domingo, 25 de abril de 2021

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 

LA CLAVE ES LEER POR PLACER

Hoy, viernes 23 de abril, cuando preparo la columna dominical, se celebra el Día Internacional del Libro.  Desde 1995 se instituyó la fecha en honor de los dos mayores  genios de la Literatura occidental:  Miguel de Cervantes y William Shakespeare. Cervantes murió el día 22, pero sus  exequias  se llevaron a cabo hasta el  siguiente día de su muerte. En el caso de Shakespeare, su fallecimiento  fue señalado dentro del calendario juliano, que, convertido al gregoriano, coincide en los mismos días. Los empataron en una sola fecha, y en su honor se instituyó el Día del Libro.

De modo personal  no me canso de maravillarme de cómo surgió el pensamiento humano.  Hay múltiples evidencias de la inteligencia que poseen especies animales distintas a la nuestra.  Desde chimpancés hasta marsupiales, aves emplumadas o insectos en la naturaleza.  Me asombra observar cómo una criatura se enfrenta a un problema y ensaya distintas formas de resolverlo.  Cuando lo logra ha adquirido un nuevo conocimiento, que aplicará una y otra vez, frente a un problema similar.  El resto del grupo de iguales lo observan y aprenden, pero si no fuera por esa observación directa, no habrían aprendido.  Con el ser humano ocurre algo parecido, aunque claro, los problemas tienen un nivel de complejidad más elevado. No se trata solamente de cargar la ramita hasta el hormiguero, o construir un nido, o defenderse de los depredadores.  Además de los asuntos de primera necesidad comienzan a surgir otros, a partir del momento en que el humano se percata de que forma parte de un sistema compuesto por  distintos elementos, vivos e inertes, y lo más importante, toma conciencia de que, así como la vida  tiene un principio, tendrá un final.    Surgen además formas de pensamiento con relación a lo que percibe del mundo alrededor, define sus gustos y con ello  sus patrones de comportamiento individual.

Si evocamos una imagen del medioevo europeo, visualizamos al zapatero enseñando al hijo o al sobrino el oficio; al herrero haciendo lo mismo.  Vemos los grupos familiares trabajando en el campo o en la ordeña vacuna.  La tradición oral da pie al proceso de enseñanza-aprendizaje, de modo que las tradiciones se perpetúan; tal vez puedan innovar, pero de manera limitada, atendiendo a la creatividad de uno de los provincianos que ideó o que viajó y regresa copiando otra forma de hacer las cosas.

Aparece el libro y llega a nuestras manos un maestro que nos va a enseñar a hacer las cosas de modos distintos.  Los seis continentes se colocan  frente a nuestros ojos y nos ofrecen una gran variedad de contenidos, no solamente para aprender a hacer nuevas cosas, o hacerlas de distinta manera, sino para imaginar, divertirnos y enriquecer nuestra forma de conceptualizar  la vida.

Tal vez un gran error que se ha cometido, al menos aquí en México, es  imponer lecturas por obligación, sin permitir la aproximación  al libro por mero gusto.  Todos podremos recordar (y entre más edad tenemos más nos vienen a la memoria), lecturas que teníamos que memorizar sin acaso entender lo que estábamos leyendo.  Vaya, tan sencillo como nuestro Himno Nacional.  Habrán sido pocos maestros los que nos explicaron frases como:

El acero aprestad y el bridón”, o

“¡Guerra, guerra sin tregua al que intente
de la patria manchar los blasones!
¡Guerra, guerra! los patrios pendones
en las olas de sangre empapad.”

Cerramos con: “Los cañones horrísonos truenen”

O sea, los leímos para cantarlos en el saludo a la bandera de los lunes, y en el mejor de los casos los memorizamos.  ¿Pero en realidad los entendemos? Siendo muy sinceros, preguntémonos frente al espejo si a la edad que hoy tenemos sabemos con certeza  cuáles son los bridones, los blasones o los pendones, y luego… recurramos al diccionario.

Ésta fue la fallida aproximación  de nuestra etapa de niños a la lectura.  Por supuesto que no nos iba a resultar atractiva.  En cambio, si frente a nuestros ojos tuvimos una historia como la de Pinocho, el muñeco que quería ser niño, y Gepetto, su creador, a quien el amor lo llevó de un lado al otro siguiendo las huellas de los personajes malévolos, hasta rescatar a Pinocho del vientre de la ballena, para culminar en un  final feliz, con Pinocho de carne y hueso, y Gepetto gozoso de ser papá.  Entre un nudo y otro de la historia, su autor Collodi, va trenzando lecciones de qué sucede cuando un niño se porta mal, como, por ejemplo, cuando miente. Terminamos con Pinocho y querremos leer otra y otra historia, y así se va desarrollando el hábito de la lectura

Dice García Márquez, y dice bien, que, si un libro no nos gusta, lo abandonemos y busquemos otro, que no pasa nada.  Para desarrollar un mundo lector, la lectura se abre camino desde el placer, no como obligación.

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