ANTÍDOTO DEL MIEDO
Fui invitada por un grupo de entusiastas preparatorianos
para hablar acerca del arte. Por obvio
de tiempo se quedaron varias cosas en el tintero, mismas que quiero abordar aquí. Frente al grupo de estudiantes diserté sobre el
arte como un recurso para el autoconocimiento, monólogo íntimo mediante el cual se puede explorar el impacto que el mundo
exterior genera en nosotros. En lo
personal es un espejo que refleja mis
estados de ánimo, con miras a entenderlos. Esas grandes interrogantes que el
mundo genera en mi persona, se van resolviendo a través de la creación
literaria.
Nos toca vivir tiempos caóticos. Vamos en una embarcación que parece haber
extraviado su compás marítimo en plena tormenta, y a ratos pierde puerto. Los
valores tradicionales languidecen frente a elementos que se anuncian como
vigentes, tales como la ambición, el poder o la violencia. Hemos desarrollado una sociedad altamente competitiva, que nos obliga a medirnos frente a los demás. En esto no hay términos medios, o eres el mejor o no
cuentas; la presión social así nos lo hace creer. Este estilo de vida habrá de cobrarnos
factura en algún momento más delante.
A causa del
estilo de vida actual hay grandes necesidades humanas que se quedan sin ser satisfechas,
entre ellas la comunicación, el sentido de pertenencia, y la trascendencia. Le
tenemos pánico a la soledad, la identificamos como un estado de aislamiento
insufrible, y no como una excelente oportunidad
para desarrollar la creatividad. La
creación artística necesita de la soledad para expresarse.
El antídoto del
miedo es la creación. Correr el riesgo
de expresar en el arte aquello que
sentimos, nos salva del anonimato en medio del tumulto exterior. Mediante la creación o la apreciación, dialogamos con nosotros mismos
a través de la obra de arte.
Nos pone en condiciones de alejarnos para hacer una lectura de lo propio, y establecer
un orden interno como respuesta al caos del exterior.
El arte es
recogimiento de uno consigo mismo frente a la creación. Se trabaja estando enfocados en crear, no
pensando en el destinatario final de la obra. Todo arte concede libertad al
creador, sin embargo, para cumplir con el cometido de expresar ideas y
estados de ánimo propios, se requiere aprender una técnica que nos
permita comunicarnos con quien la tenga frente a sí. Una improvisación puede ser genial, pero
nunca podrá compararse con la obra que es producto de la maestría, de un artista
que se ha preparado. Uno de los casos
más ilustrativos es el de Pablo Picasso.
Quien sólo conoce su obra cubista podrá pensar que sus cuadros son
simples ocurrencias. Hay que estudiar
las distintas etapas del pintor para entender que la transgresión de las formas
establecidas, que lleva a cabo en su etapa cubista, significa la ruptura con la pintura tradicional que ya tiene
dominada a la perfección desde antes.
Lo mismo sucede con la poesía, no puede haber verso libre si antes no se
domina la rima, la métrica y el ritmo de la creación poética.
Movimientos de
ruptura dentro del arte los ha habido.
Dos ejemplos de principios del siglo pasado son el Dadaísmo europeo y el
Estridentismo mexicano. Se trata de
artistas que rompen con lo tradicional como una forma de rebelarse ante
el caos del exterior. Estos movimientos se dieron en Europa al término de la Primera Guerra
Mundial, y en México al concluir la Revolución Mexicana. Definitivamente lo que sucedía alrededor de
esos artistas impactó su forma de expresarse, y fue justo el escape emocional
proporcionado por el arte, lo que mantuvo a la gran mayoría de ellos, a salvo de
la enajenación.
El arte es un
elemento necesario para entenderse uno
mismo. En Francia el filósofo Gilles Lipovetsky
ha conseguido que se convierta en materia obligatoria desde los niveles de educación elemental, como una valiosa
herramienta de apoyo emocional. Por su
parte el escritor Daniel Pennac la considera como la pieza indispensable, --junto
con la curiosidad--, para fomentar el placer por aprender, tan necesario en el
proceso de enseñanza. No se trata de
someter a la fuerza, sino de seducir con dulzura. Pennac habla además, de la figura de los “passeurs” o facilitadores, encargados de transmitir contenidos de una
generación a la siguiente, y así preservar el patrimonio de un grupo.
El consumismo nos
vuelve interdependientes. Dejamos nuestra condición de humanos íntegros para
convertirnos en clientes de un sistema que continuamente está
fabricando nuevas necesidades para nosotros.
Una forma de zafarnos de ese
círculo vicioso se llama “arte”, diálogo
de mí conmigo frente al caos del exterior; antídoto del miedo; autoafirmación que
salva del anonimato y permite trascender.