domingo, 22 de diciembre de 2024

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 NAVIDAD EN MODO “PAZ”

Hagamos de esta Navidad un tiempo de paz, de una paz profunda que revista nuestras celebraciones de temporada. Hagamos las paces con nuestro pasado, con las propias fallas y las inconsistencias que tanto nos cuesta superar.  Decretemos paz hacia aquellas personas que, sentimos, nos han hecho daño; descubramos que, muy en el fondo de su conducta, mora el miedo. Y, a partir de ese conocimiento, seamos comprensivos, restemos peso a la ofensa recibida y perdonemos.

Los habitantes del tercer milenio nos alarmamos al descubrir cuánto odio hay en derredor.   Surgen conflictos entre naciones; entre creyentes de una fe religiosa u otra.  Hay violencia por razón de filiación política, de género, de todo aquello que nos haga diferentes unos de otros. Olvidamos que, precisamente en la variedad está la riqueza de la especie humana, y que ninguno de nosotros posee la verdad última en sus manos.

Vivimos tiempos de mucha prisa. No siempre hay oportunidad para la reflexión.  Actuamos tantas veces movidos por la reacción inmediata que nos causa algo del exterior, sin detenernos a analizar cuál podría ser nuestra mejor respuesta.  En este sistema de actuar unos con otros surgen rispideces que dañan a todos, volviendo nuestro planeta aún más complejo para vivir y desarrollarnos.  Lejos de la armonía empática aparecen resentimientos que nos vuelven menos amables unos para con otros, en una espiral creciente que no parará antes de haber generado muchos destrozos emocionales.

Llega la Navidad para recordarnos qué es lo medular de la celebración.   Al margen de la algarabía, las luces y los regalos.  Más allá de las fiestas ostentosas, conmemoramos la venida del amor más grande, que llega para darse entre nosotros.   La sencillez de su llegad nos invita a tener presente que las cosas más valiosas de la vida son las que vienen del corazón; esas que no cuestan un solo peso, pero que, paradójicamente, llenan el espíritu y nos convocan a sumarnos a ese amor de unos con otros.  Un amor sanador, a través del cual conseguimos actuar para trascender nuestra condición humana con las muchas limitaciones que nos anclan.

Vivamos la Navidad en modo “paz”: Aprendiendo a ser clementes con nosotros mismos, sabedores de que la condición humana es perfectible, y que cada día podremos hacer un poco más para desarrollar la mejor versión de nosotros mismos.  Tolerantes hasta sentirnos contentos con lo que somos y animados para seguir por el camino del crecimiento interior, recordando que la victoria está, no en ser mejores que otros, sino en superar hoy lo que hasta ayer fuimos.

Aprendamos a trabajar a partir del más profundo sentido del amor, ese que nos convoca a actuar para socorrer a quien más lo necesita.  Que, amén de las celebraciones gozosas con familia y amigos, del intercambio de regalos glamorosos, nos demos un tiempo para dedicarlo a esas personas que de ninguna manera tendrían cómo corresponder a nuestra generosidad.  Es justo ahí donde el verdadero rostro de Jesús se nos revela.  Obsequiemos los regalos más valiosos: Nuestro tiempo, nuestra atención, el interés auténtico por los asuntos del otro, sobre todo de aquel que atraviesa grandes dificultades.

Es maravilloso acompañar a los niños en una época de tanta ilusión, cuando la magia de la festividad hace lo propio en sus ojos, en sus risas y en su imaginación.   Permitámonos contagiarnos de ese alborozo infantil para regresar a ser como ellos por un rato, y disfrutar de la mejor manera la Navidad.   Acerquémonos a nuestros mayores para escuchar historias de otros tiempos que hablan de las tradiciones familiares de la época.  Ellos gozarán en contarlo y nosotros aprenderemos nuevas formas de ver la vida, a través del rescate histórico de lo que es muy nuestro.

Dejémonos llevar por la música de temporada que nos unifica a todos en una sola voz, pero no desatendamos el silencio de los que no pueden hablar, de los que no saben cómo hacerlo. Acompañemos a unos y otros para expandir el calor del hogar que hoy nos reconforta.

Sea nuestra Navidad en modo “paz” ocasión de gozoso crecimiento interior. Permitamos que nos mueva la gratitud por lo recibido a lo largo del año, para actuar más delante, hasta colmar el ambiente de bendiciones.  Nuestro mundo necesita más actos de bondad, menos discriminación.  Más diversión sana, menos intoxicaciones de temporada.  Necesita trascender de los regalos materiales a las dádivas que brotan desde el interior y se esparcen en nuestro entorno, recordando que la paz de allá afuera, entre potencias y doctrinas; entre partidos, pueblos, grupos y familias, inicia, justo aquí, en el centro de nuestro corazón.

¡Feliz Navidad 2024, amigos!

CARTÓN de LUY

 


HAUSER - Hermoso especial navideño

REFLEXIÓN de Juan Antonio Villarreal Ríos

Era un hombre triste, no es que llorase todos los días por las banquetas que le conducían a la catedral de aquella ciudad, no es que que cada que se colocaba el batón blanco sobre su cuerpo, los ojos se le humedeciesen, no, era otra cosa que no podía decir, y se tragaba sus sentimientos como si estuviesen prohibidos.

Las vírgenes y los santos percibían su tristeza y guardaban silencio y monedas en sus alcancías, solidarios con aquel hombre de carne y huesos, y cuentas en las manos, pero un día, ese hombre triste, se plantó frente a otro hombre que le ganaba en años y en vida, le pidió le permitiese acariciarle su barba, lo dijo a plena luz del día, a la hora que las palomas desayunaban, estas abandonaron el alimento para observarlo, las manos de aquel hombre triste, casi un santo se posaron en las barbas de aquel otro hombre casi un diablo, entonces las palomas al unísono huyeron al cielo, y aquel hombre triste, por primera vez sintió verdaderamente que Cristo vivía en su corazón, y lloró de verdad, como jamás lo había hecho en las 36,500 veces que se había arrodillado frente a la cruz.

Para una Navidad extraordinaria: Charla de Marian Rojas Estapé

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez

Vamos recorriendo camino y a través de él encontrando gente con la cual compartimos parte de nuestra historia.  A veces la convivencia es corta y sin embargo trascendental, otras permanecen por una gran parte o toda la vida, sin que revistan mayor significado que dicha permanencia.

Entre ellas, habrá cadenas de afectos que nos mantienen unidos, cadenas que en ocasiones son rotas por motivos ajenos a nuestra voluntad, otras por fallas en la comunicación que a veces resultan en una ruptura parcial que se retoma y otras en que la desidia, el orgullo, la apatía impide reanudarlas, de modo que quedan flotando en ese espacio etéreo en el que van y vienen a nuestra memoria, sin que logremos cerrar un círculo por el que se cuela de vez en vez el dolor de haber perdido un afecto valioso.

Tenemos reencuentros y desencuentros; conocemos y reconocemos gente. A veces los reencuentros nos permiten ver con mayor sensatez y madurez cualidades que habíamos pasado desapercibidas, otras por el contrario nos hacen ver que el afecto se ha transformado sin que nos hayamos percatado de ello, por la distancia, por nuestra evolución como personas, a veces por circunstancias que no alcanzamos a comprender.

Se pierden, se ganan afectos, se refuerzan, se diluyen. Nadie asegura la permanencia de éstos por fuertes que hayan sido los lazos de unión. He visto decenas de veces romperse los vínculos que parecían más sólidos, hay tantas variables que quedan fuera del acceso de nuestra voluntad y a veces es la misma voluntad la que nos hace alejarnos, que decir te amo o prometer una amistad para toda la vida resulta muchas veces un deseo que no llega a transformarse en realidad.

Saber perdonar, tolerar, ser llevados siempre por el amor en las relaciones son constantes que podemos manejar y que permiten que éstas sean duraderas. Relaciones sanas, en donde se conserve ante todo la dignidad, porque ésta no debe naufragar nunca en el afán de continuarlas. El respeto a los demás y a nosotros mismos es invaluable y da al amor autenticidad, solo quien se respeta y respeta a los demás es capaz de dar amor, aceptando a la persona con defectos y virtudes, impidiendo nos lleve la ira a la ofensa, manteniendo el deseo del bienestar del otro como lo deseamos para nosotros mismos.

Vivir en el amor, en la fraternidad, mantener los afectos sin perder la dignidad, ante todo respetar nuestras relaciones, a quienes les entregamos nuestro cariño y a nosotros mismos, para que las cadenas de amor que vayamos entrelazando durante nuestra vida nos den sostén que fortalezca el espíritu, que dé paz, nos amortigüe el sufrimiento y nos mantenga la esperanza.

Tom and Jerry en La noche antes de la Navidad de 1941.

 
¡Qué maravilla recordar los dibujos animados cuando no existía la tecnología y era solo el ingenio humano lo que se utilizaba para contar historias!