MEMORIA ES PATRIA
“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno
recuerda y cómo la recuerda para contarla”.
Gabriel García Márquez
Los mexicanos exaltamos cada septiembre
nuestro fervor patrio. Banderas
tricolores ondean por doquier; la gastronomía se luce, coronándose con los
chiles en nogada, amén de otros platillos, postres regionales y bebidas. Los sones del mariachi pueblan el ambiente. Las figuras de nuestros libertadores
aparecen en estampitas escolares, en personificaciones escolares, o contorneadas
por luces de colores en el exterior de los edificios públicos, esos que
representan las garantías que México ha conquistado a través del tiempo, hasta
consolidar instituciones que vuelven de la vida pública un quehacer de leyes y
orden para el beneficio de todos.
Con motivo de estas fiestas
patrias el Gabinete de Comunicación Estratégica lanzó una encuesta telefónica a
600 adultos mayores de edad. Las preguntas versaron en torno al orgullo patrio.
Es interesante identificar elementos
culturales que generan dicho sentimiento, mismos que celebramos a fondo los
días 15 y 16. Me atrevo a suponer que,
si profundizamos un poco más acerca de la gesta heroica emprendida por Hidalgo
y su grupo de independentistas, los mexicanos hacemos acopio de poca
información. O bien, nos hemos quedado
con los personajes acartonados que nos enseñaron en primaria, y que poco
estimulan el deseo de luchar por un México mejor hoy en día. Tener garra para
mantener y actualizar los ideales que en 1810 llevaron a un grupo de hombres y
mujeres a manifestarse por obtener una vida digna para todos los mexicanos.
Una maravillosa forma de aprender
(y aprehender) lo que somos, es a través de la lectura de crónicas. Esas historias narradas desde su origen mismo,
con personajes vivos, humanos y altamente idealistas, que ponen todo para
mejorar sus comunidades. Justo leía esta
mañana una crónica de Silber Meza, publicada en el 2016. Nos remonta al sueño de un agrónomo, el
profesor Cruz Hernández, maestro de un CBTA en Recoveco, municipio de Mocorito
en el estado de Sinaloa. De adolescente tuvo contacto por primera vez con la
obra de Gabriel García Márquez; más delante, ya como maestro, emprendió una
campaña de promoción a la lectura que se fue ampliando poco a poco hasta
abarcar todo el municipio. Implementó
maratones de lectura de “100 años de soledad” en los que participaba toda la
población, desde niños de preescolar hasta adultos de la tercera edad con
escaso nivel de alfabetización. Iban
turnándose el libro para leer cada uno una página, de manera ininterrumpida,
hasta terminarlo. La historia sigue y
fructifica, hasta que un día vemos sentado al maestro rural a la mesa del
propio Gabo quien, dicho sea de paso, se había encargado durante largo tiempo
de aprovisionar la biblioteca del ejido de miles de libros.
Traigo esto a colación para
ejemplificar el modo como un mexicano es capaz de llevar a cabo grandes sueños
que, de entrada, se antojan imposibles.
Estamos viviendo un período que por muchos motivos llama a desistir, a
dar las cosas por perdidas y soltar la cometa de nuestros propios sueños hasta
verla perderse en el horizonte. Para
esta actitud de desánimo hay incontables factores; uno de ellos, en el que
todos podemos incidir, es la falta de conocimiento de lo propio. Sentarnos a conocer a fondo las luchas que
vienen teniendo nuestros ancestros desde tiempos de la Conquista. Buscar e investigar a través de fuentes
fidedignas, y no quedarnos con las ideas catastrofistas que flotan en el
imaginario colectivo. Conocer los
acontecimientos de primera mano, sacudiéndonos la desidia de conformarnos con
lo que otros nos sugieren pensar. Urge
rescatar el amor patrio, asomarnos a la vida de esos personajes grandes y
pequeños, de ayer y de hoy, que dan todo por construir un mejor México, una
patria que dé cabida a todas las corrientes de pensamiento para así, mediante
la diversidad, obtener resultados justos y democráticos.
Vivamos con goce las fiestas que
nos recuerdan lo que somos, pero de manera paralela, y no nada más en estos
días sino siempre, coloquemos a México en nuestro corazón. Que sea el motor que impulse nuestras
acciones; que active nuestra inteligencia emocional y se vuelque en términos de armonía y paz
social, elementos que tanta falta hacen en un territorio de muchos modos
limitado por la mala actuación de algunos.
Si en cada hogar un padre o un
abuelo se sienta diez minutos al día con los pequeños de casa a platicar o a
leer alguna historia, estará sembrando la semilla de un futuro ciudadano
consciente, proactivo y responsable, que ame a México.
El profe Cruz Hernández falleció
el pasado mes de febrero a los 58 años.
México es más grande gracias a la voluntad de cumplir su sueño.