domingo, 3 de junio de 2018

Poesía de Eliseo Alberto


Mi madre La Oca
La vieja inmensa, inmóvil junto al fuego.
Largo rostro rugoso,
Manos rudas,
Las llamas charlan en la chimenea
con el obeso calderón de cobre.
Las ristras cuelgan lacias,
Las magistrales ristras de cebollas.
     En la penumbra el fuego escoge
bien un surco reseco
junto a una boca mustia, bien
el voraz amarillo de unos ojos.
Hay gente allí muy quieta en la penumbra,
Tan callada, la gente
como las ristras blancas,
esas tan blancas ristras de cebollas.
     Mira, tú estás allí también,
un poco aparte,
aunque nunca lo sabes, podrán verte.
Como un ratón en la pared,
al otro lado, quedo, inmóvil.
Qué bajas son las vigas, y qué oscuras.
Por fin bulle el caldero entre las llamas.
     La enorme vieja ahora suspira.
Dónde se fue tu aliento, dónde el aire.
Tan pura es la quietud
que oyes la leve
huella de la ceniza.  Entonces,
entre el oro del fuego, la caverna
de la gran boca.  Un huracán susurra
"había una vez..."
          Y nace todo.

Agradezco a Carlos su gentil sugerencia.

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