SALSIPUEDES
Con el paso de los años solemos ponernos nostálgicos. Más todavía, si vivimos lejos de las tierras
en las que transcurrió nuestra infancia. Memorias familiares llegan a nosotros
con una claridad extraordinaria, convocadas por algún estímulo del presente que
las hace venir a nuestro encuentro.
En mi natal Torreón, del cual cada vez estoy más desligada,
las cosas transcurrían de forma ordenada, lineal –pudiera decirse. Entre los comercios que recuerdo con claridad
estaba La Soriana, tienda de telas, que hasta los años setenta pasó a diversificarse. En la
radio se anunciaba mediante un personaje llamado “El sordo Pioquinto”. Por otro
lado, había un comercio también de telas. Su propietario, de apellido “Zarzar” era
apodado “Salsipuedes”. Una vez que
cruzabas su umbral en busca de un producto, no lograbas irte sin haber comprado
algo.
Vino a mi mente ante la contundencia de los mensajes que recibimos
los mexicanos, desde las 7 de la mañana hasta que concluye el día: Palabras,
motes, descalificaciones, cuyo golpeteo constante produce estados de ánimo que
nos afectan, nos irritan y nos ponen en pie de combate. “Polarización” ha sido el ejercicio favorito
de nuestros políticos, para confrontarnos y dividirnos.
Dentro de ese ambiente enrarecido, observamos además la
forma como se ha disparado la criminalidad, en particular el feminicidio. Es muy lamentable revisar las páginas de
nuestros medios impresos para descubrir que la nota que predomina es la
relativa a la muerte: Desde otras partes del mundo; en nuestro país; hallazgos
macabros, muertes inexplicables, investigaciones fallidas. Son incontables las
referencias a hechos violentos que culminan en muerte, que se vuelcan en los
medios digitales e impresos día con día.
Y no se diga a través de programas de televisión, sea en telenovelas
nacionales o en series policíacas norteamericanas. En estas últimas se aplica una escaleta que
se calca de un episodio al siguiente. Los mensajes subliminales en todos los
casos señalan que la violencia es incontenible y que los personajes sombríos
abundan.
Recordé aquel famoso aforismo que cuestiona si el arte imita
a la naturaleza. Habrá que decirlo, en
comparación a los contenidos de mediados del siglo pasado, los programas
actuales desbordan de elementos audiovisuales violentos. No dejan nada a la imaginación del espectador;
dan todo digerido, gráfico y en abundancia.
Es difícil medir el
impacto que tienen estos estímulos en la formación de nuestras concepciones. Qué tanto la frecuente o continua
exposición a contenidos de elevada
violencia nos lleva a normalizarla, a crearnos un escenario en el cual la
muerte violenta es así de común.
“Salsipuedes”: Así imagino a ratos nuestro andar por esta
vida, en un ambiente del cual es imposible escapar sin llevarnos algo a
casa. Palabras; conceptos; imágenes;
razonamientos que hacen suponer que nos
desenvolvemos en un mundo descompuesto del que nada ni nadie podrá salvarse.
Es muy fácil dejarnos llevar por mera inercia a esos
contenidos de ficción que exageran la realidad y contribuyen a
distorsionarla. Resulta difícil
distinguir que detrás de esos contenidos exista una compleja maquinaria mercadológica
empeñada en generar mayores clientelas.
Cada uno de nosotros
elige qué procurar y qué desechar.
En el mercado hay oferta de muy diversos productos para el
entretenimiento. De cada uno depende el
decidirse por uno u otro material. Ya
con lo que tenemos afuera en el mundo es suficiente como para llegar a casa y
continuar saturando los sentidos y la imaginación con historias terribles que
llevan a la desesperanza. No hablo de
sentarnos a leer novelas del corazón, pero sí de procurar producciones
escritas, televisivas o en la red, que nos permitan entender un poco más este
complicado mundo que nos ha tocado vivir.
Y, sobre todo, que nos ofrezcan alternativas para aprender a ser mejores
personas.
El factor económico, hasta hace algunos lustros un gran
problema para acceder a buenas lecturas, prácticamente ha desaparecido. Se consiguen mediante clubes de lectura o
plataformas digitales, obras de la literatura universal que contribuyen a
expandir el conocimiento propio y acerca de la sociedad en la que vivimos. A conocer nuestra historia y así entender las
raíces de los fenómenos que hoy se presentan.
A propósito de ayeres y nostalgia, me maravilla poder
recordar mis primeros libros infantiles. Parece que estoy viendo a mi abuela
materna leyéndome cuentos y fábulas, despertando la imaginación de mis dos o
tres años. Así de prodigiosa la
presencia de estos personajes.
¿Qué sucederá si a nuestros niños y jóvenes los convencemos de
acompañarnos a un rato de lectura o de buen cine? El camino hacia un cambio
está a nuestros pies. ¿Lo intentamos?