UN AÑO DISTINTO
Termina un año diferente de cualquier otro. Nos hermanó en males y a la vez nos fragmentó en núcleos familiares, para
sobrevivir. Tiempo en el cual
desarrollamos nuevas formas de comunicación, y habilidades de tipo personal.
De estas últimas, en particular, la resiliencia. La mente nos ha dividido en dos grupos, el de
los que creemos que la crisis sanitaria es un evento espontáneo y casual, como otros que han marcado la humanidad. Y están quienes ven detrás de lo ocurrido las
malas intenciones de un grupo que quiere someter al mundo.
De una u otra forma, ha sido un año atípico, en el que ha
habido muchos casos de enfermedad y de muerte.
Difícilmente, al menos en nuestro país, habrá quien no tenga un familiar
o un conocido que sucumbió a la enfermedad.
Serán historias que perdurarán en el tiempo, para que las futuras
generaciones se vean en ellas antes de tomar decisiones de impacto colectivo.
Fue un período escolar que se llevó, en su gran mayoría,
desde casa. Los niños aprendieron a ser autónomos en sus decisiones, entender
que lo que hagan o dejen de hacer por
cuenta propia, tiene consecuencias para su vida.
Hay grandes problemas que se dispararon a consecuencia de la
enfermedad, las restricciones sanitarias y la falta de empleo: Crecieron
problemas sociales como la violencia doméstica, la depresión y los índices de
suicidio. Hubo grupos humanos que
enfermaron por tener que salir de casa a ganarse el diario sustento. Hubo otros que, apelando al pensamiento
mágico tan nuestro, actuaron al margen de las restricciones sanitarias,
poniendo en riesgo a los de casa y a ellos mismos. No son uno ni dos los casos de incrédulos
arrepentidos, que, desde una Terapia Intensiva, a punto de morir, llamaron a
otros incrédulos diciendo que la enfermedad sí existe, y que hay que
cuidarse.
Ha sido un período de grandes lecciones. El planeta nos cimbró más de una vez para
llevarnos a reaccionar. Quiero entender
que la mayoría de nosotros captamos el mensaje; aprendimos que todo acto en
contra del medio ambiente nos pasa factura, más temprano que tarde, según vemos.
Nos falta mucho por aprender todavía: Necesitamos entender
que la violencia no se corrige con más violencia. Que hablar en contra de un problema no lo
resuelve; para ello se requieren actos precisos, dirigidos a actuar sobre el
núcleo del problema. Nos falta
convencernos de que llenar de descalificaciones las redes sociales, en contra
de quien expresa una opinión contraria, nunca propiciará un cambio favorable en
la sociedad. Aprender que una mala
acción no convierte a su autor en un mal ser humano; quizá habrá actuado de
manera equivocada o a partir de una información errónea, mas no por ello es
malo en esencia.
Las restricciones nos han enseñado a vivir con menos cosas, a
centrarnos en lo esencial. Aprendimos a
valorar a los demás por lo que saben hacer y nada más. El resto queda al margen de nuestras
apreciaciones. En el mejor de los casos
aprendimos a conocernos nosotros mismos,
a convivir con lo que somos y disfrutarlo.
Nos hemos vuelto creativos para resolver problemas por cuenta propia,
problemas que antes jamás habríamos imaginado solucionar.
La lección más importante –me parece—fue descubrir la
grandeza del ser humano. Saber que hay
personas dispuestas a exponer la vida
por ayudarnos. Desde empleados y
repartidores que nos entregan la mercancía solicitada en la mano. Surtidores de productos básicos que no han
flaqueado un solo día en su labor.
Personal que ha atendido las necesidades de infraestructura urbana a
pesar del riesgo que ello implica.
Los que descuellan en primerísimo lugar son aquellos
pertenecientes al gremio médico y paramédico que ha atendido la emergencia
sanitaria. Desde galenos, personal de
Enfermería; asistentes, técnicos, choferes de ambulancia. Así como el personal que ha dispuesto de la
mejor manera de los restos humanos en los casos de fallecimiento. No hay dinero que pague lo que ellos hacen,
muchos alejados de su familia, agotados, con la angustia prendida al pecho cada
día, sabiéndose en riesgo de muerte. Tantas veces vapuleados y agredidos por
familiares de pacientes. Y lo más
doloroso, una parte de esos pacientes fueron contagiados por los mismos
familiares que ahora reclaman y exigen, pero que en su momento emprendieron
conductas de riesgo que llevaron a su familiar a enfermar.
Termina un año muy aleccionador para todos. Se vislumbra un mejor 2021. Así llegue la vacuna en la cantidad
requerida, con la eficacia necesaria, necesitamos seguir cuidándonos; hacer de muchas
de nuestras nuevas costumbres sanitarias una regla, al menos por un buen
tiempo.
Este fin de año obliga dar gracias por lo que tenemos y elevar una oración por quienes a diario nos
cuidan.