JUEGOS DE MUERTE
Las formas se han diversificado al paso de los días, pero en
esencia es lo mismo: Grupos de jovencitos de educación media o media superior
en áreas escolares de recreo. De entre
ellos un líder que actúa utilizando el factor sorpresa. Junto con un cómplice,
convencen a un tercero de saltar en su mismo sitio; para hacerlo, primero
ellos, flanqueando a la víctima, saltan a la vez. Al momento en que el incauto
tiene ambos pies en el aire, y poco antes de que éstos toquen el suelo, los
compañeros le meten zancadilla, consiguiendo que caiga de bruces. La otra variante, un grupo de chicas, entre
las que destaca una que comanda y otra
que actúa. Ésta última utiliza su suéter para lazar, desde atrás, las piernas
de una compañera que está de espaldas, para hacerla caer de manera violenta
hasta el suelo. En ambos casos el
propósito de este “juego” perverso es que el incauto se precipite de manera abrupta,
haciendo que su cabeza choque con el suelo.
Desde el punto de vista médico, un mecanismo muy peligroso, capaz de
provocar fractura de piso medio del cráneo.
Por ahí se reporta en redes sociales el caso de un jovencito muerto debido
una lesión de este tipo.
Vienen a la mente tantos retos que se han difundido en
redes, y que dan cuenta de un vacío interior que no halla cómo llenarse. Ahora recuerdo los de apearse del vehículo y
caminar o bailar al parejo del carro en marcha.
O los de ingerir cápsulas con detergente ultra concentrado. O los de la asfixia erotizante. Todos ellos se desarrollan en un panorama desalentador,
como si nada sobre el planeta Tierra fuera capaz de estimular a sus autores,
que han de recurrir a eventos de elevado riesgo para sentirse vivos. Duro, doloroso, lamentable. A diferencia de los anteriores, el actual
tiene un elemento perverso de nulo
respeto a la vida y a la integridad de otros seres humanos. Podríamos llamarlo un “bullying” extremo, una
forma de poder que se ejerce “a la mala”, en contra de los demás, valiéndose
del factor sorpresa, para garantizar
éxito en la acción.
De lo anterior surgen muchas preguntas que de momento no
hallan respuesta satisfactoria. Leyendo
entre líneas, adivinamos cuál es el estado emocional de esos jóvenes que
planean el juego y organizan a su grupo de seguidores para llevarlo a
cabo. Más delante eligen una víctima,
van contra ella, la atacan, y al momento de verla caer contra el suelo se botan
de la risa. Dentro del grupo no puede
faltar alguien encargado de tomar video y subirlo a las redes.
De acuerdo con lo que sabemos, ésta es una forma grave de
acoso escolar. De estupidez llevada al extremo. El líder emprende –o encomienda—una acción en
contra de cierto compañero elegido como blanco.
Se asegura que se lleve a cabo y se ufana por ello, pero no
está dispuesto a hacerse responsable de las consecuencias de sus actos.
Viene entonces la reflexión a la que todos estamos
invitados, como miembros de una sociedad
que gesta dichas conductas perversas:
¿Por qué esos chicos tienen la necesidad de una inyección de
adrenalina que cuesta vidas humanas? ¿Será que nunca nadie estuvo a su lado,
para enseñarlos a gozar la vida de otra forma? Quizá crecieron rodeados de
cosas materiales, pero hambrientos de reconocimiento, y tienen un hoyo negro en
el pecho, que los auto consume.
¿Qué cruza por su mente cuando planean un acto así? ¿Con qué
palabras verbalizan su gozo anticipado? Algo es obvio, ellos se sienten con
pleno derecho de desgraciar la vida de otros. Es evidente que poco o nada saben
acerca del derecho a la vida y a la integridad.
¿Qué emprenderán cuando este jueguito pierda su efecto
estimulante? ¿Contra qué irán? Son mentes brillantes caminando por el
desfiladero. Tarde que temprano terminan
desbarrancados.
Una característica de estos líderes es su capacidad para
controlar el entorno. Consiguen
seguidores, además del silencio de testigos y autoridades. Priva el miedo; nadie los denuncia, nadie los
sanciona. Aun más, ante la evidencia
tácita, su grupo hallará la forma de justificarlos.
Cuando un ser humano pierde su capacidad crítica a causa del
embeleso por un líder autocrático, habrá que revisar por qué su corazón se lo
permite.
No se vale, como en tantas ocasiones hemos hecho, desviar la
mirada a otro lado y hacer como si nada pasara.
Son jóvenes vidas humanas que se dañan o se pierden por estos juegos
perversos. Es la esfera emocional de
nuestros chicos que urde tales formas de acoso.
Son los futuros adultos en cuyas manos quedarán los destinos de nuestra
nación.
Evitemos actuar como habitualmente hacemos: Leemos, nos alarmamos,
y a la vuelta de una semana lo hemos olvidado, cuando la nota nueva y fresca
desplace a la actual.
Debemos recordar: La solidez de un país no se construye a
sobresaltos.