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domingo, 16 de noviembre de 2025

CARTAS A MÍ MISMO por Carlos Sosa

El universo no se queda con nada

Mi papá solía decirme que el universo no se queda con nada. Que todo lo que das —sea bueno o malo—, en algún momento vuelve, aunque a veces tarde una vida entera en hacerlo. Por eso, decía, siempre conviene hacer el bien.

Hoy me acordé de él. Venía de regreso a casa en un Uber, y el conductor, un muchacho de unos veintitantos, empezó a contarme su historia. Me dijo que trabajaba todo el día manejando y estudiaba los fines de semana. Que dormía poco, comía cuando podía, pero que tenía una meta: graduarse para darle una vida mejor a su familia.

Entre charla y charla, me contó que una vez un extranjero olvidó su billetera en el asiento trasero. Dentro había más de seiscientos dólares. “Ese día no había comido”, me dijo. “Tenía hambre y apenas gasolina en el tanque.” Y lo tentó la necesidad —o el diablo, quién sabe—, pero al final decidió devolverla. Llamó al número del viaje, contactó al hombre y se la entregó sin esperar nada. Ni las gracias le dieron. Pero él, me dijo, durmió tranquilo esa noche.

Cuando llegamos a mi destino, le pagué con un billete de veinte. Él, con esa honradez que no sabe de máscaras, me extendió la mano para darme el cambio. Lo miré y le dije:
—El universo no se queda con nada.

Cerré la puerta y caminé hacia mi casa con esa frase de mi padre resonando en el pecho. Pensé que quizá el universo no es un juez ni un contable, sino una especie de espejo: te devuelve exactamente lo que le das. Y esa noche, mientras guardaba las llaves y el eco del motor se perdía en la calle, sentí que mi viejo sonreía desde algún lugar invisible, confirmando que —al final de todo— el bien siempre encuentra su camino de regreso...