necesidad de ver los videos que circulan en redes sociales. Destaca la inacción de los uniformados; lucen
paralizados, dejando pasar frente a ellos la muchedumbre que avanza dispuesta a
todo en contra de los supuestamente responsables.
Si algún día se conoce la verdad, tal vez descubramos que
Camila resbaló y se golpeó en la cabeza mientras jugaba en la alberca, y que a
consecuencia del traumatismo craneoencefálico murió. Frente a ello los adultos
de la casa no supieron qué hacer. Lo
único que alcanzaron a idear fue deshacerse del cuerpecito. Más allá de esta hipótesis pueden existir
muchas otras, tal vez nunca lo sepamos…
La fallida política de “abrazos, no balazos” ha sumido a
México en graves problemas de inseguridad.
Tenemos un despliegue impresionante de fuerzas armadas de todo orden y
nivel, a lo largo y ancho del país; todos ellos provistos de armas de fuego,
bajo la consigna de no utilizarlas. Por
otra parte, encontramos a la delincuencia actuando con plena libertad gracias a
la impunidad. Cometan el delito que
cometan, difícilmente serán capturados, y menos aún, sancionados. Ahí está el fuego del centro migratorio en
Ciudad Juárez; las familias levantadas en Sinaloa y ahora en Nuevo León; el
paro de policías en Campeche y las extorsiones por “cobro de piso” en el centro
del país, por citar solo algunos. Ante
esta inacción de las autoridades, es de esperarse que la fuerza civil se
organice e intervenga, como acaba de suceder en Guerrero.
El Poder Judicial es el único órgano facultado para castigar
un supuesto ilícito. En la persona de
los jueces se halla el conocimiento teórico del delito, mismo que habrá de
aplicarse en cada caso de manera individual.
El juez no se deja llevar por conclusiones “a priori”. Su sentencia final está basada en una
evaluación de los hechos, conforme a la verdad y la justicia. Una turba enardecida no podrá jamás suplir
sus funciones. No es facultad que le corresponda a la sociedad civil, sino al
Estado.
Cuando un sistema de gobierno pretende dejar de lado los
datos duros para guiarse por corazonadas, suceden estas cosas. Cuando la opinión de un solo hombre prima
sobre el consenso de los ciudadanos, también suceden. Pretender construir la paz mediante la
inhabilitación de los cuerpos de seguridad para cumplir sus funciones, da por
resultado que la población civil tome las atribuciones que el Estado no está
asumiendo. Es absurdo esperar que los
responsables de las grandes masacres vayan a cambiar por consejo de sus
abuelitas.
Tal vez nunca sepamos qué ocurrió en realidad con la pequeña
que fue a casa de su amiguita a pasar un buen rato y no volvió. Sea lo que fuere, nosotros, desde la barandilla,
no tenemos ningún derecho a afirmar lo que no nos consta, y menos aún, actuar
movidos por esos juicios temerarios.
Descansen en paz los dos pequeños que perdieron la vida en
estos hechos. Dios perdone la torpeza o
las malas decisiones de una madre a la que le costó la vida su proceder, y sea
el Estado quien aplique el peso de la ley al único sobreviviente del
linchamiento. Porque la ley es la ley,
para bien de todos.
*p.d. Al paso de las horas saltan dos grandes
imprecisiones en mi texto: Al parecer no hubo un segundo niño muerto, y surge
la hipótesis de un secuestro por motivos económicos, lo que apuntaría a la comisión de un homicidio doloso.