TU DERECHO, MI
DERECHO
Mediante un pequeño ejercicio de autocrítica, he concluido
que debería de escribir un libro intitulado: “Memorias de supermercado”.
Cualquier sitio público atrapa mi atención, como un gran foro en el cual los
humanos interactuamos tal cual somos, sin embargo, lo que observo en el
supermercado resulta todavía más representativo de nosotros como sociedad. A la
tienda van los pobladores de una localidad, cada uno con sus propias
características, a volcar en esos largos pasillos su particular quintaesencia,
que les vuelve seres únicos sobre el planeta.
Llamaremos a nuestro personaje “Chica X”. El primer contacto
que tuve con ella fue en el estacionamiento de la tienda. Estoy estrenando un
vehículo semi-seminuevo, por cierto, muy bien cuidado, de modo que me estaciono
lejos de las puertas de acceso, tratando de evitar un rayón. Semi-seminuevo,
pues me lo pasó un familiar, quien a su vez lo adquirió en una agencia como
seminuevo, lo que da pie al juego de palabras.
Mi afán de cuidar la pintura de la carrocería implica atravesar
todo el estacionamiento. Delante de mí
iba una vagoneta Avanza color arena. Para cuando llegué a la puerta de la
tienda, se había estacionado en un cajón azul, muy próximo a la entrada. Traía
placas que indican que su propietario tiene discapacidad, hasta ahí todo bien.
Del vehículo descendió una mujer en sus treintas, bien arreglada, en tacones
altos. Supuse que llegaba para recoger de la tienda a su madre o a su abuela;
no imaginé que las cosas pudieran ser de otra manera. Acto seguido, Chica X avanzó a grandes
zancadas para tomar un carrito de supermercado. Luego de traspasar el umbral de
entrada, giró a la izquierda hacia frutas y verduras, y así, una detrás de la
otra, comenzamos a recorrer departamentos y pasillos, desde arroz y aceite
vegetal, hasta salchichonería. Por más
que esperaba verla “renquear” –como decimos por acá--, eso nunca ocurrió. Volvimos a coincidir en las cajas, y –con
franqueza-- ella seguía luciendo tan sana y entera como en un principio, la
discapacidad no se hizo evidente en absoluto.
Vinieron a mi mente una serie de ideas, como bólidos que
pasan dejando un leve rastro, que, si no aprehendemos de inmediato, se habrán
ido para siempre. Quiero creer que
Chica X tiene un familiar con discapacidad, y por ello la camioneta tiene placas
con el logo correspondiente. Vaya,
porque ahora recuerdo el caso de un jovenazo que utilizaba placas de
discapacidad en un convertible deportivo, en el que, si por azares del destino
alguien de mi edad subiera, no vuelve a salir ni con abrelatas. Pero no, no
quiero pensar mal, ella debe de tener un familiar que, en un momento dado,
requiere estacionarse en los cajones que garantizan el fácil acceso a un edificio.
Surge una nueva duda: Entonces, si ella sabe lo que sufre su propio familiar
con discapacidad, ¿cómo es que le falta la sensibilidad como para dejar libres dichos
cajones, para quien verdaderamente los necesita?...
Me resistía a aceptarlo de entrada, pero tuve que
reconocer algo que nos caracteriza a los
mexicanos. La Chica X utiliza un
espacio que en ese momento no necesita. Lo hace amparada por un símbolo que se
lo permite. No habrá poder humano que la
quite de ahí. Ella hace uso de un
privilegio que en ese momento no le corresponde. Supongo que actúa así, porque no
tiene la conciencia ciudadana para hacerlo de otra manera. Quien cuenta con un familiar con
discapacidad, conoce las dificultades que implica tener que caminar mayores
distancias. En dicho caso, si hoy Chica X no trae a ese familiar con
discapacidad, evitaría hacer uso de un cajón que en ese momento no necesita. Amén
del logo del vehículo.
Visto en términos prácticos, el problema es muy simple:
Prevalece mi derecho a la comodidad sobre tu legítimo derecho por motivos de salud.
Lo mío está antes que lo de los demás, independientemente del peso específico
de uno y otro. No actúo con base en un un principio de conciencia, sino
valiéndome de un artilugio para mi personal confort.
Ahora bien, ¿vamos a colocar un policía en cada cajón de
estacionamiento para garantizar que se actúe de manera debida? ¿Que quien se
estaciona sepa hacerlo bien, para que no raye mi semi-seminuevo? ¿Que quien
trae logo que indica discapacidad haga buen uso de este? La solución no radica
en vigilar y sancionar, sino en crear conciencia. Ser empáticos con las necesidades de los
demás, sacrificar un ápice de comodidad en aras de facilitar la vida de quienes
–de suyo--, la tienen bastante más difícil.
El cambio que requiere México se dará a través de un proceso
educativo de raíz, en el hogar, mediante el ejemplo. Que los principios de casa
sean sólidos, para salir a enfrentar un mundo de paradojas, en donde la indolencia
se viste de poder.