EL MEJOR PRESENTE
Llega la esplendorosa época decembrina a alegrar el
corazón. Como todo lo que ha venido
sucediendo en los últimos nueve meses, será una celebración distinta a
cualquier diciembre que le haya precedido.
En incontables mesas familiares habrá quedado una silla vacía. La alegría de la convivencia podrá verse empañada
por la ausencia de ese familiar que pasará
la Navidad en una cama de hospital, sin distinguir fechas u horas del día. En muchos otros casos la familia extendida no
podrá reunirse como en años anteriores, cuidando de no salir de casa y
contagiarse. Habrá hogares en los que la
cena navideña sea como la de cualquier otro día, o donde no haya regalos,
porque la economía es magra.
Necesitamos mentalizarnos de que la esencia de la Navidad no está afuera
sino dentro del corazón, por más que nos cueste asimilarlo.
Nuestra idiosincrasia es muy particular; una característica
consiste en que nos da por enmascarar la realidad. Esto es, si es dable hacer trampa, no lo
pensamos tanto y engañamos. Lo hacemos como quien lleva a cabo una travesura;
sacamos ventaja cuando se pueda, y lejos de quedarnos un sentimiento de culpa,
lo asumimos como un signo de sagacidad.
Pudimos verle la cara al otro; fuimos capaces de violar la norma sin ser
descubiertos; obtuvimos ventaja económica de una situación. Si nadie se percata, qué bueno, y si nos
sorprenden en la falta actuamos graciosos, jalando a quien nos sorprendió a
participar en la travesura como un cómplice, para restarle importancia a los
hechos. Ahora recuerdo a un exalcalde nayarita
que hace unos años, cuando se puso en evidencia que había desviado recursos de
la municipalidad, contestó, minimizando los hechos, que ”había robado poquito”.
Faltar a la verdad provoca daños colaterales. Si oculto algo, estoy dañando a terceros, de manera
directa o indirecta, aun cuando no todos lo dimensionamos de la misma
manera. Muchos problemas políticos y
económicos del mundo tienen relación con ocultamientos que, a fuerza de
repetirse, terminan perdiendo importancia, algo que, en estricto apego a la
verdad, no debería suceder.
Ahora que llega la temporada navideña, nuestro espíritu
festivo a ratos no parece tan dispuesto a celebrar de un modo distinto al
tradicional. Tal vez buscará cómo sacar
la vuelta a las regulaciones sanitarias para reunirse con la familia distante o
con los amigos. Parte de esa actitud tan
propia de nosotros de “qué tanto es tantito”, y el gozo del reencuentro, de la
fiesta y de la alegría, nos hacen desterrar de la mente en ese rato cualquier
otro pensamiento. “No pasa nada”. “Todos
nos hemos cuidado tanto tiempo, que no hay riesgo de que me enferme”. Campea la idea entre jóvenes, adultos y
mayores. Es una mentira, es mentirnos a
nosotros mismos, no querer voltear a ver una verdad que está ahí, gritándonos.
Viene a mi mente el surgimiento del SIDA a principios de los
ochenta. El mecanismo de transmisión es
parecido al de la COVID hoy en día. El
riesgo de transmisión del VIH es exponencial; depende del número de parejas
sexuales que ha tenido la persona con la que tengo sexo ahora, y a la vez del
número de parejas que cada una de ellas ha tenido en el tiempo. Por esa razón, en sus inicios, el SIDA fue
visto como epidémico. Aquí pasa algo
similar: Dentro de un hogar hay una o más personas que por razón de su trabajo,
compras o pagos diversos, deben salir de casa.
Si siguen las medidas de higiene necesarias, es poco probable que pongan
en riesgo a los convivientes habituales.
Cuando reunimos a varios grupos, digamos en una posada familiar, el
microambiente de unos entra en contacto con el microambiente de otros, por más
que todos sean parientes. Ahí es donde
se da la transmisión del virus. En ese
salón de fiestas están entrando en contacto cepas de unos y de otros, y a la
vuelta de una o dos semanas, tenemos grupos familiares contagiados.
Sea esta época navideña un tiempo donde prive el sentido
común. Habrá muchas ocasiones más para abrazarnos,
besarnos y cantar juntos; incontables oportunidades para celebrar al lado de
nuestros seres queridos; expresar unos a otros los mejores deseos cara a cara,
y divertirnos. Éste no es el momento
para hacerlo. Dejemos las rifas, los
intercambios de regalos y las fotos familiares para una ocasión libre de
riesgos. Ahora no.
Hagamos de la presente una temporada distinta, en la que
prive la más profunda generosidad, esa que lleva a cuidar con todo nuestro
cariño a quienes amamos, mediante la renuncia de nuestra diversión personal. Comuniquemos los sentimientos de maneras
alternativas. Seamos creativos al expresarlos, por vías nuevas y distintas. Todo puede esperar. El mejor presente que podemos dar esta vez a quienes amamos, es no ponerlos en riesgo.
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