PANTALLAS E INDIFERENCIA
Susan
Sontag (1933-2004) fue una escritora norteamericana muy prolífica, de novela,
ensayo y guion cinematográfico, entre muchos otros menesteres artísticos. Uno
de sus últimos libros, publicado en el 2003, se intitula “Ante el dolor de los
demás”. Constituye un regreso a una de sus primeras obras que hablaba sobre
fotografía testimonial. Ahora lo hace a partir de nuevos elementos visuales a
los cuales se enfrenta para hablar sobre el efecto de impresiones gráficas
sobre la conciencia colectiva.
La
ensayista utiliza un término que resonó profundamente en mí: “Fotografía de
conciencia”, que designa esas expresiones visuales que ilustran distintos
momentos trágicos de la humanidad para despertar en el espectador la conciencia
de lo que pudo haber sido. Refiere, y con sobrada razón, que una misma imagen
cruenta es vista de distintas maneras si se publica en un periódico, si se
lleva a un libro de fotografía especializada, o si se incluye como parte de una
colección en alguna sala de exposiciones. Además, hace referencia a un término
que me parece de lo más descriptivo, y que da pie a reflexiones que deseo
abordar en seguida. Refiere que vivimos en una sociedad del espectáculo, en la
cual materiales sensibles como pueden ser el dolor o la muerte, se convierten
en mercancía que se comercializa, y nosotros, como espectadores, la consumimos a
discreción desde la comodidad de nuestro hogar impoluto.
El
caso contrario, al que no se refiere específicamente Sontag, pero que se antoja
que habrá que analizar también, es el de negar una realidad ocultando los
hechos que la pondrían de manifiesto. Por desgracia en México venimos viviendo
mucho este fenómeno, los asesinatos dolosos bajan en la estadística porque se
convierten en desapariciones; las fosas clandestinas se borran del mapa porque,
antes de permitir la entrada a los periodistas, se retiran los detritus del
lugar de los hechos. Se lleva a cabo un perverso juego de evidencias para recomponer
la escena. Por cierto, esa suerte de protección que se otorga a cualquier
individuo acusado o confeso cubriendo parte de sus rasgos y colocando una “N”
en lugar de su apellido, a ratos me parece parte de ese mismo juego, una forma
de enmascarar la evidencia de los malhechores para tal vez buscar que los
delitos que se registran causen menor impacto. O será también parte de esa estrategia
calificada como humanista, de reconocer los derechos humanos de los criminales
por encima de los de los ciudadanos. Y paradójicamente, como lo venimos viendo
en derredor a la marcha del sábado 15, la identidad de los creadores de
contenido convocantes se publica con todo detalle en la conferencia mañanera.
Este manejo de lo que se muestra y lo que se oculta termina siendo manipulación
de la verdad.
“La
compasión se está adormeciendo”: Una de las más fuertes afirmaciones de Susan
Sontag al referirse a la forma como nos vamos desensibilizando frente a escenas
que presentan el dolor humano. Y si bien, en estos tiempos no es tan común
asistir a un museo a ver colecciones de óleos o de fotografías de las grandes
tragedias humanas, sí las tenemos a la distancia de un clic en nuestros
aparatos digitales. Tal vez ni siquiera las estemos buscando intencionalmente,
solamente deslizando nuestro dedo sobre ellas una y otra vez, pero el efecto repetido
de su contundencia sobre nuestras pupilas, día tras día, a lo largo de toda una
vida, terminará por volvernos indiferentes al dolor que expresan. Entre otros temas,
la guerra se presenta como un espectáculo cotidiano, al que nos vamos
acostumbrando.
¡Cuánto
gana la inercia a nuestra mente racional! Las noticias se transforman en
entretenimiento que consumimos a discreción, mientras esperamos el camión o nos
sentamos a cenar. La imagen de personas con la mirada fija en la pantalla del
celular es cotidiana en nuestros tiempos, al grado que parece fuera de lugar
alguno, en particular de jóvenes edades, que no vaya caminando y revisando su
celular de manera continua. Susan Sontag
refiere que ello nos está volviendo cínicos ante la sinceridad; hacemos todo lo
posible para no sentir compasión, lo que nos coloca en una supuesta
superioridad frente a lo observado.
Los
especialistas en educación infantil están prendiendo las alarmas con relación
al uso de pantallas durante la primera infancia. Podemos considerar que, a los
muchos efectos perjudiciales que se vienen dando a conocer, se suma este, el de
la pérdida de la compasión por el dolor ajeno, lo que nos conduce
invariablemente a una sociedad cada día más indiferente frente al sufrimiento
de los demás.
¿Es
esto lo que nos proponemos legar a las futuras generaciones…? Pensémoslo dos
veces antes de dar la vuelta a la página.
