LA CLAVE ES LEER
POR PLACER
Hoy, viernes 23 de abril, cuando preparo la columna dominical,
se celebra el Día Internacional del Libro.
Desde 1995 se instituyó la fecha en honor de los dos mayores genios de la Literatura occidental: Miguel de Cervantes y William Shakespeare. Cervantes
murió el día 22, pero sus exequias se llevaron a cabo hasta el siguiente día de su muerte. En el caso de
Shakespeare, su fallecimiento fue señalado
dentro del calendario juliano, que, convertido al gregoriano, coincide en los
mismos días. Los empataron en una sola fecha, y en su honor se instituyó el Día
del Libro.
De modo personal no
me canso de maravillarme de cómo surgió el pensamiento humano. Hay múltiples evidencias de la inteligencia
que poseen especies animales distintas a la nuestra. Desde chimpancés hasta marsupiales, aves
emplumadas o insectos en la naturaleza.
Me asombra observar cómo una criatura se enfrenta a un problema y ensaya
distintas formas de resolverlo. Cuando
lo logra ha adquirido un nuevo conocimiento, que aplicará una y otra vez,
frente a un problema similar. El resto
del grupo de iguales lo observan y aprenden, pero si no fuera por esa observación
directa, no habrían aprendido. Con el
ser humano ocurre algo parecido, aunque claro, los problemas tienen un nivel de
complejidad más elevado. No se trata solamente de cargar la ramita hasta el
hormiguero, o construir un nido, o defenderse de los depredadores. Además de los asuntos de primera necesidad
comienzan a surgir otros, a partir del momento en que el humano se percata de
que forma parte de un sistema compuesto por
distintos elementos, vivos e inertes, y lo más importante, toma
conciencia de que, así como la vida tiene un principio, tendrá un final. Surgen además formas de pensamiento con
relación a lo que percibe del mundo alrededor, define sus gustos y con
ello sus patrones de comportamiento
individual.
Si evocamos una imagen del medioevo europeo, visualizamos al
zapatero enseñando al hijo o al sobrino el oficio; al herrero haciendo lo
mismo. Vemos los grupos familiares
trabajando en el campo o en la ordeña vacuna.
La tradición oral da pie al proceso de enseñanza-aprendizaje, de modo
que las tradiciones se perpetúan; tal vez puedan innovar, pero de manera
limitada, atendiendo a la creatividad de uno de los provincianos que ideó o que
viajó y regresa copiando otra forma de hacer las cosas.
Aparece el libro y llega a nuestras manos un maestro que nos
va a enseñar a hacer las cosas de modos distintos. Los seis continentes se colocan frente a nuestros ojos y nos ofrecen una gran
variedad de contenidos, no solamente para aprender a hacer nuevas cosas, o
hacerlas de distinta manera, sino para imaginar, divertirnos y enriquecer
nuestra forma de conceptualizar la vida.
Tal vez un gran error que se ha cometido, al menos aquí en
México, es imponer lecturas por
obligación, sin permitir la aproximación
al libro por mero gusto. Todos
podremos recordar (y entre más edad tenemos más nos vienen a la memoria),
lecturas que teníamos que memorizar sin acaso entender lo que estábamos
leyendo. Vaya, tan sencillo como nuestro
Himno Nacional. Habrán sido pocos
maestros los que nos explicaron frases como:
“El acero
aprestad y el bridón”, o
“¡Guerra,
guerra sin tregua al que intente
de la patria manchar los blasones!
¡Guerra, guerra! los patrios pendones
en las olas de sangre empapad.”
Cerramos con:
“Los cañones horrísonos truenen”
O sea, los
leímos para cantarlos en el saludo a la bandera de los lunes, y en el mejor de
los casos los memorizamos. ¿Pero en
realidad los entendemos? Siendo muy sinceros, preguntémonos frente al espejo si
a la edad que hoy tenemos sabemos con certeza cuáles son los bridones, los blasones o los
pendones, y luego… recurramos al diccionario.
Ésta fue la
fallida aproximación de nuestra etapa de
niños a la lectura. Por supuesto que no
nos iba a resultar atractiva. En cambio,
si frente a nuestros ojos tuvimos una historia como la de Pinocho, el muñeco
que quería ser niño, y Gepetto, su creador, a quien el amor lo llevó de un lado
al otro siguiendo las huellas de los personajes malévolos, hasta rescatar a
Pinocho del vientre de la ballena, para culminar en un final feliz, con Pinocho de carne y hueso, y
Gepetto gozoso de ser papá. Entre un
nudo y otro de la historia, su autor Collodi, va trenzando lecciones de qué
sucede cuando un niño se porta mal, como, por ejemplo, cuando miente.
Terminamos con Pinocho y querremos leer otra y otra historia, y así se va
desarrollando el hábito de la lectura
Dice García
Márquez, y dice bien, que, si un libro no nos gusta, lo abandonemos y busquemos
otro, que no pasa nada. Para desarrollar
un mundo lector, la lectura se abre camino desde el placer, no como obligación.